I. Bienvenido al infierno, Lecter.

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Si se tuviera que describir con una sola palabra lo que era su mente la mayoría del tiempo, “caos” sería perfectamente la indicada.

Se encontró a sí mismo respirando a ráfagas desiguales debido a la falta de aire. Aunque sentía su piel quemándose desde dentro no podía evitar estremecerse de tal forma que tenía que detener su rápido andar para tratar de dejar de temblar. Sudaba frío, a la ferviente y ansiosa espera de que lo que sea que lo estuviera persiguiendo jamás lo alcanzara. Siempre era el mismo maldito sueño, en la misma casa y en la misma situación el que lo atormentaba cada que siquiera se le ocurría pensar en descansar los ojos aunque sea un par de minutos. Y siempre, sin importar qué, el sueño terminaba con que esa sombra tenebrosa estaba a punto de alcanzarlo.

Dió un pequeño brinco al despertarse repentinamente por la voz del chófer, quien le preguntaba si se encontraba bien. Solo bastó un asentimiento para que ya no tuviera su par de ojos con mirada indiferente encima.

La ventisca fresca que avecinaba el inicio del otoño golpeaba su rostro de manera suave, su oscuro cabello color chocolate se movía al son del viento mientras nuevamente trataba de combatir contra el sueño. Había tenido una mala noche así como muchas otras, por lo que no era sorpresa de nadie que se quedara despierto hasta altas horas de la madrugada, aunque no por decisión propia, tomando pequeñas siestas cuando parecía que su mente al fin se cansaba de hostigarlo y mientras se reventaba los oídos a base de música ya que esa parecía ser la única forma de callar sus tan horribles pesadillas.

Le costó tan solo el sonido de un claxon proveniente de otro auto el estar despierto por completo.

Un suspiro bastante cansado salió de sus labios mientras se refregaba de manera lenta los ojos, para luego acomodarse el saco azulado de su incómodo nuevo uniforme. Sabía que tarde o temprano iba a tener que usarlo, pero aún así le fastidiaba de sobremanera el tener que hacerlo. No era solo el usar un uniforme, ya que estaba acostumbrado a llevar ropajes parecidos puestos de aquí para allá en las tantas reuniones de la élite a las que era obligado a asistir. Lo que le molestaba era el tener que ir a ese, al que él consideraba, estupido internado.

Estaba hastiado de todo en realidad, hasta del cuero del asiento de esa costosa limusina en la que se encontraba.

Nada le molestaba más que tener que seguir las órdenes de Evelyn, su horripilante tía, quién tenía su custodia desde hacía varios años. De tan solo pensar en ese nombre le daban unos escalofríos desagradables.

Recordaba con una precisión envidiable la noche en la que se ganó a pulso su desgracia, o eso le había logrado escuchar entre toda la sarta de insultos que le había brindado su tía por haberle roto una pierna al hijo del vicepresidente de Vemention en su antiguo instituto.

“—¡El próximo mes te largas al Instituto StoneCrown! ¡Ya no pienso seguir aguantando este tipo de mierdas por más tiempo! ¡Bastardo!”

Estaba seguro de que si de ella hubiera dependido, él ya estaría en ese internado a la mañana siguiente de lo ocurrido. ¡La detestaba tanto! No entendía cómo es que su tío -el cual era completamente distinto-, se había enamorado de ella, aunque estaba seguro de que no era así, después de todo su matrimonio había sido arreglado.

El cielo se encontraba completamente cubierto por las bajas y pesadas nubes que lo adornaban, lo que avecinaba una gran tormenta para esa misma noche, si es que no comenzaba antes. O por lo menos eso decía su aplicación de pronóstico del tiempo, además de varios noticieros.

—Espero tenga una buena estadía, joven Lecter —dijo el chófer estacionandose en la entrada principal.

—Gracias.

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