Capítulo 22: El pasado

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La casa estaba fría y a través de los muros se filtraba la humedad del exterior. Una vieja gotera caía sobre la cama con un viejo cobertor rosa en la habitación. Una pequeña niña de tres años de abundante cabello negro y grandes ojos grises jugaba en el suelo con una muñeca de trapo, mientras en la habitación continua caía una lluvia de platos rotos. Los gritos de la madre eran estridentes, pero la pequeña niña parecía inmune al caos a su alrededor, ignorando por completo el sufrimiento que inundaba a su madre y la locura que asomaba en sus ojos.

La puerta choco fuertemente contra el muro y con lágrimas corriendo por su rostro, la madre entro en la habitación.

—¡Levántate ya! ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Tu habitación es un desastre!¡Estoy harta de ti! –Con un grito de ira, tomo a la niña del cabello y la puso de pie, arrastrándola hasta el armario, ignorante los chillidos de dolor de la niña. –¡Te vas a quedar aquí hasta que aprendas a ser algo más que un estorbo!

—¡Mama! Pofavooooor, –Sollozo la niña mientras golpeada la puerta que había sido cerrada con llave.

Mientras que la mujer de brillantes ojos azules abandonaba la habitación, en búsqueda de heroína, la niña lloraba desconsolada en el armario. Lo único que la hacía olvidar el agitante dolor en su pecho, eran las drogas, cualquier tipo de droga. Desde la muerte de su esposo, cada vez que miraba a la niña, el rencor consumía el pecho de la mujer, era igual a su padre. Con intensos ojos grises y la mirada siempre perdida, nunca escuchando, siempre en su cabeza.

En la mente de la mujer todo era culpa de la niña. Mientras los días pasaban, cada uno parecía más doloroso que el anterior. Sobre todo, cada vez que veía a la niña. Ella no la veía como suya, ella no la había querido desde el principio, pero su amado esposo estaba empecinado en tener un bebé. Ella había aceptado con reticencia, solamente con el afán de ver feliz a su marido, el mayor amor de su vida. Al principio había aguantado apenas la vida con un nuevo bebe, pero lo había soportado gracias a la compañía y la felicidad de su marido, sin embargo, él había partido demasiado pronto.

La bebe estaba a puertas de cumplir dos años cuando su esposo se quedó hasta tarde en su trabajo en la construcción, trabajando horas extras para ganar más dinero ya que el cumpleaños de su hija se acercaba. Quería hacer una gran fiesta, pero lo único que ocurrió fue una tragedia. El hombre sufrió un grave accidente mientras trabajaba, perdiendo la vida casi en el instante. Desde ese momento la mujer de intensos ojos azules había perdido la cordura. La ira y la tristeza eran sentimientos constantes que arrasaban con cualquier pensamiento racional.

Odiaba a la niña.

No la quería cerca, solo deseaba que desapareciera.

Mientras la mujer se desvanecía lentamente en el sofá de la casa con una aguja en el brazo, la pequeña niña sollozaba en voz baja en el armario de su habitación.

A muy corta edad había aprendido que no debía hacer demasiado ruido, o su madre se molestaría. La mujer con frecuencia se molestaba por cualquier acción de la niña, así que de manera inconsciente había condicionado a la niña para ser silenciosa. Incluso cuando jugaba, rara vez hacia algún ruido. Pero la sola presencia de la niña era necesaria para que la mujer entrara en desesperación la mayor parte del tiempo.

Con la cara rosada y los ojos llorosos, pero más calmada, la pequeña niña se seco la cara y tomo un viejo abrigo del armaría y se acostó sobre él. Por alguna razón, siempre le ayudaba a calmarse, a la niña le resultaba familiar y cómodo el aroma del viejo abrigo.

La niña se cubrió con el abrigo e intento dormir con el ruido de la televisión que sonaba fuertemente en la sala. La niña sabia que cuando su madre la ponía ahí, no saldría en un largo tiempo.

Lo único que lamentaba era haber dejado caer su muñeca de trapo, probablemente cuando saliera del armario, ya no la encontraría.

Tendría que aprender a aferrarse mejor a sus cosas en un futuro. 

Dulce Carmín | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora