Aunque digan que no soy tu tipo, aunque esté mal visto y bajo la ley no debamos estar juntos, no te dejaré ir y no le des más vueltas a la vida y disfruta los segundos conmigo.
Por qué la sangre no nos une como así lo quiere la gente.
Nos amamos, pe...
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La lluvia sonaba golpeando la ventana de la consulta del médico, creando patrones de sombras en el suelo. Mikey se sentaba nervioso en la silla de examen, jugueteando con el borde de su camiseta. Estaba ahí porque la mamá de Kisaki le había dicho que era mejor ir con un ginecólogo primero. El médico, un hombre de mediana edad con una expresión amable, se aclaró la garganta antes de hablar.
—Bueno... Manjiro Sano, 16 años, doncel —Comenzó, su voz suave pero firme— Los resultados de tus pruebas han vuelto. Estás embarazado. Tienes aproximadamente dos meses—.
El mundo de Mikey se detuvo. Las palabras del médico resonaban en su cabeza, pero no podía procesarlas. Estaba embarazado. A los 16 años. No podía ser cierto, se cuidaba siempre. El médico continuó hablando, explicando que debido a su edad, tendría que informar a un adulto a cargo. Pero las palabras de él eran solo un zumbido en los oídos del menor. Todo lo que podía pensar era en cómo su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Apenas podía hablar, apenas podía moverse. Todo lo que podía hacer era sentarse allí, en shock, mientras el mundo seguía girando a su alrededor.
—¿Manjiro?
Preguntó el doctor, pero Mikey parecía incapaz de salir de su trance. La lluvia continuaba golpeando la ventana, el sonido monótono parecía ser el único ancla de Mikey a la realidad. El médico, viendo su estado de shock, decidió darle un poco de espacio y salió de la habitación. El líder de la Touman se quedó solo, sus pensamientos corrían a mil por hora. Izana. Izana era el padre, ¿Cómo reaccionaría él a la noticia? ¿Se quedaría a su lado o lo abandonaría? Después de lo que pareció una eternidad, Mikey finalmente se levantó de la silla de examen. Tomó su teléfono y marcó el número de Izana. Su corazón latía con fuerza mientras esperaba que él contestara.
—Izana —Habló, su voz temblorosa— Necesito verte. Tenemos que hablar ahora—.
Después de colgar, Mikey se encontró en el hospital, esperando ansiosamente la llegada de Izana.
—He vuelto, Te traje un té de caramelo para pasar el trago amargo de la noticia—.
—Gracias doctor—.
—¿Y bien?, ¿Sabes con quién puedo hablar sobre tu estado?
—Mi novio es mayor de edad, tiene 19—.
—Es legalmente aceptable, puedes llamarlo y esperar en la sala, cuando llegue me avisas—.
—Sí doctor, gracias...
Cada minuto que pasaba parecía una eternidad, pero finalmente vio a Izana entrar por la puerta de la sala de espera. Estaba algo mojado por la lluvia. Izana caminó hacia Mikey con una expresión de preocupación en su rostro.
—Bebé, ¿estás bien?, ¿Qué sucede?, ¿Qué te dijo el matasanos? —Preguntó mientras se acercaba y le tomaba la mano—.
Mikey se aferró a la mano de Izana, sintiendo el apoyo y la calidez que le brindaba. Manjiro miró fijamente al más alto, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Quería decirle la verdad, pero las palabras se atascaban en su garganta. El peso de su secreto y la complejidad de su relación como hermanos adoptivos pesaban sobre él, haciéndole dudar si debería revelar la noticia. Izana frunció el ceño porque comenzaba a asustarse notando la lucha interna de Mikey.