La decisión de Miyuki

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Pensar que todo había comenzado porque él tenía hambre. Una sonrisa se formó en el rostro de un chico de diecinueve años mientras observaba la fotografía de él mismo y Miyuki cuando ambos tenían con suerte diez años. Los extravagantes ojos de Miyuki se confundían en la vaga iluminación de la fotografía, haciéndolos pasar por ojos ordinarios. La foto fue tomada por ellos mismos en el armario de Miyuki, dónde habían escondido la improvisada cama que ella había armado con un gigantesco oso de peluche.

En un principio él solo se iba quedar una noche, todo fue por la pésima idea de ambos por la cual él tomó la medicina de Miyuki.

Aunque ahora que lo pensaba bien, él no estaba arrepentido de haber tomado esa medicina. Si no lo hubiera hecho él no se hubiera quedado aquella noche, y si no se hubiera quedado aquella noche, no se hubiera quedado la siguiente; nunca habría vivido con ella.

Después de tomar aquella medicina comenzó a sentirse mareado, fue por eso que Miyuki sacó su fastidiosa maternidad infantil y decidió improvisarle una cama en el armario, ¿quién diría que aquel oso gigantesco de peluche se convertiría en su nueva habitación?

La fotografía que sostenía en aquel momento fue tomada varias semanas después de su llegada a aquella casa, antes de que ambos cometieran su gran error...

El problema comenzó así: Miyuki le pidió una vez más a Issei que se escondiera en el armario mientras su madre se la llevaba al abaño para ducharla. El proceso de lavado no fue nada fuera de lo común, hasta que llegó la hora de secarle el pelo. La mujer tomó una toalla blanca no muy grande comenzó a frotarla contra la cabeza de su hija, posteriormente la dejó de lado y tomó el secador. Pero el aparato no alcanzó a ser encendido, ya que una mancha oscura desplazándose por la toalla llamó la atención de la madre. Ella fijó su atención en aquella minúscula cosa móvil, fue entonces cuando el grito de dejó oír:

—¡Ah! ¡Piojos!

Issei había oído hablar de los piojos anteriormente, sabía que todos los niños en el orfanato tenían y que, por ende, él también.

La madre de Miyuki se dedicó esmeradamente a limpiar la cabeza de su hija hasta que se quedara sin ninguno de esos insectos, dedicando severas horas durante la noche a pasarle aquel cepillo que se ganó con gran facilidad el odio de la pequeña.

—El cepillo es horrible—se quejaba Miyuki una vez llegaba a su habitación con Issei—, debo encontrar la manera de deshacerme de él.

Pero, al igual que todas las cosas que Miyuki odiaba de su madre, comenzó a imitar aquella costumbre. Issei tuvo la mala suerte de que Miyuki comenzara a poner especial atención es su cabeza, ella encontró la manera de quitarle el peine a su madre, pero no se deshizo de él como ella tenía planeado, sino que decidió desahogar su odio hacia este con Issei.

—Puede que te duela un poco, pero es por tu bien—dijo antes de pasar el peine por la desordenada cabellera de Issei.

El peine le tiraba el pelo y le hacía doler, pero él no podía gritar o lo sacarían de la casa.

Miyuki no tardó mucho en descubrir que su trabajo se le estaba volviendo complicado, por lo que una noche llevó a Issei al baño y se encargó de lavarle la cabeza con todos los productos que su madre utilizaba en ella.

Pero eso no fue suficiente, el cabello de Issei era demasiado abundante y dificultaba el proceso de limpieza, por lo que tomó una nueva decisión.

—Issei, despierta—susurró mientras sacudía a su amigo entre su improvisada cama.

—¿Qué quieres Miyuki?—se quejó este somnoliento.

—Tienes que levantarte, ahora.

Pero Issei se negó a obedecer y se dio media vuelta, enfureciendo por completo a Miyuki.

Si Issei no quería colaborar con el plan, lo haría sin su colaboración, era lo único que podía hacer si quería deshacerse de aquellos asquerosos insectos.

Ella tomó las tijeras.

Cortó el primer mechón con inseguridad, pensaba hacerlo con cuidado para que quedara lo mejor posible, pero el sonido que hacían las tijeras al cerrarse sobre los cabellos de Issei le había agradado y tener cuidado le pareció una idea muy aburrida.

Cuando Issei vio su pelo al día siguiente ocupó gorro por toda una semana.

—Tú te lo buscaste—repetía Miyuki cada vez que Issei se quejaba.

A Miyuki le gustaba mucho eso de esconder un chico en su armario. Aquel extraño niño que le había pedido comida se había transformado inesperadamente en lo que en las películas llamaban "mejor amigo" y le agradaba mucho tenerlo. Se sentía como una madre, como una amiga, como una hermana... ¡qué más da! Le gustaba la idea de pasar todo el día con él, él la ayudaba a ella y ella a él.

—No creo que todo eso haya sido necesario—criticó Issei mientras tocaba su mal cortado cabello—, nunca alguien había hecho tanto problema por unos cuantos piojos.

—Son insectos Issei—respondió indignada—, insectos que están viviendo en tu cabeza, ¿te das cuenta de lo malo que es eso?

Issei no comprendía por qué los piojos, que eran algo muy común en su vida, eran tan mal aceptados en esa casa. Insectos los había en todos lados, ¿por qué no podía haberlos en su cabeza? Pero él no estaba en posición de argumentar.

Pero los piojos eran solo el primer problema que Issei traería a esa casa.


Una hermosa tormenta de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora