VIII - Costillar

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El sol golpeó mi rostro. Mi animal ya no estaba conmigo. Me levanté, mi espalda me dolía.

Mi corazón se aceleró. Vi gotas de sangre en el suelo. Muchas manchas que se iban juntando hasta formar una línea de sangre alargada.

Caminé apresurado siguiendo el camino.

Había una pequeña horda de personas en la entrada, quizás esperando para poder tomar su dosis de licor diario. Los vi por la ventana.

Seguí el rastro, no había nadie. la sangre ya no estaba en el suelo.

El sonido del exterior era difuso. Abrí las puertas, escuché sus gritos, su voz. Sus súplicas.

Lo vi, sin ropa, con sangre manchando su cuerpo, con tierra que le ensuciaba la piel, la horda de personas no estaban allí por el licor, estaban ahí para eliminar a los pecadores del pueblo.

Su cuerpo estaba débil. Se notaba, ya no se defendía. Mi sangre ardió por dentro de mis venas.

Recordé a mi hermano en la hoguera, recordé estar solo, recordé sentir furia, la misma que sentí cuando mi padre me culpó de su muerte.

Me alejé de la multitud con cuidado, la muchedumbre estaba tan dispuesta a matar a mi animal que ni siquiera notaron mi presencia.

Escuché sus gritos mientras me alejaba. Escuché como rogaba por piedad, como pedía perdón, perdón por amarme. Perdón por ser él.

Fuí al lugar donde llevan a todos los pecadores, desde asesinos y ladrones hasta conejas brillantes y conejos desviados.

"Desviados" así le llamaba la muchedumbre a nosotros.

Me acerqué a su cuerpo moribundo, estaba atado a una estaca de madera, a la intemperie, esperando que la noche llegara para que le quemaran vivo.

—L-les dije que eras un c-cliente ebrio —dijo riendo sin poder abrir los ojos. Su rostro estaba moreteado, parecía que lloraba sangre por las heridas que las patadas en su rostro le causaron.

—No se que hacer —dije, mis manos se mancharon de sangre al tocarlo. Mis ojos no podían llorar. No sentía esa emoción en ese momento, sentía rabia, quería sacarle las vísceras a alguien.

—Él r-rumor lo esparció mi padre —dijo tosiendo un coágulo de sangre—. Él les dijo que yo tenía la enfermedad.

—No quiero dejarte.

—Si me sueltas, entonces ellos irán a por ti, te culparan de la muerte de mi padre también.

—Te necesito.

El chico empezó a llorar, sus lágrimas caían pintadas por la sangre en sus mejillas. Sus manos estaban en su espalda, atadas a un pilar de madera, le temblaban por el frío, por el miedo.

CARNE BL +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora