𝔓𝔯𝔬́𝔩𝔬𝔤𝔬

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Pasó la página con la punta del dedo. Sostenía un libreto de hojas escritas a mano con pluma y tinta extranjera. Leyó con atención aquellos escritos que parecían irreconocibles por la tinta corrida. Eran bocetos, borradores que luego se transformarían en historias. Libros, estrictamente impresos, publicados en las librerías más famosas con venta en popa. Aquellos escritos que parecían hojas sin importancia, contenían más información explícita de lo que Roselia hubiera querido.

Tres golpes sonaron a la puerta. Roselia pidió que pase.

   —Su Alteza Real, tiene una invitada. La está esperando en el vestíbulo.— dijo una mujer vestida de mucama.

    —Gracias. Diles que ya voy.— contestó. La sirvienta asintió y cerró el portón de caoba blanco con extensos diseños bañados en oro.

Camino a las escaleras, Roselia se encontraba muy emocionada. Sostenía los dos extremos de su falda para agilizar el paso. Sus escoltas no tuvieron más opción que seguir su velocidad.

    —Princesa, vaya más despacio por favor.

Pasaron por un extenso camino contorneado por paredes blancas y mesillas puestas entre cada pilar. En cada mesilla reposaban floreros, estatuillas o decoraciones que le daban un toque sofisticado al ambiente. Pasaron por un pasillo de techo alto, decorado con enormes cuadros de pinturas realistas que representaban guerras, ángeles y reinos. Uno que otro retrato de algún familiar, tamaño dos plazas, se encontraba colgando junto a los cuadros. Una enorme alfombra roja los guiaba hasta la última habitación con una extensa puerta, parecida a la de su dormitorio, que era más ancha que las demás.

Roselia esperó a que su escolta le abriera la puerta.

    —He aquí Su Alteza Real. — anunció el escolta.

Una mujer de vestido rojo se encontraba sentada en el sillón más angosto. Sus ojos eran grandes y cafés. A Roselia le recordaban a los de un siervo.

    —Princesa.— dijo la mujer.

    —¡Latte! — exclamó emocionada. Corrió hacia la chica y la sorprendió con un fuerte abrazo. La chica no supo como reaccionar y le respondió con palmaditas en la espalda. Cuando la princesa se alejó, notó que la chica estaba sonrosada.

—Que gusto verte. ¡Te extrañé tanto!

    —A mi también me da gusto verla, Su Majestad.

    —O por favor, dime Roselia. ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo?

La chica sonrió con pena.

La ruta de la PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora