IV

481 40 0
                                    

Jaehyun se despertó de los sueños del incendio. El sabor de la ceniza llenaba su boca como siempre lo hacía después de sus pesadillas.
Se tambaleó hasta el barreño y salpicó su rostro. Volteó la vista hacia la cama. El muchacho había desaparecido desde hacía mucho tiempo, devuelto al burdel, y Jaehyun estaba aliviado por eso, para no tener que responder a torpes y bien intencionadas preguntas.

Había momentos en que Jaehyun se permitía vivir en el pasado -en el gran incendio que destruyó a su familia y la mitad del palacio hacía tantos años- en la mujer, Minjeong, que lo había seducido en la complacencia, para que confiara en los Kim, para que pensara en ellos como aliados.
Había momentos en que recordaba cómo la destrucción de su clan era culpa suya, que si no hubiera estado atrapado en las fantasías de casarse con ella, podría haberse dado cuenta de su traición. Había días en que lamentaba su propia supervivencia, cuando se preocupaba de la vieja herida, la vieja culpa, hasta que amenazaba con sangrar de nuevo.

Pero hoy no era uno de esos días.

Había trabajo por hacer.
Jaehyun no era creyente de martirizarse. No cuando había medidas que debían tomarse.



****



La seguridad seguía siendo un problema en el palacio. Jaehyun tenía una desconfianza inicial por cualquier edificio cuyo cada rincón no hubiera explorado. No se podía ni imaginar cómo los Kim habían destrozado el palacio durante su corta estancia, que pasajes ocultos podrían haber construido en la ausencia de los Jeong. Dada la cantidad de recuerdos de la infancia de Jaehyun que había aquí, el palacio debía sentirse como su hogar, pero en su lugar se sentía de alguna manera irritante, incluso amenazante, como si los Kim no se hubieran ido completamente.
Había una punzada de inquietud que aún persistía, un suspenso extraño que levantaba el vello de la nuca de Jaehyun, que le hacía mirar dos veces cada sombra y cada atisbo de movimiento.

Tal vez era debido a lo que pasó con Minjeong. Tal vez nunca confiaría en nadie otra vez.
De cualquier manera, la seguridad era una preocupación, y no escatimaría esfuerzos en la verificación del nuevo personal del palacio y en deshacerse de los que se rumoreaba eran los favoritos de los Kim. Tampoco escatimaría ningún esfuerzo para registrar a detalle el propio palacio, buscar paredes finas y compartimentos secretos.

El hecho de que dos de los Kim sobrevivieran a la batalla y escaparan (Kim Hyong, hijo de Joong, y su belicosa hermana, Eunha) mantenía a Jaehyun despierto por la noche.

Bueno, a menos que estuviera jodiendo a su nueva mascota hasta el agotamiento mutuo.
Taeyong estaba demostrando ser un mejor tratamiento para el insomnio que varios vasos del vino más fino.
Pero ahora no era el momento para que Jaehyun se distrajera con los placeres futuros. Más bien, debería estar más preocupado por los peligros potenciales.

—¿Ya has terminado de registrar el Ala Este?

Jaehyun preguntó a Jeno, quién había estado llevando a un equipo de soldados seleccionados cuidadosamente por el palacio, dando golpecitos en las paredes y presionando las orejas sobre cualquier mampostería que sonara a hueca.

—Sí, señor,—respondió Jeno inteligentemente.
—Había dos compartimentos, uno detrás del retrato de Lord Joong... el usurpador, el cual ya ha sido retirado.

—No me preocupan los retratos
Jaehyun ladró.
—¿Dónde estaba el otro compartimento?

—A la vuelta de la escalinata, señor.

—Maldita sea.

—Si ayuda, — Jeno dijo
—No había compartimentos o pasadizos en el Ala Oeste.

—Sólo porque fue reconstruida con el propio ladrillo del diablo después de que el fuego se la llevara.

Jaehyun ya no se estremecía cuando se hablaba del fuego que mató a su familia -el fuego que los Kim comenzaron.

—Tuvieron que estabilizar el palacio. No podían darse el lujo de que la fachada occidental fuera penetrable por debilidades estructurales, sobre todo porque fue la más afectada.

Jeno permaneció en silencio por un momento.

—Sobre el tributo anual al rey...

—Enviaré a Johnny a que lo lleve. Hyuwon es un rey codicioso. Estará lo suficientemente feliz de obtener su tributo de quien sea quién gobierne Havisham. No se preocupará por la política local.

—Sí, señor.
Jeno se relajó minuto a minuto como aliviado.

—¿Qué, no quieres alejarte por unas semanas?

Al final Jaehyun se permitió sonreír, aunque sabía de buena fuente «Taeyong» que su sonrisa no era más que una cosa ganchuda y carnívora y era más amenazante que cualquiera de sus otras expresiones.

—He oído que estás completamente tomado por uno de los cortesanos del Pabellón Peonía. El muchacho Jaemin, ¿no es así?

Jeno se puso rojo hasta las raíces de su cabello.
—Yo... Señor, yo...

—Descansa. Entiendo la naturaleza de tales atracciones. Pero aún así ten cuidado no te dejes llevar por una cara bonita hasta el punto de que confieses la naturaleza de tus propósitos, horarios o funciones. La batalla ha terminado, pero la guerra continúa. No todos los Kim están muertos aún. Y tienen una forma de usar... el encanto (no Minjeong, no iba a pensar en Minjeong) para conseguir lo que quieren.

Jeno se veía debidamente castigado.
—Sí, señor.

—Puedes irte.

Jeno hizo una reverencia, dando el saludo ritual, y salió.



****



A pesar de evitar la sala del trono tanto tiempo como le fue posible le recordaba a Jaehyun demasiado a su padre- Jaehyun descubrió que tenía que presidir de vez en cuando.

Era el quinto día de su regreso y no se había dado un banquete de celebración oficial, un hecho que al parecer tenía al maestro de ceremonias en un ataque.
Le informó a Jaehyun que cada cocinero y fregona se había estado preparando para el evento, que debería celebrarse a más tardar el séptimo día, como era costumbre.

—Será un mal augurio si el festejo no marcha impecablemente — balbuceó el maestro de ceremonias, retorciéndose las manos.
—Debemos hacer la celebración más impresionante en la historia de la ciudad.

—Entonces hazlo —dijo Jaehyun, no queriendo escuchar ni un minuto más de cháchara supersticiosa.
—A la cocinera principal se le han otorgado todos los cazadores que necesita para que traigan la carne. Tú has sido autorizado para hacer lo que desees. Así que hazlo, y déjame fuera de ello.

El maestro de ceremonias lo miró quejumbrosamente como lamentando el desinterés de Jaehyun en un tema de tal importancia y preguntó

—¿Y qué hay de su compañero, señor? El Lord siempre tiene un compañero para tales festejos y necesitaré tener las prendas cosidas para él o ella.

—Él —dijo Jaehyun muy rápidamente, recomponiendo su mente abruptamente.

Taeyong tendría que hacerlo.
Jaehyun no estaba de humor para pasar toda la noche vagando alrededor de algunos estúpidos y parloteantes nobles. Taeyong y su refrescante ingenio serían mucho más agradables.

—Y no lo acicales o lo engalanes demasiado. Deberá ser una túnica para un muchacho de estatura media y complexión delgada, nada más.

—Pero, mi lord...

—Dejarás la túnica y las calzas en mi habitación la noche del festejo.

—P-pero, yo preferiría medirlo.

—Desdeña ser medido, al igual que yo. Elabora la túnica como he dicho y no me quites más el tiempo. Puedes retirarte.

El maestro de ceremonias se inclinó desolado, con una expresión abatida en el rostro, antes de escurrirse entre la multitud de cortesanos.

—Bien, bien, bien,— dijo otra voz, y Jaehyun se dio vuelta para ver a su tío, Siwon materializarse junto al trono.

Tenía una manera de aparecer de la nada, la cual una vez le había hecho un excelente compañero con el que jugar al escondite cuando ambos eran niños. Ahora, como el único otro sobreviviente Jeong, ocupaba el cargo de Consejero Principal.

—¿Quién es este muchacho que estás tan decidido a que te acompañé? ¿Es ese cortesano sobre el que he estado escuchando tanto?

—Tío, por favor.
Jaehyun se pellizcó el puente de la nariz.
—No tú.

—¿Has estado recibiendo preguntas sobre él de una corte curiosa, eh?

—No es más que un concubino.

—Es sólo un ser humano que pareces capaz de tolerar a diario.

Siwon señalo secamente.

—Eso por sí solo lo hace notable.

—Tío.

—¡Está bien, está bien! — Siwon se rió.
—Veré la cartografía del Ala Norte, como instruiste. Que estés bien, Sobrino.

—Que estés bien.

Y Siwon se fue.


Jaehyun se sentó allí, bullendo mientras se veía obligado a escuchar el parloteó de los cortesanos con bastantes agravios y quejas menores. Con todo y que había recuperado su hogar, echaba de menos la simplicidad de la batalla.
Nadie en su sano juicio extrañaría su crueldad, pero Jaehyun extrañaba cómo todos los peligros eran conocidos, cómo eran claros e inminentes, y todo lo que tenía que hacer era empalarlos en el extremo de su espada.



****



Aunque Jaehyun seguía con su entrenamiento, la ausencia de la tensión de una batalla significaba que a menudo estaba a rebosar de energía física, del tipo que liberaba cada vez que estaba con Taeyong, jodiendo al muchacho en todas las formas posibles, tan exhaustivamente como podía, en todas las posiciones imaginables.

A veces, sin embargo, quería tomarse su tiempo.
Como hoy.
Jaehyun retorció los dedos aceitados dentro y fuera del culo de Taeyong con cuidado, a veces sumergiéndolos apenas más allá del primer nudillo, a veces yendo profundo. Estaba provocándolo, y Jaehyun lo sabía.
Gozaba de la agonía en la que estaba poniendo a Taeyong, de la lentitud dolorosa que lo hacía retorcerse y sollozar. Estaba a cuatro patas sobre la cama de Jaehyun, arqueando la espalda e inclinándose alternativamente como una gata en celo, con las uñas clavadas en el colchón.
La línea brillante de su columna vertebral era encantadora a la luz del fuego, iluminada en dorado como la cuerda de un arpa, un arpa que Jaehyun tocaba a su antojo sólo para oírlo cantar.

Y, oh, el chico cantó. Suplicó, maldijo, y se las arregló para colar una mano debajo de sí mismo para tocar su pene, a pesar del hecho de que Jaehyun le había dicho expresamente que no.

Jaehyun lo castigó con una palmada fuerte, una que hizo a Taeyong mecerse hacia adelante, gimiendo.

—Por favor —dijo Taeyong.
—No puedes...

—Puedo, y lo haré. Levántate.

Taeyong abrió sus piernas aún más, como si comportándose más sumiso compensara su desobediencia.

—Levántate.

Taeyong se levantó temblando, claramente combatiendo el impulso de tocarse de nuevo.
Se veía obsceno, su pene tan duro y húmedo que brillaba, al igual que sus muslos internos brillaban con todo el aceite que Jaehyun había puesto en él, tanto que se había desbordado y empapado las sábanas.

—Los brazos sobre tu cabeza.

Taeyong levantó los brazos, y Jaehyun se limpió la mano resbaladiza de aceite en un trozo seco de la colcha antes de alcanzar uno de los lazos con borlas de las cortinas que colgaban del gancho por encima de la cama.
Honestamente nunca se le había ocurrido usarlo para este fin antes, pero ahora parecía oportuno atarlo en torno a las muñecas de Taeyong por lo que se encontraría atrapado en una posición vertical con las rodillas sobre la cama, y los brazos estirados por encima de él.

—Bien.

Jaehyun dirigió una palma hacia abajo de la cintura de Taeyong, apreciando el estremecimiento que atormentó el cuerpo ajeno. Entonces se tumbó, se estiró bajo Taeyong, y sonrió con satisfacción.

— Siéntate en mi pene.

—Jódete, —dijo Taeyong.

Sus ojos brillaron con lágrimas no derramadas, pero la línea de su mandíbula era testaruda.

—Eso es exactamente lo que estoy sugiriendo que hagas. ¿No? No te vas a venir si no lo haces. Sigue así, y no te podrás venir en absoluto.

Taeyong apretó los dientes. Se veía perfecto así, tan perfecto que Jaehyun interiormente se comprometió a dejarlo venirse de todos modos. Aunque no lo dijo.

—Piensa en ello. No vas a conseguir venirte. Puedo sólo... frotarme contra tus muslos.

Jaehyun levantó un poco sus caderas, haciendo precisamente eso. Tuvo que luchar contra un estremecimiento propio al deslizar la punta de su pene por el aceite en el pliegue del culo de Taeyong.

A los pocos minutos de esos empujones sin rumbo y sutiles, Taeyong se dio por vencido y se sentó sobre él.
Jaehyun cerró los ojos con fuerza, siseando. La sensación era increíble, el calor y la tersura más allá de la creencia, con un agarre tan apretado que no podía dejar de empujar hacia arriba en él, más duro de lo que quería.

Taeyong jadeó.
Fue...
Fue sólo un jadeó, pero fue una cosa ahogada y rota.
Jaehyun abrió los ojos de nuevo para ver a Taeyong enrojeciendo por toda la longitud de su torso, enrojeciendo visiblemente como si fuera presa de una fiebre. Una lágrima se liberó de las pestañas de Taeyong, la cual se precipitó hacia abajo, temblando.

El corazón de Jaehyun se apretó en su interior.
De repente, ya no quería jugar con este muchacho, no de una manera que avergonzara a Taeyong o lo humillara. Quería hacer que el chico se viniera con dulzura, con tranquilidad, mecido por los empujes de Jaehyun desde abajo.

Así que eso fue lo que le dio al muchacho, embestidas lentas y ondulantes, más profundas cada vez que Taeyong se levantaba, rebotando lánguidamente en la polla de Jaehyun.

Las manos de Taeyong se retorcían inútilmente en los lazos de la cortina que lo ataba. No podía hacer nada más que permanecer allí suspendido y tomarlo sin importar cuanto más duro lo quería, sin importar cuanto más áspero. Era hermoso.

Jaehyun apretó los muslos de Taeyong y siguió embistiendo hasta que el sudor brilló en los dos, hasta que sus respiraciones se hicieron pesadas y desiguales, hasta que sus párpados cayeron.
Todo perecía un sueño acalorado, algo sacado de un delirio lejano, el agotamiento de sus cuerpos irreal, como el estruendo lejano de las olas.
Taeyong ya ni siquiera mendigaba. Estaba en silencio, con los ojos tan oscuros que parecían casi ciegos, salvo que estaba mirando a Jaehyun tan perdido y tan inocente que tuvo a Jaehyun alcanzando la polla de Taeyong sólo para verlo estallar.
Lo hizo.
Todo el cuerpo de Taeyong se sacudió cuando Jaehyun lo tocó. Taeyong echó la cabeza hacia atrás, gritando, mientras cubría el pecho de Jaehyun con su semen.

Jaehyun lo siguió poco después, inmóvil ante la visión de Taeyong lánguido contra las cortinas, sin poder siquiera caer hacia adelante, incluso para descansar. Y entonces, después de que la neblina blanca se desvaneciera de la mente de Jaehyun y su respiración dejara de traquetear dentro y fuera de él, se deslizó desde debajo de Taeyong y lo liberó.

Taeyong se desplomó en sus brazos desmadejado, más una madeja de seda que un muchacho, tan suave y caliente y exuberante que parecía un regalo depositado en la cama de Jaehyun por algún caudillo lejano, un regalo mucho más allá del valor de Jaehyun aun cuando éste poseía esta ciudad.

El muchacho regresaría al burdel mañana por la mañana como lo hacía cada mañana después de que Jaehyun hacía uso de él. Pero por primera vez consideró mantenerlo por más tiempo.

Era un pensamiento ocioso; Jaehyun lo descartó.
Taeyong no era su amante, era un cortesano. Jaehyun sabía que no debía confundir el sexo con emoción de nuevo.

Después de Minj...
Después.

Jaehyun acostó a Taeyong, pasó la colcha sobre él para limpiarlo, y se le unió en el sueño.

EL PRECIO || JAEYONGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora