AMÁNDOTE EN SILENCIO

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     Sentada en silencio, mientras esperaba el regreso, como cada día amargo donde te llamaba amigo; y es que quién podía decirle a la razón de quién enamorarse, porque el corazón era el primero en saltar sin miedo a las consecuencias. Irritada de toda la situación, me levanté dejando atrás la agenda que tenía sobre la silla y guié mis pasos para salir del aula donde ya nadie existía. Había tardado más de la cuenta en entender que solo podíamos ser amigos y también en que la clase había terminado.

     Doble el pasillo y la oscuridad me atrapó haciéndome sentir segura; lo irónico de la vida que todos pensaban que la oscuridad en su significado solo era dolor y así no era. Limpie mis mejillas de las lágrimas que las estaban bañando y cada vez con más fuerza arañando mientras dejaba marcas en ella.

     —¿Por qué te lastimas? —sentí una mano más amplia sobre la mía y mi cuerpo se paralizó cuando vi su verde mirada... Su ceño se frunció al ver mi aspecto y dejé caer ambos brazos al lado de mi cuerpo, como si su tacto me incomodara. Vi su mandíbula tensarse y me volvió a hablar—. Te doy asco? Desde la mañana no me dejas acercarme a ti.

     No sabía qué responder; no era asco; mi cuerpo se alteraba a su cercanía y no podía pronunciar ni una palabra. Y cuando lo hacía, era ponerme a la defensiva para terminar lastimándolo con un comentario.

     —Te estoy preguntando —me tomó el mentón con su mano izquierda, inmovilizándome mientras me acorralaba contra la pared y en el intento de su agarre pude zafarme para girar mi rostro al contrario, sintiendo como su nariz olfateaba de cerca mi cuello, acelerando mi pulso un poco más—. Te haré el amor, sino me hablas, Kendra.

     Y gire mi rostro, haciéndonos quedar a cada uno con la frente pegada. Sus pupilas estaban dilatadas. Ambos verdes se combinaron con el iris negro y era una fusión de extasía que me hacía tragar saliva.

     —No —le solté a primera, haciendo que gruñera y estrellara más mi espalda contra la pared y enterrándome la hebilla de la mochila en el contorno de mi cintura—. No siento asco, Edrick.

     —¿No quisieras que... —me habló, pero se cortó en sus palabras, porque sus ojos me terminaron la oración y una lágrima traicionera rodó nuevamente por mi mejilla. Su acción me descolocó por completo y más cuando doblo un poco su rostro y saco la lengua para limpiar el camino de aquella traición—. Quiero hacerte tanto que me envenena la indiferencia que me muestras.

     <<Quiero marcarte por cada dolor que sintió mi corazón en una mirada que me quitabas y quiero besarte el alma mientras te escucho aclamar por distancia, pero estoy tratando de hacer que funcione lo que tenemos.>>

     ¿Quiere hacerme suya? Dios, esto no es digno de ti; pero que me arda el alma y el cuero en cada palmada, amén. Y cuando traté de ceder a mis impulsos, me retuve porque yo no era como aquellas; y no, no me malinterpreten, pero siento la rabia correr por mis venas al desearlo tanto y escuchar a mi conciencia que solo somos amigos.

     —Esto es demasiado estúpido —le escupí con rabia e intentando salirme de su agarre cuando subió su mano derecha cerrándola en mi garganta sin cortarme el aire.

     —Tú eres la estúpida y yo un idiota por no hacer nada, pero ya no hay nadie que pueda pararnos. —me hizo saber mientras chocó su pelvis contra mi abdomen, sintiendo la fuerza de su pene creciendo lentamente y descontrolando mi sistema nervioso—. Vas a recordarlo toda la vida. Y dime que no lo quieres.

     —Te odio —le respondí, mientras veía una sonrisa crecer en su rostro.

     Quitó la mano de mi cuello y la bajó a mi brazo para correrme del lugar y avanzar al cuarto dónde estaban los premios de la facultad. Cuando me tuvo encerrada en ese pequeño lugar, asaltó mi boca mientras agarraba mis caderas con ambas manos y su pierna izquierda se metía entre mis piernas abriéndolas, aprovechando para subirla un poco y frotándome mientras sentía como su lengua envenenaba mi garganta; era una lucha constante que hasta los dientes rechinaban. No era una velada suave, era una guerra de poder y dominio y yo no estaba dispuesta a bajar la guardia y él lo sabía.

     Se separó de mí, subiendo una de sus manos y cerrándola en mi mandíbula, haciéndome sonreír.

     —Vamos a ver si después de lo que te haga vas a sonreír —rugió con furia en cada palabra y mi sonrisa creció con más ego—. Eres una maldita maniaca.

     —No era traumada —hablé recuperándome del aire que me faltaba y sentí que aflojó el agarre de mi rostro para desgarrar mi blusa, dejándome expuesta—. Más te vale darme algo más tarde.

     —Y para llevar.

     Volvió a besarme sin dejarme objetar y ahogué un gemido contra sus labios cuando sentí su mano cerrarse sobre mi seno izquierdo. Era perfecto a su mano, pequeños pero tan sustanciosos y ácidos como el adictivo de un limón... Quitó sus labios de los míos para ir recorriendo mi mandíbula y bajar por mi cuello mientras me seguía acariciando. No entendía nada de lo que pasaba, pero sí me di cuenta de porque no había pasado antes; estaba reclamando algo mío como suyo y eso no podía hacerme sentir más gloriosa. Porque era yo a quien quería en este instante y no hablaba de amor, era el mismo deseo que en cada noche despertaba ansiada de esos sueños de placer que terminaban en lágrimas de rabia.

     Mis pensamientos se borraron cuando sentí como su boca se cerró sobre el pezón izquierdo y como sus dientes lo tiraron como si de un chicle se tratara. Maldito masoquismo hormonal que cargábamos entre las piernas y nublaba la razón en cualquier cuarto de escuela. Se levantó y me volvió a besar, pero esta vez agarró mis piernas y me abrazó a su cintura. Mi falda cedió al movimiento, dejándome más expuesta mientras escuchaba cómo bajaba la cremallera sin dejar de mirarme a los ojos. En ellos me describía cada emoción que pasaba por su mente. Sentí la calidez de su polla subiendo y bajando por la abreviatura de mi coño y eso la hizo palpitar más, sacándome un suspiro.

     —No será la última —me expresó mientras seguía su trabajo, haciéndome retorcer por más.

     —Y tampoco la primera sino la metes, ya. —le respondí, mientras apretaba la mandíbula y como pudo me pego contra la pared mientras aprovechaba y se metía de una sola estocada—. Vete al carajo.

     —Nos vamos juntos.

     Y agarré su rostro cuando me pude acomodar, aunque sentía que me atravesaban la espalda y era lo de menos. En este momento que subí las manos y sentí el borde de un aparador, hice fuerza y pude agarrarme de él. Cuando vio mi movimiento, me agarró con ambas manos el culo, mientras se hundía más en mí y callando mis gemidos mientras me besaba. Doloroso, lento y placentero era nuestro encuentro.

No tengo ni la menor idea de como escribí eso pero lo hice y me convencí de subirlo (no, la verdad me convencieron) con mucha vergüenza

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No tengo ni la menor idea de como escribí eso pero lo hice y me convencí de subirlo (no, la verdad me convencieron) con mucha vergüenza.
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RELATOS DE UN AMOR DORMIDO - TERMINADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora