II - Entrecot

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El clima había empeorado, varias cabañas cerca del mercado se habían derrumbado.

Salió colocandose sus botas de piel y tela: sus botas para lluvia. La piel no dejaba entrar el agua y la tela le ayudaba de aislante para el frío.

Dos conejos peleandose. Pensó al ver a una esposa reclamar a un hombre.

Intuyó que peleaban por la mala construcción de su casa, que ahora estaba destrozada en el suelo. 

El cielo se iluminó por los rayos. El estruendo del trueno llegó segundos después haciendo ladrar a los perros.

Avanzó manchando de barro el ruedo de su pantalón. La lluvia había empapado su ropa.

Llegó a la tasca del mercado. La luz del fuego se podía observar a través de las ventanas.

Entró, recibió el calor, respiró el olor a licor y leña y se sentó en una pequeña banca, la de siempre.

El enorme espejo del lugar le ayudaba a observar por detrás de su espalda. Cada conejo que entraba y salía, cada sucio e inútil animal.

Se miró. Sus brazos estaban marcados por las ganas de vivir de los conejos. Se defendían con fuerza, y eran agresivos cuando su vida estaba en peligro. Eso le causaba gracia.

Notó sus manos, bastante finas, pero rústicas. Su rostro angulado, su barba que apenas había comenzado a crecer ese año.

Era joven. También un conejo o un zorro. Pensaba.

La risa de otro le aceleró los latidos. Sus ojos fueron cubiertos por manos suaves  con olor a vino.

Sonrió, ya sabía quién era. Dijo su nombre. Sus ojos volvieron a ver la luz, sonrió al sentir un abrazo, la humedad de su ropa se traspasó.

El lugar estaba tranquilo, no más que solo un conejo y un zorro.

Él chico era el dueño. Sus padres se habían ido de viaje en barco a otras tierras.

Iba todos los días a la tasca, no a emborracharse con licor, pero si a drogarse.

Llenarse de su conejo favorito.

CARNE BL +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora