3- El príncipe lujurioso.

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Hace mucho tiempo en un reino muy lejano vivía un príncipe.

Nuestro príncipe no era lo que todos llamarían honorable o caballeroso. No pensarías en él al hablar de un príncipe, a decir verdad. Y no, no es que sea fea o débil o cobarde. Es solo que el príncipe es… bueno. Mejor te lo muestro. Dudo mucho que entiendas a menos que lo veas (leas) por ti mismo.

Tan solo advierto que ésto no es apto para menores.

En una torre en lo alto de los cielos, desolada y desgastada, el querido príncipe Reylan se encontraba boca abajo en el tercer colchón que pedía esa semana. Su cabello se encontraba desordenado, su ropa arrugada y a sus espaldas un guardia de complexión robusta estaba brutalmente invadiendo su agujero trasero mientras el príncipe Reylan gemía sin inhibiciones. Reylan ni siquiera sabía el nombre de aquel hombre, pero tan alto y fuerte que no pudo resistirse a probarlo. Y vaya que no había decepcionado en lo más mínimo.

Reylan no conocía la vergüenza o el pudor. Para él, su placer era lo más importante y el resto del mundo debía esperar a que estuviera satisfecho para continuar. Desde temprana lo supo, mas esperó lo suficiente para buscar en las camas de aquellos a su alrededor aquel placer que tanto le anhelaba.

Con los guardias era fácil. Pobres hombre solitarios, cuyo día se pasaba sólo mirando los pasillos del palacio a la espera de una amenaza que jamás llegaría. Reylan solo tenía que acercarse y susurrar palabras sugerentes en sus oídos para atraerlos hacia un rincón oscuro donde podía satisfacerse. Casi siempre eran cosas rápidas que excitaban al príncipe por el miedo a ser atrapado. Usar su boca en un pasillo oscuro, dónde cualquiera podría verlo era de lo más estimulante para él. Claro que no tan estimulante como ser tomado por los guardias en los balcones, jardines, salones, armarios y… bueno, cualquier lugar.

Reylan era extremadamente feliz así.

Nada ni nadie podía hacerle cambiar su estilo de vida.

Las embestidas del guardia aumentaron su ritmo ante el cercano orgasmo. Reylan, siempre hambriento por más, llevó una mano hacia su propio agujero solo para sentir como la piel se estiraba para recibir en lo profundo de sus entrañas aquel magnífico pene. Soltó una gran risa que terminó convirtiéndose en gemido apenas su próstata fue rozada. Reylan se dejó caer, solo sus caderas elevadas para encontrarse con las del guardia.

—¡Ah, sí…! ¡Sí! ¡M-Mas!

Los gritos de Reylan eran tan altos que ni una sola persona en toda la torre pudo ignorarlo. La mayoría escuchó con erecciones evidentes, ansiosos por su turno en follar al príncipe. Nadie ahí era ajeno a los hábitos del principe Reylan.

Finalmente el guardia dio una embestida que llevó a Reylan al límite. Su mirada se nubló y su cuerpo entero se contrajo, mientras de su miembro salía disparada toda su esencia. Entre jadeos el príncipe se las arregló para levantarse y rodear la cabeza del guardia por encima de su hombro. Su voz era suave y seductora.

—¿Todavía quieres más?— susurró el lascivo príncipe. —¿Aún no estás satisfecho con tu príncipe?

El guardia solo gruñó. Con un último empuje de sus caderas terminó corriendose dentro del lujurioso principe, que por poco alcanzó otro orgasmo solo con sentir el cálido semen deslizarse a través de su canal. Ambos acabaron con un gemido.

Reylan no tardó en recomponerse y recoger su ropa, que por cierto estaba esparcida a lo largo de toda la recámara. Estaba a punto de mandar al guardia fuera cuando escuchó pasos desde la puerta.

Rodó los ojos.

Aquí vamos otra vez.

La puerta se abrió de golpe. A través de ella entraron muchos guardias, y por supuesto el rey.

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