"Omarch"

325 16 9
                                    

La vuelta a casa sin sentido se me hace extraña. No puedo parar de recordar en mi mente sus ojos, su voz, su presencia y como he dejado que se fuera sin que el miedo se apoderara de mi. No puedo evitar sentirme ardido, conmigo, por perder la oportunidad, por hacerla huir. El ánimo se vuelve tenue, agotado. Siento pesado el clima.

Entre raíles llego a casa, me desahogo de la ropa que comienza a asfixiarme y me adentro en la ducha, dejando las gotas recorrer mi cuerpo. Me pierdo en la música que suena de fondo, y entre notas mi mente viaja de nuevo a la mirada ojimarron, froto mi cara con fuerza, intentado deshacerme de ese pensamiento. La elimino de mi mente, pero poco tarda en volver a mi.

Tras una larga y reparadora ducha me aposento sobre la cama, dejo mi mente fluir y a Morfeo apoderarse de mi, y entre miles de emociones caigo en un sueño tranquilo y gustoso.

Pasados varios días decido que un viernes de fiesta es todo lo que necesita mi cuerpo para liberar tensiones. La noche se avecina tranquila con un par de cervezas recorriendo mis venas y las de mis amigos, con quienes comparto un bonito rato.

Las cervezas parece ser que nos quedan cortas y la ronda de chupitos se planta ante nuestras narices. Entre chupitos veo la pantalla de mi teléfono iluminarse varias veces, y tras esto vibrar otras tantas. Es mi amigo quien cansado por la situación decide coger el teléfono. En la pantalla se puede observar un "juli casting" leer esto hace que todas las miradas recaigan en mi, miradas pícaras, con intenciones. Quiero reír, y lo hago, con ¿Julia?

"Omarch, estamos por Madrid algunos del casting, vente, la noche es joven" se escucha al atender a la llamada. La voz alarga las palabras y la manera de decirlo muestra el alcohol que le recorre.

Niego ante las miradas atentas de mis amigos, pero ellos no tienen en cuenta mi aportación y aprueban la idea de acercarse a Madrid está noche. Y así se cumple, tan solo dos horas después me encuentro llegando a Madrid entre las risas de mis amigos, a las que me uno ya más relajado.

Ante mis ojos se presenta un grupo no demasiado grande, de unas diez personas. No consigo distinguir quienes son hasta que mis pasos me dejan a pocos metros. Todos perciben nuestra llegada pues es Julia la que grita con ímpetu "¡Omarch!" mientras se levanta con la intención de correr a abrazarme. La recojo antes de que pueda caer, la abrazo bajo la atenta mirada de todos, poco a poco apartan las miradas y eso mismo hago yo con el cuerpo de Julia, quien se presenta ante mis amigos, para más tarde acercarnos al grupo de nuevo y comenzar las presentaciones. Al recorrer con mi vista el grupo la ojimarron se hace presente ante mi, al mismo tiempo que Julia vuelve a posar sus manos encima de mi hombro, mientras habla, algo que no entiendo, y que hace que mi cuerpo se vuelva tenso y nervioso. Mi mente solo puede pensar en que ella está aquí. Verla de nuevo, tan guapa, tan perspicaz. Su cuerpo envuelto en unas bonitas telas, que dejan al descubierto partes que relucen. Sus ojos se ven sumidos entre maquillaje, sus labios color mate que tanto la caracterizan no pasan desapercibidos para mí. El pelo, lacio, cae por su espalda. La miro, me mira de vuelta. La tensión palpable del otro día no se presenta, en cambio sus ojos me miran con picardía.

Una vez presentado el grupo decidimos adentranos en una de las discotecas más reconocidas de Madrid. En el camino noto el porqué de que sus ojos hayan dejado de lado la tensión, pues balbucea con Álvaro y Bea cosas sin sentido, mientras los tres ríen, es evidente que el alcohol recorre su cuerpo a cantidades considerables.
La música retumba entre mis oidos al entrar. El ritmo de criminal me introduce en la fiesta. Las idas y vueltas a la barra se hacen repetitivas, el calor sube y las horas pasan. El grupo, por sorprendente que parezca, no se disipa demasiado.

Sin poder evitarlo mi mirada recae en ella, su cuerpo se mueve al compás de la música, acompañada por Álvaro, ambos mueven sus caderas al mismo son. Las manos de él agarran con fuerza las caderas de la pelirroja, para poder chocarlas delicadamente, aunque con un matiz de poderío, entre ellas.

El calor sube por el cuerpo, necesito salir a tomar aire, a respirar. Entre la multitud consigo hacerme paso. Al salir una bocanada de aire fresco inunda mis pulmones, pero esa sensación dura poco, y siento calor, aunque queda lejos de lo asfixiante que se sentía dentro.

La entrada a la discoteca parece incluso más llena que el interior, y me cuesta encontrar una pared tranquila en la que apoyarme. Una vez encontrado el lugar, apoyo mi espalada sobre la pared y cierro los ojos, elevando suavemente el rostro.
La tranquilidad me invade por unos segundos, siento un suspiro, un alivio. Mi mente deja de pensar; en los castings ya pasados, en que pasará en unos meses, en ella. Todo aquello que acechaba mi mente se esfuma por unos minutos. Pero la realidad sigue ahí, y me da de bruces contra el suelo cuando siento unos brazos recorrerme. La cabeza de la persona que me abraza de apoya en mi pecho. Aspira mi olor. Quiero abrir los ojos, pero no me lo permito. ¿Y si no es real? ¿y si es fruto de mi imaginación y el alcohol en sangre? Mis manos bajan, rozando su espalda que queda cubierta por la tela del precioso top negro que tan bien le queda. Su diminuto cuerpo que remueve ante mi contacto, ¿su piel se eriza?
No intercambiamos palabras por un largo rato. Yo continuo con los ojos cerrados y ella apoyada en mi pecho, rodeándome con sus brazos.

Una corriente fresca nos hace separarnos, devolviéndonos a la realidad. La miro a los ojos, me mira de vuelta.
Es la última persona con la que esperaba acabar fuera.

Su mirada, lejos de ser como aquella de la última vez, me mira bonito. Sus ojos brillan, aunque ese mérito se lo atribuyo al alcohol, y una sonrisa de niña aparece en su rostro.

Sus manos pasan de rodearme a apoyarse en mi pecho. Me mira fijamente, para acabar posando su mirada en mis labios. Se acerca despacio, hasta poder notar como su aliento choca como el mío, haciéndome sentir un gustoso calor, que recorre mi cuerpo de cabeza a pies.
Sus manos acaban aposentadas en mi cuello, y da el último tirón para poder dejar nuestros labios juntos, pero soy yo quien la frena, quien no deja que nuestros labios rocen.

-Estas borracha, no hagas cosas de las que te arrepientas.- Digo marcando un límite que me agradecerá.-No te mientas, no quieres.- Ella me contesta con un puchero, la ternura quiere apoderarse de mi, pero me contengo.

-Los borrachos no mienten.- Suelta riendo y deja un fugaz beso en mis labios, como si no lo hubiera hecho. Y se marcha de nuevo, encaminada dentro.

Madrid nos guardó el secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora