Confesiones en la Callejuela

91 10 6
                                    

¿Cómo podría perdonarlo si, aún al hacerle ver su error, José insistía en justificarse? Sentía un profundo dolor al haber sido arrastrada a este compromiso sin tener la menor idea del acuerdo entre mis padres, José y su familia. ¿Sería egoísta mi reacción? En estos últimos días, mi mente no ha hecho más que dar vueltas mientras me dirigía hacia la fuente del pueblo.

La brisa fresca de la tarde no lograba calmar el torbellino de emociones que me agobiaban. Me senté en un banco cercano, observando cómo el agua caía en cascada desde la fuente. Cada gota parecía reflejar mis pensamientos, desapareciendo en un instante, como si se esfumaran sin dejar rastro.

El peso de ser usada como moneda de cambio me abrumaba el alma. ¿Acaso mi opinión importa en este compromiso? Comprendía que José quisiera ayudar, pero ¿por qué a mi costa? Pudimos haber sido cómplices, pudimos...

—¿María? —escuché una voz familiar. Era Sofía, una amiga de la infancia que se acercaba con una expresión preocupada—. ¿Estás bien?

—Sofía... no sé qué hacer. Todo es un lío. Me siento atrapada en algo que ni siquiera elegí. ¿Cómo pueden decidir sobre mi vida sin siquiera consultarme? —confesé, con el corazón apesadumbrado.

Sofía se sentó a mi lado, ofreciéndome su apoyo. —Lo siento mucho, María. Debe ser muy difícil para ti. Pero, ¿has hablado con José sobre cómo te sientes?

Negué con la cabeza, sintiendo una mezcla de desilusión y enojo. —Aún no puedo hablar con él sin sentir que va a justificar todo esto como si no fuera gran cosa. ¿Cómo puedo perdonarlo si ni siquiera reconoce su error?

—Entiendo tu posición, pero van a ser Marido y Mujer. No puedes cargar con esto sola. Habla con él, deja claro cómo te afecta todo esto. Tal vez puedan llegar a una solución juntos —aconsejó Sofía, con tono comprensivo.

Sofía tenía razón, debía hablar con José. Quizás fui demasiado dura con mis palabras anoche. Brindarle a José otra oportunidad para explicar sus motivos no supondría ninguna pérdida. Después de todo, nos estábamos preparando para casarnos.

—Sofía, no sé dónde buscarlo. Y mi madre ni siquiera me permite verlo hasta la boda —confesé con frustración, sintiendo cómo el peso de las restricciones se sumaba a la confusión que me embargaba. —Y si voy a su casa, sus padres darían aviso a mi madre de ello.

Sofía reflexionó por un momento, tratando de encontrar una solución. —María, a esta hora José siempre está en el mercado. Puedo cubrirte para que tu madre no se entere. Podemos buscarlo juntas —propuso con determinación.

Un destello de esperanza surgió en mí ante la posibilidad de encontrar a José y conversar sin las restricciones impuestas por mi madre. Asentí, agradecida por la ayuda de Sofía, y nos encaminamos hacia el mercado que se extendía ante nosotras con sus callejones llenos de vida. Sofía y yo nos adentramos, sorteando puestos de frutas y artesanías, buscando la presencia de José entre la muchedumbre.

Finalmente, lo divisamos, hablando con el herrero del pueblo. Jamás había notado cómo al sonreír, sus ojos cafés adquirían destellos dorados, como si irradiaran la propia esencia de la felicidad, revelando una calidez que hasta ahora había pasado desapercibida para mí. Cuando finalmente terminaron de hablar y José caminaba en la dirección hacia su casa, me acerqué con determinación, acompañada por Sofía, quien quedó a unos pasos de distancia para darnos privacidad.

—José —llamé su atención, notando su sorpresa al verme allí.

Sofía se retiró discretamente, dejándonos a solas en un espacio más tranquilo, rodeados por el murmullo lejano del mercado.

—¿María? ¿Qué haces aquí? —inquirió José, con evidente desconcierto.

—Necesitaba hablar contigo —comencé, mi voz cargada de la intensidad de las emociones que me habían asaltado—. Anoche no fui justa contigo, ni siquiera pude decirte cómo me siento.

José escuchaba atentamente, con una mezcla de sorpresa y preocupación en su rostro.

—Estoy confundida, José. Me siento atrapada en algo que no elegí. No entiendo por qué no me lo contaste. ¿Acaso no importa mi opinión en esta unión? —expresé, con la mirada fija en él.

José intentó interrumpir para explicarse, pero esta vez no lo permití.

—No busco excusas, ni justificaciones. Solo necesito que entiendas cómo me siento —continué, esta vez sin apartar la mirada—. Es crucial para mí sentir que tengo voz en esto, que nuestras decisiones no sean tomadas sin considerar cómo nos afectan a ambos.

Hubo un breve silencio entre nosotros, lleno de emociones no expresadas, de tensiones contenidas.

—María, lo siento. No quise lastimarte, solo quería ayudar —intentó explicar José, su voz llena de sinceridad.

—No es solo eso, José. Se trata de confianza, de consideración mutua.—respondí, mi tono reflejaba un anhelo de entendimiento. — José, no espero una disculpa, de todos modos nos vamos a casar —suspiré profundamente—. Quiero comprender cómo llegaste a tomar una decisión así. No puedo empezar mi vida junto a ti sin comprender por qué hiciste esto por los dos —insistí, buscando respuestas que pudieran mitigar la sensación de ser arrebatada de mi propio destino.

José, visiblemente tenso, parecía resistirse a explicarse. —No puedo decirte cuáles fueron las razones detrás de mi decisión, María. Por favor, entiende.

—José, necesito saberlo. No puedo simplemente aceptar y seguir adelante sin comprender. No quiero resentir esta elección por el resto de nuestras vidas —insistí, con la esperanza de que comprendiera mi posición.

José negó con la cabeza una vez más, me di media vuelta, intentando retirarme. Fue entonces cuando él gritó.

—María, espera... —dijo José, con un dejo de urgencia.

—José, es que no puedo vivir así — le dije tratando de mitigar mi tono de angustia — Podrías por favor decirme tus razones?

—Maria... — suspiró mientras veía cómo bajaba la mirada que denotaba un tono de vergüenza — Es que no podía permitir que te entregaran a él y esta fue la única opción que encontré...

Justo cuando José se disponía a explicarme, Sofía irrumpió en el momento con una mirada de preocupación. —María, tu madre está cerca. Debemos irnos —informó, tomando mi mano y comenzando a correr.

José trató de seguirnos, pero se detuvo y, con cierta frustración, dijo: —¡Te veré esta noche en tu ventana!

Antes de CristoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora