La alarma irrumpió en la monotonía de sus días como un lamento persistente, un eco de la rutina que los mantenía aprisionados en un ciclo interminable. Al abrir los ojos, la visión del techo blanco que los cubría cada noche les recordó que estaban atrapados en una prisión invisible, donde las horas se desvanecían entre el deber y la monotonía. Levantarse a la misma hora, someterse a un riguroso ejercicio, trabajar bajo el sol inclemente, alimentarse mecánicamente, y luego, sin más opción, retornar a la cama para enfrentarse de nuevo al mismo techo blanco.
Era un fastidio, una danza sin fin que los mantenía prisioneros de un destino que no habían elegido. Lo único que mantenía a aquel hombre cuerdo en medio de este calvario era la presencia de su fiel amigo, Jungkook. Durante una década, ambos compartieron las cadenas de una banda que los llevó a travesías inimaginables. Ciudades desconocidas, rostros efímeros, incluso la imponente presencia de la ONU; todo eso quedaba eclipsado por la realidad actual.
"—Que se joda..." murmuró Tae-hyung, su voz resonando en la penumbra, inconsciente de que había pronunciado en voz alta los pensamientos que su mente le gritaba. Jungkook, siempre dispuesto a arrancar una sonrisa a su amigo, respondió con tono bromista: "Mmm... ¿que se joda quién?"
"—¿Qué? Nada, olvídalo, solo estaba pensando en voz alta", se apresuró Tae-hyung a excusarse, buscando escapar de sus propios pensamientos oscuros.
"—Bueno, con que no hayas estado pensando en mí", rió Jungkook, su sonrisa resplandeciente en la penumbra. Tae-hyung, a pesar de sí mismo, se dejó llevar por una pequeña carcajada al escuchar las palabras de su amigo.
En ese instante, una conexión única se manifestó entre ellos. Una complicidad forjada en una década de travesías, en la que habían enfrentado el mundo juntos. Jungkook, con su afán por arrancar sonrisas, sabía que para Tae-hyung, cada día en esta prisión era un desafío. Pero también sabía que no estaban solos en este tormento, porque tenían el uno al otro.
El tiempo pareció detenerse por un momento, suspendido entre risas y confesiones no dichas. La sonrisa de Jungkook, una luz en la oscuridad, era el bálsamo que Tae-hyung necesitaba para mantenerse a flote en este mar de desesperanza.
A lo largo de los años, habían compartido más que escenarios, se habían convertido en el anclaje emocional del otro en medio de la tormenta. En esa oscura prisión, donde la única salida era a través del cañón de un arma, el vínculo entre ellos se volvía más fuerte con cada amanecer y cada puesta de sol.
"—No sé cómo lo haces, Jungkook. ¿Cómo mantienes la alegría en un lugar como este?" cuestionó Tae-hyung, dejando entrever la tormenta interna que lo atormentaba.
"—Porque cada sonrisa tuya es mi pequeño triunfo en este infierno", respondió Jungkook con sinceridad, su mirada intensa revelando la profundidad de su conexión.
Así, entre risas y complicidades, los dos amigos enfrentaban juntos la cruda realidad de su existencia. En cada gesto, en cada palabra no dicha, florecía una historia de amor y lealtad en un mundo donde la única constante era el blanco imperturbable del techo que los observaba noche tras noche.
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Comandante Kim
RomanceKim Taehyung y Jeon Jungkook descubren que su amistad es más profunda de lo que creen durante su estancia en el servicio militar.