Como niños en un viaje de final de etapa.

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-¡Vestiros ya, que os hemos dado cinco minutos de más por si el polvo se hacía largo!- Es la voz de Álvaro la que nos despierta del limbo tan intenso en el que nos hemos adentrado.
Ella da un respingo que hace que su cuerpo choque contra la pared que quedaba a poco centímetros de ella. Esto desencadena una carcajada entre nosotros.

Ambos tenemos las mejillas coloradas y no somos capaces de mirarnos a los ojos. Tras recomponernos un poco poso mi mano sobre el pomo de la puerta con la intención de abrirla. Es Ruslana la que me para los pies poniéndose frente a mi, tengo la intención de inclinar la cabeza para poder mirarla, pero antes de hacerlo posible, posa sus labios en mi cuello, con la mano contraria estira de mi pelo para poder hacerse hueco y rozar mi piel, piel que se me eriza ante el contacto. Antes de alejase, de este contacto de no dura más de unos segundos, muerde con dulzura mi cuello, ríe al ver cómo no he sido capaz de reaccionar ante esto y, siendo ella esta vez la que abre la puerta, sale del baño, dejando a mi vista sin su bonita figura.

Salgo lo antes que puedo. Al salir veo a todos esparcidos por la habitación, dándome a entender que el juego se ha acabado. Hay música que ambienta, a un buen volumen para poder hablar entre nosotros.

Hago una rápida mirada a la sala y distingo un hueco en la esquina de la cama, desde donde puedo observar toda la habitación. Una vez aposentado allí reposo mi cabeza sobre la pared y me decido a cerrar los ojos unos segundos, intentado relajarme.

La cama se mueve de manera brusca, haciendo que mi corazón se salte varios latidos. En mitad de la sala observo a Nacho y Ruslana, bailan pegados al ritmo de Madrid. Nacho posa las manos sobre ella, sus dedos la agarran con fuerza y sus cuerpos se rozan al ritmo de la música. Mis ojos deciden cerrase de nuevo.

-Oye, ahí estaba yo.- Escucho como dice Ruslana en tono de queja. Madrid ya no suena, ahora es otra canción la que ameniza la estancia. Abro los ojos y veo como Julia se ha sentado en la silla en la que Ruslana había puesto sus pertenecías para "reservarla". No le da mucho rebombori tras la cara, de la cual no solo yo he sido consciente, que le muestra Julia.
Se mueve por la sala hasta acabar apoyando su espalda en la pared. Sus ánimos parecen haber bajado de golpe.

Cada uno vuelve a lo suyo, se crean pequeños grupos de conversaciones, mientras otros miran el móvil descansando del cúmulo de gente un rato.

Vuelvo a girar mi vista hacia ella, su espalda sigue apoyada en la pared y su cara brilla mucho menos que antes. Parece que no le ha sentado nada bien esa reacción y mira como Julia ahora se divierte entre Nacho e Irene, hablando sobre que sé yo.

Le doy un toquecito en la parte trasera de la rodilla, haciendo que está falle y viendo cómo pierde el equilibrio. Suelto una risa, no demasiado exagerada, pero notable. Ella me mira con mala cara, esto me hace cortar mi risa de golpe, y es cuando ella comienza a reír. Su cara comienza a brillar de nuevo, y me siento feliz ante eso.

Me envalentono y con mis manos cojo sus caderas para acabar tirándola en el hueco que he dejado entre mis piernas anteriormente. Ella ríe, cómoda.

Las tonterías se hacen presentes entre nosotros, soy yo quien comienzo con unas cosquillas y ella quien intenta parar mis manos sin éxito. No cesamos las tonterías hasta pasado un tiempo.

El ambiente en la habitación es calmado, la música suena más suave pero mucho más auditible, pues la mayoría optan por mirar el móvil y descansar. Hay otros a los que los ojos les pesan y comienzan a dormirse. Quizás era el momento de movilizarnos cada uno a su cuarto, pero nadie quería romper el aura tranquila.

Un "click" me hace reaccionar mirando para abajo, de donde proviene en sonido, y puedo ver a Ruslana con la cámara encendida y haciéndome una foto, una de esas de las que sacas un sticker. No puedo evitar intentar quitarle el móvil, eso nos une en una pelea extraña en la que ambos queremos reírnos pero no podemos, para no romper el aura.

La calma reina en la habitación, a sabiendas de esto ambos salimos, no sin recibir una extraña mirada por parte de Julia al recoger las cosas se Ruslana, y al notar cómo la puerta se cierra dejamos salir nuestra carcajada. Algo que no parece gustar a lo demás huéspedes del hotel, pues vemos como una puerta hace la intención de abrirse.

Sin mirar de donde proviene salimos escopetados como niños pequeños en un viaje de final de etapa, cuando les pillan haciendo travesuras en la noche.

Llegados a una esquina que nos resguarda freno en seco, tirando de ella para frenarla conmigo, cosa que nos deja a pocos centímetros. Sus ojos me miran y luego bajan la mirada a mis labios, mientras humedece los suyos. La misma tensión que en el baño se apodera de nosotros. Quiero atrarela a mi, besarla. Ella pega su cuerpo al mío y con el brazo derecho apoyado en mi cuello me mira desafiante. La tensión se ve envuelta en un duelo de miradas. Sus ojos desprenden fuerza, rudeza y algo que ¿lujuria?, los míos lejos se sentirse intimidados lanzan miradas con la misma intensidad.
Las respiraciones augmentan y las ganas existentes se apoderan de nosotros. Es ella la que entreabre la boca, soltando un suspiro que me sabe a poco. Mis labios tiemblan ante su aliento, la fuerza de su presencia me incita a buscarla. Quiero hacerlo, solo necesito ese último empujón. Sus uñas se clavan suavemente en la piel de mi cuello, haciendo que me encienda. La señal que necesitaba está ahí, tiro de su cintura y por primera vez soy catador de sus labios. Estos me dejan sin aliento, con ganas de más. La suavidad de ellos contrasta con la rudeza con la que me besa. Nos besamos con la misma intensidad con la que nos mirábamos minutos antes. Alzo su pequeño cuerpo al vuelo, apretandolo contra la pared con la delicadeza justa que requiere el momento. Sus manos se entrelazan entre los rizos de mi pelo. La necesidad de respirar nos obliga a separarnos.

Siento frío sin el contacto cálido de sus labios, pero volver a unirnos parece imposible. Dejo a sus pies tocar tierra firme. Ni tan siquiera somos capaces de mirarnos. Ambos nos alejamos mutuamente y veo como se desvanece por el pasillo soltando un murmuró en forma de despedida. Su desconcierto es tan grande como el mío. Nos sentimos perdidos.

La cama me resulta pequeña una vez dentro, no paro de darle vueltas, las mismas que le da mi mente a ese beso.

Aún siento un hormigueo entre mis labios, y es ese hormigueo el último sentimiento que se hace presente antes de la llegada de Morfeo, dando el día por finalizado con un sabor de boca extraño.

Madrid nos guardó el secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora