Orgullo

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—Y eso es lo que pasó en realidad.
—No te creo.
—¡NO PUEDE SER–!

Un grito infantil salió de entre los camastros. Los sobrinos de Donald habían regresado, no se quedarían con la incógnita.

Minutos antes, los niños habían sido regañados para que regresaran a sus habitaciones dentro del crucero, cosa que claramente no hicieron.

—Vamos chicos. Tenemos que averiguar qué pasó entre el tío Donald y el mariachi.
—¿Que no escuchaste bien? Al parecer hubo un romance entre ese sujeto y la tía Della.
—¡Seguro un amor prohibido! ¡Qué emoción! — La ilusión se veía en los ojos de Rosita. A pesar de que ella era fanática de las aventuras y la acción, muy en el fondo también era fiel seguidora del romance en novelas literarias. —¿Se imaginan que– ? ¡No puede ser! ¡¿Se imaginan que sea su papá?!
—¡¿QUÉ?! — Exclamaron al unísono Paco y Luis.
—Rosita... Somos patos. Es... Es biológicamente imposible que un gallo sea nuestro padre.—Mencionó Hugo haciendo uso de la razón.—¿O no?
—Es verdad pero... Desde que mamá regresó, nunca nos han dicho quién fue nuestro padre. Y tampoco le hemos visto algún novio en fotos.

Los niños se quedaron pensativos ante las posibilidades. Muchas preguntas y ninguna respuesta.

—¡Tenemos que averiguar quién es ese mariachi!

Y antes de que alguno pudiera objetar algo en contra, Rosita salió corriendo en dirección contraria para regresar al lugar donde habían dejado al tío Donald, seguida por los otros tres niños.

—Oh. Al parecer tenemos público presente.— Se rió nervioso el gallo al descubrir ambos que los menores se habían quedado ocultos. Donald solo suspiró cansado.
—Asi son ellos. No me obedecen.

Mientras tanto, los niños se debatían si salir o no de su escondite.
—¡Por tu culpa nos descubrieron!— Susurró Luis.
—¡¿Perdón pero no escucharon bien?! ¡Es increíble que el tío Donald no lo quiera perdonar! — Respondió Hugo.
—¿De verdad creen que todo eso pasó?— Cuestionó Luis.
—¿Tú no? — Siguió Rosita.
—Si pero, quiero decir... ¿Cómo es que se acuerda con todos los detalles?
—Hay personas con buena memoria.— Defendió Luis.
—Si. Incluso cuando hay algún evento traumático, o pueden suprimir los recuerdos y decir que nunca pasó o recordar todo a lujo de detalle.— Complementó Hugo.

—Ya salgan de ahí que ya los vimos.— Exclamó Donald desde lejos, sacando a los niños de su plática conspiracional.
—¡Hey... Tío Donald! !Que casualidad encontrarlos aquí! Nosotros solo estábamos... Eh... Uhm...
—¡Buscando a Rosita!
—¡Oigan!
—¡Si, eso! ¡Buscábamos a Rosita! Ya sabes que ella sale corriendo en busca de aventuras y eso.

Se notaba en la obviedad de la expresión de Donald que no les creía nada. Pronto se dió cuenta que ya no se encontraba atado. Volteó a ver al mexicano como si con la mirada le preguntará qué hacía.

—¿Hm? ¿Qué? Me habías pedido que te desatara. Además, alguien tiene que llevar a los niños a dormir. Dudo que quieras que los lleve yo.

La mirada relajó un poco.

—Vamos niños, que seguro Daisy se estará preguntando dónde estamos. Y... Me tengo que disculpar con ella.
—Y con el mariachi.— Sentenció Rosita.
—Pueden decirme Panchito.— Sonrió con nostalgia el mayor, esperando que la insistencia de los más pequeños hiciera recapacitar al pato mayor.
—Vámonos.

Fue lo último que se escuchó de Donald antes de darse la vuelta y llevarse a los cuatro patos de vuelta, quienes si se despidieron del gallo. Este solo recogió su lazo de vuelta, se acomodó el sombrero y dió vuelta para regresar a su hogar. Tenía trabajo qué atender temprano y un gallo desvelado no es lo mejor.

El silencio fue incómodo en el trayecto de vuelta a los camarotes, pero algo había cambiado en el semblante de Donald. Ya no era enojo lo que se podía ver en ese ceño fruncido, si no más bien, arrepentimiento. Los niños se vieron entre sí, no tenían que ser unos genios para comprender el conflicto.

—Entonces... ¿El señor Panchito es nuestro papá?— Preguntó Luis sin cuidado alguno.

—¡¿Qué?! ¡No! ¡Por supuesto que no! — Exclamó Donald confundido y un poco incrédulo ante la idea de tener a Panchito como cuñado.

—¿Entonces él y mamá no tuvieron nada?—Preguntó ahora Hugo.
—N-no. ¡No! Por Dios, no.
—¿Y porqué insistes en que sí?

Esa última pregunta lo detuvo en seco. Los niños tenían razón. Si él sabía que entre Della y Francisco no hubo nada, ¿porqué estuvo tan molesto por tantos años? ¿porqué se negaba a perdonarlo?

—Señor Donald... Creo que debería perdonarlo.— Se unió Rosita al interrogatorio.
—Si. Parece que fueron buenos amigos. No deberías dejar que tu orgullo lo arruine más.— Exclamó Paco.

¿Desde cuándo los niños son tan emocionalmente inteligentes? Pero tenían razón. La molestia contra sus amigos fue que ninguno hizo el intento por contactarse.

No.

Él no hizo el intento por contactarlos.

Está más que seguro que Panchito y José si lo intentaron. Guardó silencio en lo que resta del camino hasta dejar a los niños en cama y asegurarse que ahí se quedaran. No podía abogar en defensa propia, estaba cansado y con dolor de cabeza. Primero tenía que disculparse con Daisy, luego hablaría con Panchito.

No sabe cómo tragarse su orgullo para arreglar las cosas.

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N/A: ¿A qué no se esperaban doble capítulo eh?

¡Feliz Año Nuevo 2024!

Yo sé que ha pasado mucho tiempo. ¿Seguiré con la historia? No lo sé. Tal vez. Espero y si. Pero no sé qué camino tomar con la historia. Ya veremos.

Muchas gracias por seguir aquí. De verdad que me sorprende aún seguir recibiendo notificaciones en esta historia. Trataré de darles un cierre o al menos no dejarles con intriga. Lo aprecio mucho.

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⏰ Última actualización: Jan 02 ⏰

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