Las notas salen, y solo las estrellas son testigo.

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El despertador hace chirriar mis oídos. Quiero estampar el móvil contra la pared, taparme la cabeza con la almohada y que el sol vuelva a caer por donde ha salido.

Las ganas de no salir de la cama están por invadirme y antes de dejar que esto suceda doy un salto sobre ella para acabar con los pies en el suelo y con una fría corriente erizando la piel de mi desnudo torso.

El reloj me indica que el tiempo hoy está de mi parte, por lo que decido adentrarme en una ducha de agua fría que refresca mi mente y activa mis energías. Salgo con las gotas recorriendo mi cuerpo aún, me planto frente al espejo, me miro en el reflejo, soy yo, estoy aquí, ¿un sueño? una realidad ahora, es en ese momento cuando me doy cuenta. Siento la presión, haber llegado hasta aquí sería impresionante, pero quedarse aquí tan defraudante. Remuevo los pensamientos de mi mente y comienzo con el segundo día de lo que puede ser el principio del sueño de mi vida, o el final de un intento más.

Los pasillos se llenan de gente, todos andamos con brío, aún llegando sobrados de hora, sentimos la necesidad de correr.

Sin ser consciente mi mirada se encuentra recorriendo los pasillos en los que nos adentramos, en busca de ese color mandarina que ha cautivado mis sentidos. No es hasta llegados a recepción cuando mis ojos topan con ella. Sus ojeras son palpables, pero no quitan ese brillo que tienen sus ojos.

La miro, intento conectar su mirada con la mía, pero queda solo en eso, en un intento, pues sus ojos esquivan los míos de una manera bastante obvia.
Una sensación extraña recorre mi cuerpo, necesito que me mire, ver esos ojos que ayer cautivaron mis sentidos, pero ella no quiere.

La energía de la gente puede conmigo, me cautiva y me hace olvidar ese sentimiento de pesadez, de querer volver a la cama.
Me siento eufórico, la gente canta, los altavoces resuenan y el día pasa de una manera rápida, bonita, pero con ese sentimiento de ver como se esfuma el tiempo rápido entre los dedos.

"¡Me quedo!" ese pensamiento pasa por mi mente. Vuelvo a quedarme, otro día más que mi nombre va acompañado por un "sigues en los castings". Siento la emoción, siento la euforia y aún con el dolor de todos los que quedan atrás, los que seguimos sentimos una necesidad de celebrar y sacar ese sentimiento de euforia que recorre nuestros cuerpos.

Al entrar a la habitación un Bea llena de emoción se lanza sobre mi. Su ser hace que mi energía no decaiga.

-Omarch, vamos a cenar unos cuantos ¡vente!- Suelta Bea, mi mente pensaba en meterse entre las sábanas, pero su emoción acaba reflejada en mi. Quiero ir, voy a ir.

Asiento con la cabeza mirándola. Le es inevitable no soltar un chillido y unos saltitos de emoción.

No más de dos horas más tarde me encuentro en la recepción del hotel, junto a unas cuantas caras conocidas, esperando a los tardones.

Un barullo se hace presente entre los pasillos, vemos como unas pocas personas llegan con rapidez a la recepción, sus pulmones piden oxígeno y sus respiraciones intentan coger todo el que encuentran a su alrededor.

Me es inevitable no fijar mis ojos en la chica del pelo color mandarina. Sus respiraciones son fuertes, intenta coger todo el aire que su cuerpo de pide con ansia. Se ve envuelta en una falda vaquera más corta que larga y un chaleco de bajotraje negro. Bajando, por sus pies, relucen unas preciosas botas negras, al estilo Dr. Martens, color mate.

Su pelo planchado queda recogido en una colega baja. Sus ojos relucen preciosos bajo la capa de brillo que los envuelve, y aunque tengo claro que al natural serían más bonitos, envueltos en esa magia que tiene el maquillaje se ven como dos estrellas en mitad de la oscuridad de la noche.

La cena pasa sin más percances, pero sin una sola mirada de vuelta de esos ojos marrones. La busco, la busco tanto cuanto puedo, pero sus ojos están negados, se obliga a no mirarme, o así lo pienso cuando la encuentro mirándome, con disimulo y al chocar mi mirada con la suya, huir de mi.

Llegados al hotel todos nos dirigimos a nuestra habitación, cada uno a la suya. A mi cuerpo le pesa la intensidad del día. Mis ojos quieren cerrarse incluso en pie.

Camino hacia la habitación, delante, junto a otras tres personas, una pelirroja camina entre risas y bromas. Gira la esquina y una mirada se le escapa directamente a mi, pero de una manera drástica la aparta, de una manera que es incluso hiriente.

Me adentro en la habitación, me desarreglo y dejo que mi cuerpo se envuelva entre sábanas. La mente me da unos minutos para pensar antes de dejarse llevar por Morfeo, y entre eso pensamiento solo puedo recordar sus labios, la piel se me eriza, pero eso decae al recordar cómo su mirada huía de la mía hoy mismo. Sus labios vuelven a mi, y con ese sentimiento agridulce, Morfeo se apiada de mi.

Sus labios recaen en la piel de mi cuello, la intensidad creada la lleva a empujar mi cuerpo contra la pared. Sus manos recorren mis rizos una y otra vez, mientras las mias se apoderan de sus caderas.

Sus besos son fuertes, me dejan sin aliento pero con ganas de más, acaricio cada parte de su piel, rozo cada centímetro de sus suaves caderas.
Cambio las tornas empujandola yo, esta vez, contra la fría pared, haciendo que un gemido por el sentimiento salga de entre sus labios, uno que llena mi cuerpo de fuego.

Todo se vuelve oscuro, muevo mi cuerpo, las sábanas me arropan.
Miro el teléfono, 4:32, así marca la hora. Paso las manos por mi cara, aún sin entender que acaba de pasar. Me levanto encaminado al baño, necesito refrescar mi mente, necesito huir de aquello que acaba de pasar. Lavo mi cara con un buen chorro de agua fría.

Vuelvo a la cama, Morfeo parece querer jugar conmigo, se esconde, y yo, yo solo puedo pensar en que acaba de pasar.

Sé que los minutos pasan, incluso las horas, pero Morfeo sigue sin aparecer. En el silencio de la noche, junto a mi guitarra, salgo de la habitación.

Un soplido de aire fresco refresca mi nublada mente. Mis manos se mueven solas, ajenas a mi, recorriendo las cuerdas de la guitarra, así como lo hacían con su piel entre mis sueños. Muevo la cabeza, quitando ese sentimiento que me invade. Las notas salen, y solo las estrellas son testigo de cada una de las palabras que quieren formar canciones, o eso pensaba, pero unos pasos tras de mi hacen que gire mi cuerpo de una manera algo diabólica.

-¡Joder!- suelta acompañado de un soplido asustado. No puedo evitar soltar una carcajada. La figura se sienta junto a mi. No puedo evitar mirarla, y sus ojos, por primera vez, me miran de vuelta.

Madrid nos guardó el secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora