Apetecibles como agua dulce a un náufrago.

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Los nervios a flor de piel son palpables en todas aquellas personas que comparten este momento conmigo. Caras ya conocidas y otras muy nuevas.
La entrada al hotel que nos acogerá a todos los llegados al casting final queda frente a mi.
La gente revolotea como mariposas perdidas entre campos, entre flores preciosas, así de preciosas como está siendo esta experiencia.

Reposo mis ojos sobre una cabellera medio larga, que cae sobre un pequeño cuerpo. Este parece tenso, ¿asustado? quizás. Se gira a conocer a todos los que bajamos de bus, siendo nosotros los últimos en poner los pies en tierra. Mis ojos reposan sobre ella, aún tensa, me siento imantado, conectado a ella, a su presencia. Sus ojos reposan sobre mi al sentirse observada. Su cara me intimida y he de apartar la mirada. Su presencia es fuerte y no puedo evitar apartar mis ojos de ella.

Giro mi cuerpo y me uno al grupo con el que he pasado gran parte del comienzo de esta experiencia. Charlamos sobre como las cosas están sucediendo, hablamos de la emoción.
Un grupo de personas se acerca hacía nosotros, entre ellos veo esos ojos marrones que habían intimidado a los míos.
Entre nosotros nos presentamos, mi mente se siente abrumada con la cantidad de nombres que aparecen por ella, pero el tiempo me arrolla y no tengo más para procesarlo todo. La voz de Noemí se hace presente entre nosotros, pidiéndonos comenzar.

Las canciones pasan, me fijo en cada persona, en el talento que presentan, y quizás, me empequeñezco, me siento menos, pero no dejo que ese sentimiento que apodere de mi.

Entre notas mi mente disocia, y entre notas mi mente se encuentra de nuevo, se encuentra con una voz que me hace remover los latidos, me hace sentir un acelerón intenso y penetrante, un calor que me recorre el cuerpo al completo. Levanto mi cabeza y vuelvo a encontrar esa mirada. Su presencia me impone, me hace sentirme acojonado ante ella. Su persona intimida y a la vez te pide que te quedes a mirarla. La miro, la observo, la escucho y realmente no sé qué sentimiento me recorre.
Acabado el día soy incapaz de dejar atrás el sentimiento que me ha hecho sentir la ojimarron. La veo salir, con una sonrisa en la cara, que hace que esta brille más de lo que lo hacía antes. Me hace sentir un calor extraño por el cuerpo, ese mismo que solo unas horas antes me había recorrido el cuerpo y que no había podido sacar de mi mente desde entonces. Quiero acercarme, hablarle, no perder la oportunidad, pero el miedo se apodera de mi y la veo alejarse y perderse entre la gente.

El hotel llena sus pasillos al vernos subir a todos buscando las habitaciones asignadas. No vuelvo a toparme con su mirada, ni con su figura. Siento como si se hubiera desvanecido.
Entre los pasillos encuentro mi habitación, varias cabezas se giran a mirarme al ver como asomo mi cuerpo por la puerta. Personas con las cuales no he vivido demasiado, las conozco de pasada.

Una vez desechas las maletas decidimos bajar a cenar, un cúmulo grande de personas nos apelotonamos esperando poder coger la comida que el hotel nos ofrece. Junto a mi grupo me adentro en el comedor, buscando una mesa donde comer. Entre personas vemos cómo una mano se alza llamando nuestra atención. Julia, creo recordar que se llama, nos señala la mesa donde se encuentran. Entre un grupo de caras risueñas vuelvo a encontrarme con la ojimarron, que observa mi llegada como el resto del grupo. Solo yo y Álex hemos decidido adentrarnos en esta mesa, en cambio, los otros se han disparado buscando conocer gente nueva.

Al sentarnos la convención continua, entre tantas voces es difícil distinguir y entender todos los temas de conversión, por lo que decido entretenerme con la divertida conversación que surge sobre que animal somos cada uno, convención a la que acabamos unidos toda mesa.

La cena se hace amena, pero el tiempo corre y el comendador comienza a quedarse vacío. La noche parece joven, y aunque debemos descansar el revoltijo de hormonas que somos no nos permite eso.

La conversación que comenzó con un "Julia, si fueras un animal, serías un gato esfinge" acabó con un roglo de personas y una botella entre medias. Las preguntas corrían y aún sin alcohol en vena, las hormonas daban fruto a tensiones, preguntas incómodas y demasiadas risas.

La botella recae sobre mi y las mentes comienzan a formar preguntas sin cesar. Saltan varías pero no son capaces de decidirse por una en concreto.

-Omar, tendrás que pasar cinco minutos en el baño con la próxima persona a la que señale la botella.- Todos nos reímos, y aunque parece un reto de niños pequeños, es el elegido por todos.

La botella rueda de nuevo, parece no querer parar, se va frenando con tranquilidad hasta caer sobre la ojimarron de la cual ya conozco el nombre, Ruslana. Ambos nos miramos y por alguna extraña razón ninguno es capaz de aguantar la mirada. Nadie parece percatarse de esto y nos meten prisa para que nos adentramos entre las paredes del baño, que ahora me resulta pequeño.

Una vez ambos dentro, la puerta se cierra. Ambos quedamos parados, uno frente al otro. Sus ojos caen sobre mi con fuerza, y aún sintiendo la misma intensidad de antes, esta vez le devuelvo la mirada con la misma fuerza.

No soltamos prenda, hablamos con miradas, un paso adelante, mío, resuena entre nosotros y nos deja con menos espacio. Es otro paso suyo el que nos deja a centímetros.
Sin previo aviso sus ojos se posan sobre mis labios, inconsciente los humedezco. Levanta la mirada de nuevo. Mis manos rozan su piel. Siento un escalofrío recorrer la mía, y esta vez soy yo quien recorre sus labios con la mirada, puedo sentir las pupilas dilatadas y el corazón bombeando con fuerza. Las respiraciones se cortan entre si. Los centímetros parecen metros y a la vez milímetros. Mis manos aprietan con más fuerza sus caderas. He de inclinarme para poder acercar mi cara a la suya. Sus labios pintados color mate se me hacen apetecibles como agua dulce a un náufrago. Siento que puedo rozarlo, noto el aliento caliente sobre mi piel.

-¡Vestiros ya, que os hemos dado cinco minutos de más por si el polvo se hacía largo!-

Madrid nos guardó el secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora