III - Entraña

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—La gente está muriendo —le comentó mientras acariciaba el cabello del chico recostado en sus piernas.

El fuego ya había secado su ropa, esta colgaba de unas tiras hechas con las hojas de una palma.

—Mueren los pobres, ellos no tienen poder en el mercado, ni tierras que sembrar, mueren de hambre—dijo mientras servía vino en un tarro de madera.

Bufó al oírle. Sintió frío recorrer su torso desnudo, una de las ventanas se había abierto con fuerza; rompiendo su cristal en pequeños escombros afilados.

La lluvia comenzó a mojar el suelo, entraba sin control, agitando el cristal sobrante que quedó en el marco.

—Kilian, detente, yo lo hago —dijo el conejo al ver el cristal cortando las manos de su cazador.

Kilian ahora sangraba de sus palmas, los cristales en sus manos le cortaban con cada apretón, él no se quejaba, solo miraba al conejo limpiar el suelo con una escoba de paja.

—Sangras como si tus heridas fueran grifos abiertos.

En el suelo bajo la punta de sus dedos se habían formado diminutos pozos de sangre, manchas con los bordes más sólidos por la coagulación. Bordes que eran reventados por la tela de un trapo que usaba el conejo para limpiar las manchas.

Lanzó el puñado de cristales en un balde de hierro. La sangre sobre estos estaba oscura, oxidada, sucia.

—Así sangran mis presas.

—Me imagino.

—¿Por qué no te doy miedo?

El chico levantó la mirada y frenó de golpe su mano con el trapo húmedo en ella, el agua en el balde de hierro se estaba pintando de rojo.

—¿Tenerte miedo?

—Si, sabes lo que soy. Lo que hago.

—Eres carnicero.

—¿No temes el hecho de que pueda matarte y desmembrarte a mi placer?

—No soy un animal silvestre Kilian.

—¿Estás seguro de eso?

Un rayo golpeó al pueblo, iluminó toda la tasca. El vino brilló rojo como la sangre que brotaba de sus heridas.

—Eres mi animal silvestre.

CARNE BL +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora