Malihk no podía recordar mucho de su infancia más allá del doloroso entrenamiento al que fue sometido desde los cinco años para convertirse en el esclavo perfecto. Le enseñaron a no hablar sin permiso, a no levantar la cabeza a menos que se lo pidieran, a no moverse ni un centímetro sin que se lo ordenaran y a obedecer son preguntas cada orden que le fuera dada por su amo, sin importar qué tan peligrosa fuera. Sí su amo le pedí apuñalarse a sí mismo, Malihk debía hacerlo.
Malihk fue vendido a la edad de quince años a un viejo señor. Por años no hizo más que servir como criado, limpiando y cocinando todos los días para el anciano y su familia. Luego los hijos del señor empezaron a llamarlo en las noches en busca de otros servicios. Malihk obedeció cada vez, complaciente y dócil como lo habían entrenado. Estando con ellos no pronunció jamás una palabra pues estaba prohibido. Era solo un esclavo, no tenía necesidad de palabras.
Pasados diez años ya estaba muy viejo para el gusto de su amo y los hijos de su amo, por lo que fue vendido a bajo precio a un burdel en lo más bajo de la capital. Allí sirvió durante otros cinco años, hasta que ya era muy viejo para atender a los clientes.
Fue entonces que lo enviaron al palacio como regalo para el sultán. No duró mucho en ese lugar antes de ser enviado como regalo para uno de los mejores generales del sultán. Un hombre tan desquiciado como eficiente en el campo de batalla.
Malihk no tenía muchas esperanzas con respecto a su nuevo hogar. Asumió que su rol sería igual que siempre, que estaría a servicio y disposición de aquel general.
Pero cuando conoció al general, algo cambió.
El general Aladhjin era tan desquiciado como imaginó. No le prestó mucha atención cuando fue presentado como regalo más que para reírse y ordenarle que matara a los hombres a su lado, los enviados del sultán. Todos a su alrededor rieron, tomándolo como broma, pero Malihk hania escuchado una orden y no podía negarse. Rápidamente sacó un cuchillo y degolló a los dos hombres. Para su sorpresa una risa surgió en su garganta, descontrolada e involuntaria. Jamás había matado, pero de repente la idea le parecía divertida. Excitante.
Los ojos de Aladhjin lo miraron con asombro, curiosidad y un deje de calor que para Malihk fue indescifrable al momento.
Aladhjin estalló en risas, para asombro de todos los demás. Se inclinó hacia adelante sujetando su estómago con lo fuerte que eran sus carcajadas. Malihk se quedó en su lugar, sin moverse, hasta que Aladhjin le dirigió la palabra una vez más.
—¿Cuál es tu nombre?— preguntó.
Malihk inclinó la cabeza.
—Malihk, mi señor.
El general no habló más. Se dió la vuelta y desapareció en el interior del palacio.
Inseguro de qué hacer, Malihk permaneció de pie en medio del patio hasta que alguien lo llevó hacia sus aposentos. Malihk no esperaba nada grande. Estaba acostumbrado a dormir sobre camas improvisadas o habitaciones diminutas. A sus dueños nunca les importaba si se sentía cómodo. No, era mucha amabilidad darle un lugar para dormir en lugar de mantenerlo de pie como a otros esclavos.
Malihk descubrió que la habitación que tenía en el palacio era enorme. Había un gigantesco candelabro, muchas ventanas y una especie de cortinas decorando toda la habitación. Era una habitación digna para reyes y reinas.
Y le pertenecía a un simple esclavo.
Malihk no perdía el tiempo en sentimentalismos. Se fue a dormir y dejó que su mente lo llevará lejos.
Al día siguiente Malihk fue llamado por su amo para atender a los invitados de un banquete. Malihk supuso que se le requeriría bailar o cantar para entretener a los invitados, lo que le gustaba a sus antiguos amos muchísimo. Sin embargo al llegar al salón principal del palacio, no había nadie más que Aladhjin en medio del lugar. Malihk se detuvo en medio del salón. Sus tobillos y muñecas tenían cadenas con pequeñas campanas que emitían ruido a cada paso que daba.
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mini historias
Любовные романыMini historias que se me ocurren pero no llegan a desarrollarse en una historia extensa. Espero les gusten.