POV JENNIE.
Mastico la pizza y la miro mientras se sienta duchada, con el cabello mojado y vestida con unos pantalones cortos de dormir con pulpos azules y una Henley blanco encima. A pesar de la pequeña mesa redonda y las dos sillas que hay detrás de mí, nos sentamos en la alfombra, bajo la ventana de nuestra habitación de hotel del sexto piso, con la caja de pizza abierta entre nosotras.
Nuestras miradas se cruzan, pero no hemos hablado mucho desde que ella se derrumbó en el baño hace una hora.
Por ahora, disfrutamos de un silencio incómodo, pero no es una pelea, y eso es algo.
Tal vez esto es una jugada.
Una forma de atraerme para no perder a su juguete favorito.
Pero creo que lo que pasó en el baño fue real. Es difícil confiar en algo genuino de ella. Por mucho que quiera hacerlo.
¿Y por quéééééé quiero hacerlo? Sigo buscando lo bueno en ella. ¿Por qué?
—Siento lo de tu padre.—dice en voz baja.
Miro hacia ella y veo que agarra su rebanada y se la lleva a la boca.
Me encojo de hombros.
—Fue hace ocho años.
Doy otro mordisco, casi lista para el segundo.
Ella pidió pepperoni del viejo mundo.
Mi favorita.
Asiente.
—Lo sé. Aunque al menos se fue rápido.
Su hermano no lo hizo.
Los Manoban podían permitirse el lujo de luchar contra la leucemia, pero eso sólo prolongó su sufrimiento.
Supongo que tenían que intentarlo, sin embargo.
—Siento lo de Bambam. —Sale con voz ronca, y no sé por qué—. Te vi con él a veces. Eras una buena hermana.
Mi padre murió mucho antes de que Lisa y yo nos conociéramos, pero lo de Bambam fue hace pocos años.
Sigue sin mirarme, sólo asiente, y veo cómo la bola de su garganta sube y baja.
Coge un trozo de salchichón.
¿Qué le pasa por la cabeza?
—¿Te gusta? .—le pregunto.
Ella levanta los ojos, todavía inyectados en sangre por el llanto.
—Sí, ¿por qué?
—Normalmente te gustan todos los aderezos. —Aceitunas, pimientos, cebollas, salchichas... Le gusta la pizza cargada. Después de años de jugar juntas al lacrosse, ya conozco su pedido de pizza.
Se lleva el trozo a la boca.
—Está buena.
Sonrío para mis adentros.
Agradezco el sacrificio.
El peperoni del viejo mundo es lo mío.
—¿Por qué me odias? .—pregunto después de un momento. No sé por qué quiero saberlo. Tal vez estoy aprovechando la oportunidad de hablar por fin con ella—. ¿Por qué actúas como si me odiaras, quiero decir?
Me mira, sosteniendo mi mirada, pero cuando su boca se abre, no sale nada.
Sus párpados caen, su mirada desciende, y puedo ver cómo las lágrimas se acumulan de nuevo.