Capítulo 1-21: Ella

3 0 0
                                    

Podía llamarlo amigo, ¿no? Es mi amigo. Bueno, quería que fuera mi amigo. Los amigos hablan y bromean.

No. No puede ser mi amigo, porque por un amigo no sientes esas cosas. Puedes tener amigos y puedes tener chicos que tú crees que son tus amigos, pero no lo son porque a ti te gustan.

A ver, para qué negarlo, ¿no? Me encantaba cómo reía. Como hablaba. Como bromeaba conmigo.

Pero era imposible que me gustara tanto. Es decir, no podía gustarme tanto tan rápidamente ¿no? ¿Cómo es posible? No, sólo me interesaba. Sí, era eso. Interés.

Y así pasaron los días. Pero últimamente solía despertarme con sueños extraños.

Me encontraba en algún lugar extraño y silencioso. Todo lleno de un verde follaje, con Aytor de mi mano. Me desperté varias veces y al dormir, el mismo sueño. Sobre las dos de la madrugada conseguía coger un profundo sueño hasta las siete de la mañana.

A los dos días de aquellos extraños sueños, avisé a mis amigas que me gustaría caminar un rato antes de ir a clase, así que las vería directamente allí.

Además, siempre estaban preguntando sobre Aytor y creo que ellas y sus hipótesis raras son quienes me agobian más que mis propios sueños. O quienes me hacen tenerlos.

La verdad es que nunca me había sentido así. Éramos amigos, conocidos, y nos llevábamos cada día mejor.

Nos saludábamos alegremente por los pasillos, nos enviábamos mensajes de texto pero no volvimos a vernos fuera del campus. ¿Me estaría evitando?

— Aytor y tú sois amigos ¿no? — me interrogó Jessica entre clase y clase con su voz acusadora, esa que no permite salirte por la tangente.

— Sí, bueno, somos conocidos, hablamos a ratos... ya sabes, nada del otro mundo. — mentira.

— Pero ¿Te acompaña cada día a tu casa? — volvió a interrumpir Jessica. — quiero decir, el otro día vi cómo te buscaba, y luego os marchasteis juntos...

estaba claro que Jessica no iba a dejar de indagar en mi vida privada. Pero eso es algo con lo que yo ya contaba. Es decir, nunca he tenido novio o algún chico que se interesara por mí, por lo tanto, mis amigas tenían ese deber no plasmado en ningún papel existente de preguntar y preguntar.

Espera, acababa de dar por sentado de que yo le interesaba. ¿Por qué?

— No, Jessica. — dejé claro. — Ni me acompaña cada día a casa ni somos nada especial. —  luego rebajé el tono porque ella no tenía la culpa de mi inconexa mente. — Sólo somos amigos. Es como si Daniel me acompañara algún día a casa. ¿Lo entiendes? Va, no te preocupes. — le guiñé un ojo, tranquilizándola.

Y pasó otra semana normal y otra hasta que un día salí por la puerta general de la Universidad, y no pude esconder una sonrisa al ver quien me esperaba.



— Gracias por acompañarme hasta casa, Aytor. Hoy no hace buen día, digamos.

El repiqueteo de las gotas de agua en el paraguas llenaba el silencio instaurado entre nosotros.

Sí, tenía miedo a las tormentas. Y que caminando su brazo rozara el mío fue muy reconfortante. A veces me dejaba auto complacer cuando nuestros brazos se rozaban. Estaba recordando la conversación con Jessica cuando Aytor me miró y me reí.

— Ayer le dije a Jessica que no me acompañabas a casa, que sólo quedamos una vez para conocernos... Cómo le gusta conjeturar... Ella sí que habla... ¿Está muy lejos la tuya?

Hablé demasiado rápido así que intenté cambiar de tema. No sé porqué me había puesto nerviosa. Miré a los lados para saber por dónde podría vivir él. Su mirada me desconcertó, ya que parecía como si no pudiera decirlo del todo. Su semblante serio, como casi en todo el camino me puso nerviosa.

— Mi casa... está bastante lejos que la tuya. Pero tranquila, llegaré pronto.

Sus cambios de humor rozando la bipolaridad a veces me volvían loca. Esperó a que entrara en casa y encendiera todas las luces, como si supiera que me dan miedo las tormentas, y se marchó tras despedirse con la mano.

A partir de ese día no volvimos a vernos de nuevo fuera de la universidad y cada vez recibía menos mensajes de él. Y no supe encontrarle la razón.



Una de esas noches en que dormía esplendorosamente bien, bajé de nuevo más temprano y con energías fui a dar una vuelta antes de clase. Me despedí de mi madre, con media tostada todavía en la boca y la chaqueta en la mano y me lo encontré. Se me cayó la chaqueta de la mano. Y la tostada de la boca.

Mi humor cambió de golpe.

— Sam, ¿Te importa que te acompañe a clase? — me sorprendió con esa voz dulce.

Se acercó a mí y cogió la chaqueta, ofreciéndomela. Vaya, intentando apaciguar a la fiera...

— Empiezo a sospechar que estás jugando conmigo. O tienes doble personalidad...— me puse la chaqueta y seguí andando. — ¿No es muy temprano para que estés aquí?

— Me gusta caminar antes de clase.

— Vaya, igual que yo. ¿Eso también se lo has preguntado a mis conocidos?

Se quedó parado en la acera, mientras yo seguía mi camino. De repente, noté como alguien tiraba de mi codo y choqué con algo duro y frío. Su chaqueta. Levanté la vista. Ahí estaban esos ojos.

— Lo siento si he sido un borde estos últimos días...

— Al menos lo admites.

Me deshice de su agarre y crucé los brazos.

— Déjame arreglarlo.

— ¿Acompañándome a la universidad?

— Quería dar una vuelta contigo...

Se giró para dejarme ver una moto aparcada en el arcén, en la que no había reparado hasta ahora.

— ¿En moto? — ahogué un jadeo, mientras observaba pasmada la resplandeciente moto amarilla. — Sabes que a mí no me gusta la velocidad, ¿no?

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 01 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Crónicas Guerreras: Another Sunny DayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora