🪷 Capítulo 10 : Pensamientos en un calabozo.

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Llegué al imperio Helionne dos meses atrás. Como si de una revelación se tratase, me obsesioné en pedirle a mi padre que me dejara viajar a la capital del mundo en un trayecto de cuatro días de carruaje, sin importarme el doloroso camino de piedras y baches que te hacían escocer el trasero. Fue fácil convencerlo, desde que era muy niña, él siempre tuvo en cuenta mis decisiones, por lo que accedió a pedirle a un colega suyo que me hospedara en su mansión.

Acostumbrada a una vida de lujos y un círculo de conocidos que sabían de mi nombre, en aquél imperio yo era absolutamente desconocida. Fue como si un balde de agua fría callera sobre mí. Suelo ser modesta, pero me acomodaba a hablar unas cuantas líneas amables para que alguien se ofreciera a ayudarme, era un talento innato el mío de caerle bien a las personas sin hacer mucho, o al menos así lo era en mi nación.

En esta tierra de nadie, donde nobles y plebeyos migran con el sueño de mejores vidas, poco les importaba a las personas mi cara bonita y mi suave voz. Tenía que valerme yo sola, buscar por horas una dirección correcta para la biblioteca Imperial, contratar varios escoltas, debido a que me robaron joyas como cinco veces, y acostumbrarme a los golpes de hombro a hombro que te partían entre la multitud de transeúntes en las calles de la capital.

La comida era algo que destacar y los edificios eran espectaculares. Era una nación digna de llamarse la capital del mundo, pero a mí poco eso me importaba. Solo había ido a seguir mi pasión de lenguas antiguas y grande fue mi decepción cuando leí tras un estudio de siete días que estaba en la tierra equivocada.

Estuve apunto de organizar mi viaje de regreso, hasta que en uno de esos encierros en la biblioteca Imperial, justo antes de que me echaran del recinto, alguien chocó contra mí desparramando todos los libros que cargaba entre mis brazos. Cuando volví a abrir mis ojos, una jovencita de cabello esponjoso y dorado me tendía una mano y se disculpaba mil y una veces de ser tan despistada y no verme pasar. Me ayudó a levantarme y conversé con ella un rato, no me pareció que fuese diferente a los demás habitantes de Helionne, pero sentí, por alguna razón, que tenía un profundo interés en saber sobre mí. Y se lo concedí.

No había entablado conversación con nadie desde mi llegada y era un alivio que por fin alguien se acercara a hablarme. Yo era muy mala para iniciar una conversación, o en realidad, nunca había tenido que hacerlo, puesto que en mi hogar todos eran amables y muy curiosos de saber sobre de la vida del otro. Así fue como me amisté con Latte.

Ella me hacía sentir importante. Había estado tan sola en esta tierra de nadie, que estaba muy agradecida de tener una persona tan amable cerca mío. Me esforzaba por ser perfecta y sonriente, había leído que a las personas les gustaba mucho ser escuchadas, entonces me dedicaba a escucharla, me contaba muchas historias de su vida cotidiana y muchos de sus chistes que me hacían reír. Se convirtió en una amiga cercana y poco a poco fui siendo conocida por su pequeño círculo de amigos que tenía ella en la biblioteca. Ese era nuestro club, el club de lectura, donde nos reuníamos y leíamos juntas, mientras ella preguntaba cosas sobre mí y yo intentaba decir lo menos posible, era más importante mantenerme reservada. Nunca me quejaba.

La ruta de la PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora