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Feli navidad, besties.

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Los meses transcurrían como capítulos de una novela épica que escribíamos a distancia. A pesar de la distancia geográfica, Randy y yo nos esforzábamos por construir un puente virtual que uniera nuestros mundos. Las llamadas y mensajes se convirtieron en hilos que tejían una conexión sólida, desafiando la separación física.

Randy, inmerso en su mundo musical, compartía entusiasmado detalles sobre sus ensayos con la guitarra. Cada nota, cada acorde resonaba en sus palabras, transmitiéndome la pasión que siempre había caracterizado su arte. Sus proyectos musicales, como pinceladas en un lienzo, tomaban forma a medida que describía sus ideas y ambiciones. La distancia no mermaba su entusiasmo; más bien, cada revelación era como un fragmento de su corazón que me entregaba a través de las ondas digitales.

En mi pantalla, compartía mi vida día a día. Los streams no solo eran mi trabajo, sino también una ventana hacia mi mundo para Randy. Le narraba las historias divertidas y a veces surrealistas de la comunidad virtual que se había formado alrededor de mis transmisiones. Hablaba de la cotidianidad, de los desafíos y triunfos que encontraba en mi rutina. Cada palabra era una forma de mantenerlo actualizado sobre mi vida, una forma de romper la barrera de la distancia.

Las conversaciones también se llenaban con la voz de mi madre, quien no dejaba de preguntar por Randy. Su curiosidad maternal se extendía a través de la pantalla, queriendo saber detalles sobre su día a día, interesada en los proyectos que lo mantenían ocupado. Sus preguntas y consejos, aunque a veces excesivos, eran un recordatorio tangible de la red de apoyo que teníamos a nuestro alrededor.

A pesar de los desafíos inherentes a la relación a distancia, encontrábamos maneras de mantenernos conectados. Intercambiábamos fotografías que capturaban momentos cotidianos, compartíamos canciones que evocaban recuerdos compartidos, y nuestras voces resonaban en el espacio virtual con risas y confidencias. La relación se volvía una obra maestra de paciencia y compromiso, cada mensaje una nota en la sinfonía única de nuestra historia. Cada gesto, cada palabra, cada expresión se convertía en un testimonio tangible de que el amor puede florecer incluso cuando los kilómetros se interponen entre dos corazones.

Los días transcurrían con normalidad hasta que, de manera abrupta, los mensajes de Randy dejaron de llegar. La pantalla de mi teléfono permanecía inexplicablemente vacía, y la ausencia de sus palabras resonaba con un silencio que se volvía cada vez más inquietante.

Las horas se estiraban como elásticos de incertidumbre, y mi mente comenzó a danzar con el eco de posibles razones detrás de su silencio repentino. ¿Había hecho algo mal? ¿Acaso había dicho algo que pudiera haberlo herido? Las dudas se amontonaban, creando sombras en mi tranquilidad.

El espacio virtual que antes compartíamos se sentía ahora como un vasto abismo, y la preocupación se apoderaba de mis pensamientos. Cada intento de encontrar respuestas en mis recuerdos de las últimas conversaciones era infructuoso. La incertidumbre se convertía en un nudo en mi estómago, y las posibilidades, por más improbables que fueran, se convertían en fantasmas que acechaban mis pensamientos.

La espera se volvía un ejercicio de paciencia forzada, cada día que pasaba amplificaba la sensación de vacío. Los mensajes no contestados se volvían un peso en mi corazón, y la idea de haber perdido la conexión que habíamos cultivado generaba un dolor sutil pero persistente.

Las noches se volvían aliadas de la sobrethinking, donde la mente navegaba por los recovecos de todas las posibles explicaciones. La incertidumbre se disfrazaba de monstruo bajo la cama, y mi imaginación creaba escenarios que iban desde lo más trivial hasta lo más catastrófico.

Finalmente, cuando la preocupación amenazaba con convertirse en desesperación, un mensaje iluminó la pantalla. Las palabras eran simples, pero dolorosas.

La pantalla parpadeó, anunciando la llegada de un mensaje que había esperado con ansias y temores simultáneos. Las palabras de Randy aparecieron, sencillas pero con un peso que resonó en la quietud de la habitación. "Lo siento, de verdad", se leía en la pantalla, una disculpa que llevaba consigo la carga de una confesión que había dejado una brecha entre nosotros.

Describió una noche de salidas con amigos, una sutil embriaguez que desencadenó un beso con una chica en un momento de debilidad. Sus palabras se convirtieron en un torbellino de culpabilidad y vergüenza, como si estuviera confesando un pecado que lo había arrastrado a un estado de introspección.

A pesar de sus disculpas, la herida persistía, y mi respuesta fue un silencio cargado de lágrimas. Las emociones se desbordaron y, sin poder contener el torrente de sentimientos, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Cada gota era una expresión tangible de la decepción y la tristeza que se apoderaban de mi ser.

En un acto de desesperación y necesidad de espacio, dejé de contestar los mensajes. Los "vistos" se acumulaban, pero las palabras no encontraban el camino de regreso. La distancia virtual se convertía en una barrera que reflejaba la brecha emocional que se había abierto entre Randy y yo.

Las noches se volvían solitarias, envueltas en la tristeza de lo que una vez fue.

La habitación se sumió en un silencio tangible cuando las confesiones de Randy colmaron la pantalla. La explicación sobre aquel beso efímero, alimentado por el alcohol y la imprudencia, se enraizó en el aire como una verdad incómoda. Mis ojos, aún empapados por la sorpresa, no podían evitar dejar escapar las lágrimas que habían estado luchando por salir.

Randy, en su sinceridad, había dejado ver la culpa y la vergüenza que lo consumían. Aunque buscaba reparar lo irreparable, cada palabra desataba una tormenta de emociones en mi interior. La decepción se entrelazaba con la tristeza, y la confianza que alguna vez parecía inamovible se resquebrajaba. Finalmente, la noche se volvía cómplice del dolor.

En medio de la tormenta emocional, me encontraba inmersa en una maraña de preguntas sin respuestas claras. Mi mente, agitada por la decepción y la tristeza, estuvo dando vueltas a una serie de interrogantes:

¿Cómo llegamos a este punto?

¿Es este el fin de lo que teníamos?

¿Hasta qué punto puedo aceptar las disculpas y seguir adelante?

¿Puedo confiar en que esto no volverá a suceder?

¿Debo seguir respondiendo sus mensajes o dejarlos en visto como una forma de protección?

¿Fuí suficiente?

Lo nuestro...¿Fue real?

Cada pregunta era como una pieza en el rompecabezas emocional, formando parte de una tormenta mental que requeriría tiempo, reflexión y decisiones difíciles.

Finalmente abracé la almohada hasta quedarme dormida, dejando el celular de lado, el cual todavía estaba sonando.

...

𝙰𝚜𝚖𝚘𝚍𝚎𝚘; 𝚂𝚘𝚍𝚘 𝚐𝚑𝚘𝚞𝚕 (𝙿𝚎𝚛) 𝚇 𝚏𝚎𝚖𝚊𝚕𝚎 𝚛𝚎𝚊𝚍𝚎𝚛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora