5- El acosador.

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Todo empezó con una caja de bombones.

Holland acababa de llegar a casa después de sus lecciones de piano. El viaje en autobús le había tomado un par de horas. Vivía lejos de la ciudad. En resumen, para él todo era lejos. Tenía que pasar mucho tiempo en autobuses, taxis o autos de cualquiera que fuera lo suficientemente amable para llevarlo hasta sus clases.

Holland vivía solo. No tenía padres ni familiares que estuviera pendientes de él.

Fue por eso que nadie notó la caja de bombones esperándole frente a la puerta de su casa o la nota que encontraría luego en su cama. Holland no la notó tampoco al principio. Estaba tan cansado y débil que entró sin siquiera detenerse a mirar la hermosa caja de color morado que descansaba en su puerta. Holland se lanzó a su cama y cerró los ojos, durmiendo como un bebé.

El cuerpo de Holland fue escondido bajo una sábana.

Sin darse cuenta, una figura vestida de negro irrumpió en su habitación. Se acercó lentamente al cuerpo que descansaba sobre la cama. Sus manos, cubiertas por cuero negro, acariciaron la delicada piel llena de pecas. Sus dedos subieron por el cuello de Holland, enredándose en varios mechones negros que eran tan suaves como la seda. Bajó una vez más, acariciando con lujuria un par de labios rojizos y abultados.

El enmascarado bajó la mirada.

Holland tenía un cuerpo hermoso. Su rostro era delicado como una flor, mientras que él resto de él estaba esculpido como una estatua antigua. Sus músculos sobresalían, su figura era gruesa y sus pechos eran tan abultados que se marcaban contra su camisa, no importa que tan fuerte o resistente fuera. Nadie que conociera a Holland podía negar el obvio atractivo que representaba su cuerpo. Un rostro bello y un cuerpo atractivo. Era realmente una combinación peligrosa.

El enmascarado no pudo resistir la tentación y abrió la camisa de Holland solo un poco. Su pecho era tan grande que la camisa se terminó de abrir por sí sola, empujada bajo la fuerza de sus gruesos pechos. El enmascarado soltó una risita. Ah, cuánto daría por inclinarse y probar esa deliciosa piel tan solo una vez…

Sin embargo no era tiempo. Aún no.

Faltaba poco.

Con un suspiro recogió la caja que estaba frente a la puerta y la depositó encima de una mesa que estaba junto a la cama. De ese modo Holland sería incapaz de ignorarla.

Cuando el pelinegro despertó, lo primero que vio fue la caja de bombones. Le dio curiosidad, porque no recordaba haberla visto antes. Aún así, la atribuyó a su cansancio y se dijo a sí mismo que tal vez la había comprado y no lo recordaba. Era tan ingenuo que nada más se le pasó por la cabeza.

Holland salió de casa como todos los días. La única diferencia en ese momento fue que salió comiéndose uno de los bombones. Sabían muy bien. Eran de chocolate y fresas, su favorito.

Asumió que los había comprado sin darse cuenta. No había nadie que conociera sus gustos tan bien. De todos modos, a nadie le interesaría mandarle esas cosas.

Llegó a la ciudad, vió sus clases como siempre y se dirigió a un café para tomar su malteada de todos los jueves. Allí repasó sus lecciones y se dedicó a relajarse por un rato.

Volvió a casa con una sonrisa.

Su rutina se repitió durante un mes.

Luego apareció una carta en su almohada.

Extrañado, Holland la leyó.

» Mi dulce Holland,

Cada día que paso sin tocarte es una tortura. Siento que me vuelvo loco. Ya no es suficiente con verte, no, necesito abrazarte. Besarte, probarte. Hay tantas cosas que quiero hacerte que no caben en este pedazo de papel. Ay Holland. No sabes lo que le haces a mi pobre corazón. Espero que te gusten mis regalos. Te daré todo lo que pidas, tu sólo dime.

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