Secretos de Hermanos

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Al regresar a casa, me recibió la mirada severa de mi madre. Su rostro expresaba una mezcla de molestia y preocupación.

—María, ¿dónde estabas anoche? —preguntó con un tono que indicaba que ya conocía la respuesta.

Traté de mantener la calma, consciente de que mis acciones recientes podrían haber generado preocupación.

—Estaba durmiendo, madre. ¿Por qué preguntas? —respondí, intentando ocultar la verdad.

La expresión de mi madre se volvió más intensa, como si hubiera captado algo más en mi respuesta.

—No me mientas, María. Hay algo más. ¿Qué estás escondiendo?

Me sentí atrapada en una red de secretos y mentiras. Mi madre parecía haber descubierto algo y sabía que no podría evadir la verdad por mucho tiempo.

—Qué más podría haber estado haciendo, madre? —Traté de minimizar la situación—. Solo estaba durmiendo, de verdad.

Mi madre cruzó los brazos, esperando una respuesta más convincente.

Decidí cambiar la dirección de la conversación para ganar tiempo y entender cuánto sabía mi madre.

—¿Qué hacía Naín en nuestra casa? Lo vi afuera cuando volvía —pregunté, desviando la atención hacia la presencia de Naín, sabiendo que eso también podría generar su propia tormenta de preocupaciones.

Mi madre frunció el ceño ante mi pregunta, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y disgusto.

—Sí, Naín estuvo aquí —respondió con cautela—. Habló conmigo sobre ciertos asuntos de negocios con tu padre.

Me sentí atrapada entre la espada y la pared. Si le decía a mi madre que sabía del trato secreto, revelaría el encuentro prohibido con José. No me gustaba la idea de ocultarlo, pero tampoco podía darme el lujo de anunciarle a mi madre que había desobedecido.

—Es un chico muy amable, modesto, de buena familia...—insistió mi madre, su paciencia agotándose.

Hice una mueca de burla, claro que no era amable y mucho menos modesto. Sus acciones y caballerosidad siempre venían con una intención escondida.

—Será un buen marido —dijo mi madre con orgullo

—Claro —dije con un tono de sarcasmo — lástima que ya esté comprometida.

—Bueno, esos arreglos siempre se pueden deshacer —dijo mi madre curiosa.

—No te desgastes, madre. Ya estoy comprometida y todo seguirá según el plan —le aseguré a mi madre, tratando de mantener mi tono firme.

Ella asintió, aunque seguía habiendo un destello de preocupación en sus ojos. Era evidente que mi madre tenía grandes expectativas para este compromiso, y parecía preferir la idea de un matrimonio con Naín en lugar de José.

—María, la vida es impredecible, y a veces, las cosas toman rutas inesperadas. Solo quiero que seas feliz y que este matrimonio te brinde la estabilidad y el amor que mereces —dijo mi madre con una expresión comprensiva.

—Entiendo, madre. Haré todo lo posible para que así sea —respondí con gratitud, aunque sabía que el camino por delante no sería fácil.

En ese momento, mi madre cambió su expresión seria por una sonrisa alentadora.

—Eres fuerte, María. No lo olvides. Ahora, ve y ocúpate de tus deberes, y deja que yo me encargue de los asuntos con Naín y tu padre.

Con un gesto de asentimiento, me dirigí hacia las tareas diarias, pero la sombra de la noche anterior y las nuevas complicaciones se cernían sobre mi mente. Mientras enfrentaba la realidad de mis elecciones, me di cuenta de que el camino hacia mi felicidad estaba envuelto en capas de sacrificio y desafíos.

Antes de CristoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora