El resurgente maldito

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En el año 1503, 11 años después de que Colón descubriera América, o más bien pisara tierras extranjeras que no necesitaban ser redescubiertas, una flota de 10 barcos partió nuevamente a territorio americano. Una flota muy grande, he de decir. Entre los tripulantes se encontraba mi persona. La tripulación era rara. La gran mayoría de hombres no lucían como soldados o como los típicos marineros. La gran mayoría eran ancianos y rezaban todo el tiempo, muy reservados todos, con aspecto de ser sacerdotes. Aunque es muy raro ver a un padre con tatuajes y aspecto de matón.

El viaje duraría 2 meses, al menos eso nos dijeron al abordar. La premisa por la cual iba era clara: debía asesinar al cacique de la tribu llamado Tulu, el cual comentaban que era un poderoso guerrero y que había causado graves problemas a embarcaciones anteriores. Los demás miembros de la tripulación desconocían mis motivos y yo los de ellos. Yo era considerado un hereje por muchos. De mi brazo dominante, el izquierdo, brotan unas cadenas doradas, con las que puedo matar a humanos y demonios por igual. La iglesia católica me acogió como su exorcista en los casos más extremos.

No habiendo pasado ni 5 semanas en alta mar, empecé a notar un comportamiento extraño en mis compañeros tripulantes. Realmente no éramos compañeros, ni siquiera hablábamos mucho, pero era lo que había. Por las noches, a muy altas horas de la madrugada, un grupillo se reunía a hablar en la planta más baja del barco, donde se guardaban los suministros. Me intrigaba lo que podían estar haciendo allá abajo, más que intrigarme, me alarmaba. Odio el océano y, en particular, detestaría morir ahogado. Si estos malditos planeaban un motín, los mataría primero. Es más, mataría a todos en todos los barcos antes de pensar siquiera en tocar el agua del mar. Así que, sin que nadie se diera cuenta, bajé a escuchar a esos malditos. Bajé por las escaleras y me quedé justo en la puerta, mientras los observaba por la cerradura de la misma. Estaban sentados todos junto a una lámpara de gas. Uno de los hombres se paró y tomó la palabra:

- Lamento decirles compañeros que hemos sido engañados. Nos han traído aquí con mentiras y premisas falsas. Acaso nadie se ha preguntado porque más de la mitad de la tripulación de este y los demás barcos, somos sacerdotes.

- Hehehe, lo sabía eran sacerdotes, que inteligente eres Mauro – me dije a mi mismo mentalmente.

- ¿A dónde quiere llegar con todo esto, hermano? Yo también soy sacerdote. Fuimos enviados con el propósito de enseñarles a todos los indios de América lo que es la religión católica - dijo uno de los hombres ante lo que su compañero le decía.

- ¿Enseñar? Dices. ¿Acaso eres tonto? Nos están enviando a la boca del lobo. Se dice que vamos directamente al mismísimo infierno. Esos indios no necesitan ser educados, ya saben suficiente. Si les damos más conocimiento, nos acabarán. Vamos directamente a la cuna de brujas más grande y más antigua del mundo. Cosas inenarrables nos esperan ahí. No nos llevan a predicar, nos llevan a luchar, y yo no voy a morir en esta misión suicida. Mi amor por Dios es muy grande, pero nos han traído aquí con mentiras y engaños, hermanos, y esta no es la manera de hacer las cosas.

- ¿Y entonces qué propones? – preguntó otro hombre.

- Propongo un motín esta misma noche, justo ahora. Los capitanes de esta nave y los no sacerdotes lo saben, son cómplices y deben morir.

- ¡Qué dices! Esas son locuras. ¿Cómo te haces llamar siervo de Dios si piensas de esa manera? No puedes actuar en contra de los mandamientos de Dios. ¿Acaso se te olvida el quinto, "No matarás"? - espetó el cura furioso mientras se paraba.

- Los que estén conmigo, pónganse de pie – dijo el sacerdote y en respuesta todos los hombres se pusieron de pie.

- Lo siento, hermano, pero la mayoría gana. Además de eso, ya sabes demasiado - dijo un sacerdote mientras otro le clavaba un puñal por la espalda al que no estaba de acuerdo. Luego de escuchar y ver esto, no quedaba duda alguna: el motín sería inevitable. Debía avisarle a los demás.

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