Confianza Rota

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— No, no sabía nada — respondí, tratando de ocultar la molestia que sentía en ese momento. La sorpresa y la inquietud se reflejaban en mi rostro mientras observaba a Ruth, la hermana de José, quien parecía incómoda con la situación.

— Lo siento mucho, María. José no me dijo que no te había contado — expresó Ruth apresuradamente, con un tono preocupado. Intenté suavizar la tensión, aunque mi voz delataba cierta decepción.

— No te preocupes, Ruth — intenté restarle importancia al conflicto, aunque la desilusión seguía latente.

Ruth se esforzó por justificar las acciones de su hermano: — José a veces toma decisiones impulsivas. Él quería asegurarse de ayudar a tu familia, y pensó que esta unión sería beneficiosa para todos.

Aunque asentí, el desconcierto aún se reflejaba en mis ojos. — Entiendo, pero me hubiera gustado saberlo de él directamente — comenté con voz serena, tratando de ocultar la decepción que se escondía tras mis palabras.

Ruth intentó reconfortarme: — Lo entiendo, María. Seguramente José tenía sus razones para no decirte. Pero te aseguro que lo hizo pensando en el bienestar de todos.

Agradecí sus palabras aunque mi semblante aún denotaba cierta incomodidad. — Gracias, Ruth. Supongo que hablaremos de esto más tarde con José — dije, intentando dejar atrás el tema por el momento.

Ruth asintió con empatía mientras se alejaba. Caminé hacia un lado, sumida en una tormenta de pensamientos. ¿Qué diría José? ¿Cómo explicaría su decisión? Mi madre, presintiendo el encuentro inminente, se interpuso en su camino con preocupación.

— No, no, será mejor que no hablen ni se vean hasta la boda — dijo preocupada, bloqueando su avance hacia mí. ¿Acaso temía que intentara hacer algo para arruinar el compromiso? Su tono reflejaba ansiedad, como si quisiera asegurarse de que nada alterara los planes establecidos. Las palabras de mi madre resonaron en mi mente, sembrando dudas sobre mi libertad para expresar mis inquietudes. Pero no era algo raro, ya había quedado establecido que en esta situación, mi opinión no importaba.

Finalmente, cuando llegamos a casa, seguí la rutina habitual para prepararme para dormir: cambiarme de ropa, cepillar mi cabello... Sin embargo, esta noche algo era diferente. No podía conciliar el sueño, mis pensamientos daban vueltas sin cesar. Tal vez ayudara un paseo tranquilo frente al hermoso jardín que mi madre cuidaba con esmero.

Mientras caminaba, la sorpresa y la frustración se apoderaban de mí. ¿Cómo podía José haber hecho una propuesta de matrimonio sin siquiera consultarme? Había confiado en que estábamos juntos en esta decisión impuesta, que los dos estábamos a la fuerza en este lío, pero para él no parecía ser una obligación. Me hubiera gustado que se acercara primero, que hablara conmigo, que considerara mi perspectiva antes de tomar una decisión tan crucial para ambos.

En medio de la oscuridad de la noche, comencé a escuchar un ruido que me sacó de mis pensamientos. Giré bruscamente, alarmada, solo para encontrarme con José saliendo de la sombra. La sorpresa y el miedo me llevaron a un estado de irritación. Comencé a golpearlo, no solo por el susto, sino por todo lo que estaba sucediendo, expresando mi frustración por su accionar. Sin embargo, José era tan alto y fornido que, en realidad, no le hacía daño.

— ¿María, qué está pasando? No entiendo por qué estás tan molesta — dijo José, visiblemente confundido. Claramente había captado que los golpes no eran solo por el susto.

— No puedes entenderlo, ¿verdad? ¡Ni siquiera te molestaste en hablarme sobre esto! — respondí, con un tono de voz lleno de molestia.

— María, no estoy entendiendo. ¿De qué me hablas? — dijo mientras me miraba preocupado.

— ¿Cuándo me ibas a decir que tú pediste mi mano? — Le grité rechinando los dientes. La furia era tal que no sabía cuánto más iba a poder controlarme.

José parecía sorprendido por mi reacción. Sus ojos reflejaban una mezcla de perplejidad y preocupación. — María... yo solo quería ayudar a tu familia y a ti. Pensé que era lo mejor para todos — intentó explicar, buscando comprensión en mis ojos.

— ¿Lo mejor para todos? ¿Cómo puedes decir eso cuando tomaste una decisión que nos afecta a ambos sin siquiera consultarme? — expresé, con creciente enojo.

— Si te lo hubiera dicho, ¿lo hubieras aceptado? — gritó.

— ¡Claro que no! — respondí — ¡Pero habría sido mi decisión, José! ¡Yo habría vivido con ello! ¡Pero tú querías sentirte como un héroe! — prosigui mientras trataba de respirar para calmarme. Hice una pausa — Tal vez si hubieras preguntado... — dije más relajada, con decepción.

Hubo un breve silencio mientras José intentaba encontrar las palabras adecuadas para calmar la situación. — Lo siento mucho, de verdad — tomó mi mano y sentí como todo mi cuerpo reaccionó a ello — Me arrepiento de no haberte contado antes, pero... — sus palabras se detuvieron ante mi mirada furiosa.

— Tus disculpas llegan tarde. Ya no hay vuelta atrás — dije con firmeza mientras quitaba mi mano de la suya — No eres la persona que creí que eras... — sin mirarlo, me alejaba hacia la casa, dejándolo solo con sus palabras de arrepentimiento flotando en el aire. Sentí que la brecha entre nosotros era irreparable.

El peso de la situación se sentía en el aire mientras me adentraba en la casa. Cerré la puerta detrás de mí con un golpe sordo, sintiendo un nudo en la garganta. No podía evitar pensar en cómo algo tan significativo se había desmoronado en un abrir y cerrar de ojos. El sentimiento de traición y decepción me embargaba, y aunque deseaba que las cosas fueran diferentes, sabía que la confianza quebrantada sería difícil de restaurar.

Antes de CristoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora