El paciente numero 67

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Ahí están otra vez, esos ojos grandes y brillantes mirándome entre los árboles. Últimamente veo con más frecuencia a ese búho. ¿Acaso me estaré volviendo loco? La última vez que intenté alcanzarlo fue en vano; se alejaba tan rápido como yo me acercaba a él.

- Carajo, concéntrate Mauro. Recuerda por qué estás aquí - se decía así mismo desde lo alto de un árbol, mientras observaba el panorama. Solo estaba allí porque el ambiente estaba particularmente raro y el aire se sentía seco, demasiado seco para ser un pueblo costero.

A la distancia y justo al frente de su posición se encontraba el hospital psiquiátrico de la Villa. Era enorme y con gran similitud a una cárcel. Él podía ver lo que nadie más podía ver: las distorsiones en el espacio sobre el hospital le señalaban una gran coherencia, algo inusual, algo o alguien lo estaba provocando. Podrían ser los Iluminados y, de ser así, eran demasiados.

La conciencia y el alma suelen confundirse como un mismo concepto, pero son distintos el uno del otro. Aunque ambos coexistan en las personas y junto al cuerpo formen el ser, hay quienes son más afines a una. Quienes son afines a la conciencia son llamados Iluminados y quienes son afines al alma son llamados brujos.

Mauro es de este segundo bando. Aunque su aspecto es joven, sus ojos han visto más cosas que las que ningún otro humano ha visto. La vida para él casi ha perdido sentido viviendo un sin fin de vidas. No puede morir, o técnicamente sí, pero siempre regresa de la muerte. Es como un sueño, un parpadeo. No importa cómo o dónde ocurra, siempre despierta unos años después desnudo en la playa.

Hace más de quinientos años, el cacique Tulu lo maldijo, ahogándolo en las aguas del mar, luego de que, por encargo de los colonos, intentara matarlo.
En un principio no entendió qué clase de castigo estúpido era darle vida eterna a tus enemigos, pero el tiempo fue inclemente y ver morir a tus seres queridos durante generaciones le ha hecho desear no despertar nunca más.

Divagando en sus pensamientos, los vio descender del cielo sobre el techo del hospital. Esas túnicas blancas eran indiscutibles, eran Iluminados.
Mauro saltó del árbol y, convirtiéndose en un cuervo negro, voló hacia el hospital. Los tres sujetos atravesaron el techo sin romperlo, perdiéndose de su vista. Posándose en una de las ventanas, los observó caminar por el pasillo. La distorsión del espacio se extendía como un hilo invisible hasta una de las habitaciones, la número 67.

Uno de los Iluminados arrancó la puerta de la pared con telequinesis. Dentro de la gran habitación blanca, había una camilla en el centro. Un joven altamente sedado estaba amarrado a ella de pies y cabeza, con los ojos vendados.

- Debes hacerlo rápido, sin que despierte - dijo uno de ellos.

- Desde aquí puedo partirlo en dos con solo pensarlo - contestó el más joven.

- Eres solo un iniciado y además un ignorante. Si expandes mucho tu campo neural, podrías chocar con el suyo. ¿Acaso no ves cómo distorsiona el espacio a su alrededor aún estando inconsciente? Jacob, mátalo tú.

El más alto de todos materializó una espada entre sus dedos. Mauro entendió que algo estaba mal, un Iluminado matando a otro Iluminado. Volvió a su forma humana entrando por la ventana. Los vidrios rotos y el fuerte aterrizaje alertaron a los Iluminados, quienes solo miraron por encima del hombro con desdén.

- Bajo campo neural, y esa aura oscura, un brujo - pensó uno de los Iluminados.

Agrietando el suelo mientras tomaba impulso, Mauro salió disparado hacia los tres hombres. El más joven se puso en su camino y posó su mano en frente. Con gran esfuerzo mental intentó detenerlo; la sangre empezó a brotar por su nariz, pero este no se detenía, no podía detenerlo. Un fuerte golpe le asestó en la palma de la mano, la energía del impacto recorrió su brazo destrozándolo por completo hasta su torso, para luego salir disparado al fondo del pasillo, atravesando la pared de la habitación y todas las siguientes.

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