Furia

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Estaba en la misma gloria besando esos labios de cereza tan dulces y apetitivos, tanto esperó para ese momento que no había tiempo para arrepentirse de nada. Ella es la mujer que ama y no se detendrá hasta que esté entre sus brazos.

-No sabes lo que he anhelado que este momento pasara. - dice Antonio entre los besos.

-Ajá... - responde ella.

-Que este momento sea especial, que te dieras cuenta lo incondicional que puedo ser. Desde mucho tiempo he querido decirte cuanto te quiero, cuanto te amo Bárbara.

Bárbara se aleja un poco para mirarle a los ojos y sonreír.

-Y yo también te amo, Antonio. - escucha decir por sus labios.

Antonio sonríe y la vuelve a besar estrechandola más en sus brazos.
Camina con ella hasta llegar a la cama para recostarla con mucho cuidado y de la misma forma se sube sobre ella.

Se besaban con pasión, con entrega. Sentían que sus ropas eran un estorbo por lo que comenzaron a quitarselas. Ella su bata y él su camisa y pantalón. Estaban urgidos por sentir la piel de cada quien.

-Antonio. - escuchó que lo llamaba un poco a lo lejos.

-Antonio. - esta vez un poco más de cerca.

-¡Antonio! - escuchó ahora más elevado el llamado de su voz.

-¿Eh? - el caporal miró a su mejor amiga.

-Que ya es muy tarde y tienes que regresar a tu casa. - le recordó ella con una sonrisa.

Antonio asintió.
-Claro, lo siento yo... Mejor ya me voy. - señaló hacia atrás la puerta.

Bárbara asintió con la cabeza, esperó a que se fuera para soltar una pequeña carcajada llena de burla, le causó gracia la cara que traía Antonio cuando se distrajo, quien sabe qué estaba pensando.

Luego de calmar su diversión se decidió por dormirse, mañana le esperaba un día agotador.

El capataz de Altamira iba recorriendo la sabana sobre su amigo Canela, pensando ¿qué habrá pensado ella cuando se distrajo? Estaba apenado, esperaba que no se haya dado cuenta. Por otro lado estaba feliz porque Bárbara le perdonó, fue completamente sincera con él, no le cabía tanta felicidad con haberse contentando con ella y haya recuperado su amistad.

Santos

Durante la noche no he podido dejar de pensar en esa mujer besándose con ese tipo desconocido, la manera en la que ambos se besaban hacia que a mí me sentiera como un imbécil porque no sabía por qué razón me hacía sentir de esa forma. Doña Bárbara a mi no me interesa, es una persona vil y cruel la cual no merece nada de mí.

Sin embargo, cuando la veo de lejos y recordarla completamente desnuda, yo olvido todo no deseo nada más que estar con ella, cumpliendo todos mis más oscuros deseos y eso me descoloca porque yo no soy así. O tal vez, si lo soy. Solo que aspiro a ser diferente, yo no puedo ver a una mujer de esa forma mucho menos, cuando yo soy un hombre comprometido.

No puedo desear que Doña Bárbara sea mi amante mientras estoy lejos de mi futura esposa, va en contra de todo lo que he aprendido, de mis prejuicios.

Mi madre me crío para ser un caballero por lo tanto debo comportarme como tal.

Durante la mañana me había dado un baño para despejarme gracias a que no he podido dormir bien por estar pensando, bajé al comedor una vez estuviera listo y me encuentro a Casilda serviendome el desayuno.

-Buenos días, Don Santos ¿cómo amaneció?
- me saluda ella cordialmente.

-Buenos días, Casilda. Amanecí muy bien.
- respondo tomando asiento en la cabecera de la mesa.

Yo No Me EnamoréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora