Capítulo 2

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Suspiro por vigésima segunda vez. Era un poco extraño, recordar como toda su vida había cambiado en un solo chasquido. Primero se enteró (a los once años) de que era una bruja. No, no ese tipo de bruja con narices ganchudas y grandes decoradas con una gran verruga, una hechicera para entenderlo mejor, había ido a Hogwarts y la habían seleccionado a Griffyndor, la casa de los caballerosos y valientes. Ella no veía en sí misma una persona valiente, de hecho, una vez se había puesto como loca a saltar y chillar por haber visto una tarántula gigante, en ese momento ella lo veía como algo de vida o muerte, pero ahora lo veía como la cosa más ridícula que hizo en su vida. Es decir, ahora peleaba con monstruos de verdad, ya no tenía por qué ir brincado de silla en silla seguida de una tarántula gigante, no. Intentaba mostrase valiente la mayor parte del tiempo, pero al caer la noche, toda barrera que había hecho se derrumbaba. No creía poder seguir con esa carga, no podía, la agobiaba todo el tiempo; susurrándole las mil formas en las cuales podía fallar definitivamente. No se sentía preparada para aquello. Claro que hay que añadir que su hermano era el "gran Percy Jackson", por lo cual no había nada que pudiera hacer, así limpiara el establo siempre esperaban más de ella. No era su culpa ser hija de uno de los tres grandes y mucho menos de que su hermano sea Percy, no la mal entiendan, los amaba, solo que a veces llevaba mucho peso encima. Percy había salvado al Olimpo dos veces, y ella era solo otra campista mediocre que simplemente no había hecho nada ya que había llegado unos años después. Se sentía realmente impotente cuando no podía hacer nada, quedarse sentada y muda. Eso era un horror para Jennifer, si bien no era valiente odiaba que los demás arreglaran cosas que ella también podía hacerlo. Si, por algo se llevaban tan bien el hijo de Hades y ella; podían arreglárselas solos.
Regla básica si querían convivir con ellos dos, la segunda era tener paciencia ambos eran complicados.
-Jennifer, cariño, llegamos
Samira Harrison, o mejor dicho mi madre, era una mujer preciosa. Nada comparado a ella, Samira tenía los rasgos delicados tanto que parecía que hubieran sido trazados a lápiz por el mismísimo Leonardo da vinci, sus ojos eran de un precioso color ámbar parecido al oro con destellos verdes, su cabello largo y sedoso le caía en la espalda como cascada en pulcras y brillantes ondas castañas. Entendía por qué su padre se había enamorado de ella.
- Si, nos vemos ma
-Claro cariño no te olvides de escribirme
- No lo haré
Sonrío de forma dulce haciéndole aparecer un hoyuelo en la mejilla izquierda
-Cuídate
Me deslicé por el asiento trasero hasta la puerta, y antes de cerrarla, añadí.
- No prometo nada
Camine arrastrando mi maleta por toda la empinada colina de hierba, con este sol a la mitad del camino ya estaba más que agotada.
Se obligó a mirar el letrero que anunciaba la entrada al campamento Meztiso. El arco de piedra se curvaba en forma de la mitad de una baraja y, en griego, aparecían unas curvadas pero delicadas letras. Entrecerró los ojos a lo lejos podía divisar el campo de fresas. Lo recordaba perfectamente; arbustos verdes brillosos con rojas y jugosas fresas del tamaño de la palma de un niño. Cerró sus ojos intentando percibir la suavidad del pasto y el olor dulzón que desprendían las fresas cada vez que les dabas un bocado. Definitivamente si bien antes no tenía hambre ella sí que la tenía ahora. El cielo pintado de celeste claro con nubes blancas y esponjosas como un algodón de azúcar le recordaban a su infancia. En lo más alto se encontraban varios pegasos agitando sus alas. En la cúspide de la colina de Long Island se encontraban las cabañas, y a unos quince metros de la cabaña de Hades se encontraba el bosque. Personalmente a Jennifer le encantaba ese bosque, a veces en las noches cuando no podía dormir paseaba por ahí. Los grandes y fuertes troncos de los árboles la hacían sentirse de nuevo en casa. La verdad no sabía si tenía sólo una. Hogwarts la había acompañado seis años de su vida ( si contaban este claro) y en el campamento Meztiso había encontrado a su familia, ella siempre había anhelado un hermano y ahora que lo tenía no podía caber más euforia en su cuerpo, y así con ese pensamiento Jennifer se dirigió hacia el campamento sin mirar atrás. No había vuelta atrás.

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