🪷 Capítulo 7: Viva amargura

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Vigilaba a Latte todo el tiempo, no me despegué de ella ni un segundo excepto cuando me pedía soledad para desvestirse en su habitación y asearse para la cena o el almuerzo.

Mi nerviosismo se hizo evidencia y Latte me llevó a rincones cerrados varías veces a preguntarme qué me estaba pasando. Siempre respondía de que un sentimiento de ansiedad me poseía, tal vez, había leído una novela oscura, temática de terror y puro suspenso que el miedo se hacía real y protagonizaba mi vida.

Tenía miedo a ser abandonada, a ser intercambiada, como le cambias el vestido a una muñeca y lo guardas en el ropero por si algún día decides volvérselo a poner, ningún vestido será igual, todos son preciosos y ocuparon una parte de tu felicidad, pero en el olvido se guardan mejor los momentos de alegría.

Latte era serena y feliz como siempre. Nada había cambiado entre nosotras, excepto las veces en las que se escapaba cuando yo andaba en mis asuntos laborales y de vez en cuando la pillaba caminando sola por los jardines. En mi cabeza surgían mil y un ideas sobre qué es lo que estaba pasando.

Rondemio hacía sus labores de príncipe espléndidamente; su itinerario se basaba en encerrarse la mayor parte del día en su escritorio sin salir a excepción de la hora del almuerzo familiar y sus actividades esenciales. No dejaba que los caballos flojearan un solo día. Practicaba equitación a diario con su corcel preferido, un corcel lustrado de largas patas y pelaje blanco, y luego una sesión rudimentaria de caza con mi padre en el bosque de la finca.

Latte se la pasaba en su habitación del palacio escribiendo con tinta prestina en papel castello sus nuevas novelas y la última que estaba acabando. A veces iba a la biblioteca Imperial a pedir libros, se había interesado un poco en política y participaba en la cena familiar que compartíamos con mis padres.

Mis padres aceptaron a Latte como una adoptaba de la familia. Mi madre congeniaba con ella y mi padre se reía de sus comportamientos. Mi hermano y Latte se llevaban de encuentro las conversaciones en la mesa haciendo que todo sea una reunión armoniosa, como si fuésemos una familia humilde, apegados y sin etiquetas.

Todo era fantástico, sin embargo, la cercanía de mi hermano a Latte me ponía los pelos de punta. De vez en cuando, los encontraba caminando juntos por los pasillos del Center Hall, o husmeando por los jardines de flores, y cada vez que me acercaba se acallaban las voces y cambiaban de tema. Tenían secretos del que yo no era parte y me sentí rechazada por Latte, haciendo que le guarde hasta cierto resentimiento.

Por otro lado, mi hermano se esforzaba por no caerme mal. Me trataba con cariño como siempre, me llenaba de abrazos y caricias en la cabeza, al igual que Latte conmigo, y me engreía trayéndome caprichos de los largos viajes que hacía en misiones reales.

La ruta de la PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora