VII - Wagyū

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Kilian

Me sentí raro. Soy raro. No hubo reacción mala, pero claro, no me creyó, ¿cómo debería reaccionar alguien al ingerir esa carne?

Mientras caminaba a casa recordé al niño. Su pulsera.

Llegué a casa.

Utilicé una cuchilla para cortar el hilo. Piedra caliza para pulir las piezas, y agua, mucha agua para evitar que mi mesa se prendiera en fuego por la fricción y las chispas.

Olía a quemado, madera y hueso.

Al terminar, guardé la pieza en una pequeña caja.

Tener una en el pueblo era señal de riqueza, mi padre las hacía con los dientes de los ciervos. Solo mantuve el negocio.

Mi puesto de ventas era en la carnicería más famosa del pueblo, bueno, era la única.

Escuché el tintineo de mi puerta.

Caminé hacia la misma, se escucharon grillos. Había una sombra de gran tamaño detrás del vidrio de la puerta.

Me acerqué con cuidado. Sentí miedo, nadie me visitaba.

—H-hola —dijo mi animal —se que me pediste nunca venir, pero quiero darte algo.

Extendió en su mano un pequeño conejo hecho a cincel con piedra parecida al mármol.

—Olvidé dártelo. Siempre llamas conejos a todos, verlos me recuerda a ti.

Sentí. ¿Qué sentí? Un cosquilleo en el abdomen, mi boca se humedeció. Mis manos flaquearon.

—Gracias.

Lo tomé con cuidado, estaba áspero.

Él intentó entrar. ¿Huiría si conoce mi otro lado? No podía dejarlo entrar.
Cerré la puerta en su rostro.

—Lo siento mucho.

—Solo quería estar un rato más contigo, Kilian, mi madre murió.

Envolví el pequeño animal en un trozo de tela. Y lo dejé en la mesa a un lado de la pulsera.

Caminé a la salida. Ya se había ido. Corrí hacia la luz del mercado. No había nadie, el frío había helado mis orejas y me dolía la punta de los dedos.

—Kilian, pareces un perro sin cadena.

Su voz me hizo sonreír. Corrí hacía él. Le besé. Lo llevé a la tasca, no había clientes. El pueblo estaba de luto.

Él sabía que quería comérmelo. Él me conocía, él me quería. A veces me amaba. Eso decía.

Sentí su calor sobre mi cuerpo, sentí como mis extremidades respondían a impulsos incontrolables, retiré su ropa, él la mía, el suelo de la tasca estaba tibio.

Gemí al sentir su cuerpo en mi interior, podía sentir como me llenaba, cada embestida, cada movimiento.

Salió de mi cuerpo antes de terminar. Mi cuerpo le deseaba, deseaba su interior. Y él me lo dió.

Sentí el calor rodeándome, la humedad de su cuerpo rozando contra mi piel más sensible. Embestí varias veces, mis oídos se agudizaban con cada gemido.

Él manchó su abdomen mientras arqueaba su espalda, nuestra respiración era fuerte. La imagen me llevó a terminar en su interior. Presioné con fuerza mi pelvis para llegar más al fondo, llenar cada espacio de mi. Marcarlo como mío.

Nos quedamos dormidos en la tasca. Grave error. El peor error de mi miserable vida. 





CARNE BL +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora