Las paletas del señor Ming

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Sus ojos comenzaron a aguarse cuando recordó ese momento. El cigarrillo cayó al suelo, ahora sus manos debían hacer el intento por sostener su llanto, no el cilindro humeante que habían sostenido antes.

Se preguntaba cómo lo mirarían las personas que pasaban por el centro comercial, pero aquel cuestionamiento no logró frenar a sus lágrimas ni en lo más mínimo.

Issei—la voz de Miyuki comenzaba a escucharse casi real, cada vez que recordaba aquellos días, sentía como si lo estuvieran arrastrando hacia ellos una vez más.

—Issei, no abras la puerta—pidió Miyuki una vez hubieron cruzado el portón—, no lo hagas...

—Miyuki, estás mal...

—Pero si lo haces mis padres van a preguntar quién eres y yo no voy a poder explicar nada.

Él se quedó en silencio, era cierto, no quería arriesgarse a que los padres de Miyuki supieran sobre su estancia en el armario de su hija.

—¿Y qué hacemos?—preguntó Issei— Que te quedes afuera no es una opción.

—Entraré sola—dijo ella—, después yo puedo ayudarte a entrar sin que mis padres lo noten.

—Sí, me parece una buena idea pero... ¿cómo podría entrar?

Miyuki tosió una vez más, Issei analizaba la casa con la mirada. Finalmente encontró la entrada perfecta.

—Miyuki, es hora de que entres—ordenó él—. Cuando llegues a tu pieza no olvides abrir la ventana.

***

Miyuki cumplió su parte del trato, apenas sus padres se hubieron retirado de la habitación ella abrió la ventana. Issei la estaba esperando en el balcón junto a esta. El niño quedó pendiendo peligrosamente de la ventana del segundo piso. Miyuki tomó su mano en un intento por ayudarlo a entrar, pero Miyuki ya era muy débil de por sí, era aún más débil ahora que estaba enferma.

Pero entonces Issei la agarró del hombro y se impulsó hacia adentro con esto, cayendo brutalmente sobre la cama rosada de Miyuki.

—¡Issei!—exclamó Miyuki mientras abrazaba a su amigo— Lo hicimos Issei, lo hicimo...

Ella no pudo continuar, otra oleada de toz le impidió controlar adecuadamente su boca.

—Ay, me pica mucho la garganta...—se quejó.

—Será mejor que te acuestes—opinó Issei—, para que no te enfermes más, digo.

—Pero...

—Miyuki, basta—ordenó él cobrando la autoridad que no había demostrado durante su estancia en la habitación de Miyuki—. Acuéstate ahora, no quiero que te enfermes mal...

Ella suspiró, no le gustaba que le dieran órdenes y tampoco le gustaba meterse a la cama.

—Está bien, está bien—dijo rindiéndose—. Me meteré a la cama.

Miyuki obedeció y se metió entre las sábanas, tosiendo una vez más entremedio de estas.

—Estoy bien—dijo finalmente tras darse vuelta hacia la pared—, buenas noches Issei.

—Buenas noches—dijo él mientras ingresaba a su lugar: el armario.

Pero aquellas dos palabras no se volvieron realidad. La lluvia no paraba de azotar los tejados y paredes de la casa, mientras que la toz de Miyuki no parecía tener clemencia y dejar a ambos niños dormir. Ya era pasada la media noche cuando Issei escuchó pasos fuera de su armario. La puerta de este se abrió y pudo ver la silueta de Miyuki justo frente a él.

Una hermosa tormenta de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora