ᴛᴡᴇɴᴛʏ ᴄʜᴀᴘᴛᴇʀ: ʏᴏᴜ sʜᴏᴜʟᴅɴ'ᴛ ɢᴏ

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Joseph Descamps.

Como si fuera un ritual que odiaba, me enfrenté a la tarea de ponerme el parche en el ojo. Mirarme en el espejo, sentirme un monstruo.

—Como odias la comida del instituto, te hice un sándwich. —mencionó mi madre, ofreciéndome la mochila.

—Gracias. —respondí, aceptando el sándwich.

—Llamé al oftalmólogo y ya puedes usarlo. —agregó, refiriéndose al maldito ojo de vidrio.

—¿Ah, sí? —pregunté con incredulidad y un toque de sarcasmo.

—Leí que se han hecho muchos avances. — continuó ella mientras acomodaba mi cabello, expresando su entusiasmo. —Hoy en día son capaces de recrear el color de un ojo, no se nota la diferencia. —concluyó, tomando mi barbilla con delicadeza. Aunque intentaba mostrarse optimista, mi descontento era evidente.

—¿Has visto a alguien con un ojo de vidrio? Un ojo se mueve y el otro no. —contesté con cierto desdén.

—Mi hijo no es un pirata. Serás tan guapo como antes. —replicó mi madre, tratando de tranquilizarme.

Magnan me jodió la vida.

—Bien, ya me voy. —dije, apartándome de su agarre.

—Aguarda. —exclamó, y sin permiso, comenzó a acomodar mi chaqueta. —Si puedes, pasa por la farmacia, te compré algo.

—¿Qué cosa? —pregunté con escepticismo. —¿Un ojo de vidrio? —comenté sarcásticamente.

—No seas tonto. —respondió ella.

La miré por un momento y luego, con irritación, me dirigí a la puerta.

—Y recuerda que la cita es el sábado. —comentó justo cuando cerré la puerta, ya sin ganas de seguir escuchándola.

Volví a desacomodar lo que mi madre había ordenado en mi vestimenta. Y me dirigí hacía donde vive mi chica que me hacía sentir jodidamente bien.

Dos semanas habían pasado desde que Adeline y yo comenzamos a estar juntos. Ella se había convertido en un bálsamo tranquilizante para mis preocupaciones.

Aunque el parche me recordaba constantemente mi vulnerabilidad, la presencia de Adeline aliviaba la incomodidad y la inseguridad que sentía. Era como si su compañía tuviera el poder de disolver mis inquietudes, al menos temporalmente.

—Hola, princesa. —La saludé con una sonrisa mientras me acercaba.

—Hola. —Respondió ella, devolviendo la sonrisa, pero ciertamente la notaba inquieta.

Nos encontramos en la entrada de su casa, y no pude evitar darle un tierno beso en los labios. Esos labios tan suaves como pétalos de rosa, tan tentadores y que solo eran para mí.

Fue un gesto natural, como si necesitara asegurarme de que todo estaba bien. Adeline correspondió al beso con suavidad, y por un momento, la inseguridad que solía sentir se desvaneció.

Mientras caminábamos juntos hacia la escuela, mi mente divagaba sobre lo afortunado que me sentía de tener a Adeline a mi lado. Su presencia actuaba como un calmante para mis inseguridades, y la conexión que compartíamos era algo que valoraba más de lo que podía expresar con palabras.

Me gustaba tener su mano entrelazada con la mía, sin embargo los ojos curiosos de aquellas señoras chismosas me fastidiaba más de lo que mi cara podía transmitir.

Así que tomábamos distancia, ella me miraba con una sonrisa traviesa y no podía evitar pensar en cosas no muy apropiadas.

Ella me hacía perder la maldita cordura.

𝗟𝗢𝗦𝗧 𝗖𝗔𝗨𝗦𝗘 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora