Calix ya estaba aburrido de los mismos clientes aburridos todos los días.
No es que hubiera escasez. Por el contrario, tenía una larga lista de clientes más que encantados de pasar la noche con él. Algunos dirían que su número de clientes de hecho excedía el estándar, pero a Calix le parecía poco. No había variedad. Todos eran el mismo tipo de hombre; lujuriosos, desesperados y en exceso fascinados por los placeres que le ofrecía el cuerpo de Calix. En general estaba contento con satisfacer sus primitivos deseos. Solo que, últimamente, Calix sentía que había caído en una especie de rutina repetitiva. Cada vez se le hacía más tedioso tener que ir directo a desvestirse y abrir las piernas. No había juego. No había diversión.
Estaba muy aburrido.
Calix era la estrella de su burdel. Aunque sus compañeras y compañeros de seguro insistían en que todos estaban en iguales condiciones, era un secreto a voces que Calix se llevaba todo lo mejor del negocio. En parte porque era el hijo de la madam, y en parte porque sinceramente le gustaba el sexo. Lo veía como un hobby cualquiera y lo hacía con tanto gusto que ningún hombre se le podía escapar. Decirle zorra seria muy acertado, si bien no le gustaba que utilizaran ese término para él.
Calix estaba aburrido.
Por eso fue que decidió negar sus servicios hasta nuevo aviso.
A nadie que lo conociera bien le sorprendió esa decisión. Calix era demasiado impulsivo y caprichoso. Si trabajaba en el burdel era por voluntad propia. Y así como decidió trabajar, decidió ya no trabajar. Empezó a actuar como la madam. Supervisó a las demás muchachas y muchachos, aconsejó a los más nuevos y se encargó de las finanzas del burdel. Su madre hacia todo lo demás, como vigilar a los clientes de mano suelta y asegurarse de que ningún trabajador terminara herido. Estaba muy feliz con está nueva rutina.
Además, en solo dos años de servicio había amasado suficiente dinero como para cubrir la deuda de su puesto en el burdel.
El negocio iba bien.
Calix bajó los escalones del burdel ante la primera señal de alboroto en la calle de enfrente. El muchacho, de cabello negro como la noche y piel lechosa, vestía un corset escarlata y una corta falda negra que se abría a la altura de sus rodillas y caía a los costados en varias capas. Un liguero negro y plateado descansaba en su muslo, apenas visible bajo la falda, y encima de unas medias transparentes. Su cabello no era tan largo, pero si lo suficiente como para hacer dos trenzas a cada lado de su rostro y posteriormente llevarlas hacia atrás de manera que cubrían su nuca. Una cinta roja le sostenía el cabello.
Nadie deduciría que se trataba de un hombre, pues sus rasgos eran andróginos y la extensión de su cabello le daba un aspecto femenino. Le servía para engañar a los clientes menos "curiosos".
Calix se asomó a la ventana con el segundo golpe que escuchó afuera. Si curiosidad solo creció al ver que las demás muchachas murmuraban entre si, aparentemente curiosas por lo que estuviera afuera. Calix llamó a una de las más vendidas para preguntarle qué pasaba.
-Madam, hay un muchacho joven y apuesto en la tienda del señor Barnes.
Calix rodó los ojos.
-¿Para eso tanto escándalo? Pensé que tenían suficientes hombres.
La muchacha soltó una pequeña risa de complicidad con Calix, pero pronto se compuso para explicar mejor la situación.
-Es un hombre muy apuesto, madam. Creo que podría ser el hombre más apuesto que hayamos visto.
Eso llamó la atención de Calix. No era secreto que moles de rostros, desde el más feo hasta el más hermoso, pasaban por las puertas del burdel. Uno aprendía a ser indiferente luego de un tiempo a tales cosas. Si las muchachas estaban tan sorprendidas, de seguro había una razón.
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mini historias
RomanceMini historias que se me ocurren pero no llegan a desarrollarse en una historia extensa. Espero les gusten.