Amor ¿No correspondido?

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—No... —susurré incrédula mientras Jacobo se alejaba. Desde que supe sus razones para pedir mi mano, sabía que había sido un sacrificio, pero no me imaginaba a qué magnitud. Me levanté para perseguir a mi hermano. —¡Jacobo! Necesito... —empecé a decir, pero él me interrumpió. —Hablar con él, lo sé —afirmó.

—Tienes razón, Jacobo. Pero, ¿cómo podemos asegurarnos de que podamos vernos sin que mamá y papá se enteren? —pregunté, preocupada por las consecuencias de sus acciones.

Jacobo frunció el ceño, pensativo, antes de que una idea iluminara su rostro.

—Tengo una idea, pero necesitaremos ser cautelosos. ¿Recuerdas la cabaña abandonada en el bosque, donde solíamos jugar de niños? —preguntó Jacobo, con una chispa de emoción en los ojos.

Asentí, recordando el lugar apartado y oculto que una vez fue nuestro refugio secreto.

—Sí, claro. ¿Crees que podríamos usarla para reunirme con José sin ser descubiertos? —pregunté.

—Exactamente. Podríamos coordinar encuentros allí, lejos de las miradas indiscretas y las preocupaciones de mamá y papá —explicó Jacobo en voz baja.

—Es perfecto, Jacobo. Pero aún así, debemos ser cautelosos. No podemos arriesgarnos a que mamá y papá descubran nuestros encuentros —advertí, consciente de las consecuencias de nuestras acciones. Mentir, escabullirme... no me encantaba. Pero, ¿qué más podía hacer si no me permitían ver a mi futuro marido?

Jacobo asintió solemnemente, reconociendo la gravedad de la situación.

—Lo sé, María. Pero también sé lo importante que es esto para ti. Haré todo lo posible para asegurarnos de que sus encuentros sean seguros y discretos —aseguró Jacobo, con determinación en su voz.

—Gracias, Jacobo. Eres el mejor hermano que podría pedir —dije, con sinceridad en mi voz.

Jacobo sonrió con reserva.

—María... —dijo, y su tono de voz me alertó.

—¿Qué pasa? —respondí, expectante.

—Por favor, prométeme que lo intentarás... —pidió con preocupación—. No darle falsas esperanzas y romperle el corazón. Será tu marido, pero creo que le será más fácil vivir con la idea de tener una amiga como compañera que tener una falsa esperanza para la eternidad.

—Te lo prometo... —respondí solemnemente, consciente de la gravedad de sus palabras.

El resto del día transcurrió de manera tranquila hasta que llegó el atardecer y, con él, Jacobo. Lo vi por la ventana, en el mismo lugar donde me había encontrado con José. Mi hermano hizo una señal desde afuera para llamarme.

Cuando llegué a él, me alejó más de la casa.

—Mañana —dijo en seco.

—Mañana... —respondí sin comprender.

—Mañana lo verás en la cabaña —susurró.

—Gracias, gracias, gracias —dije mientras abrazaba a otro de mis cómplices en esto.

—Por la mañana, después de que traigas el agua, te pediré que vayas al mercado a comprar cosas. Esa será la señal. Niégate y ve a regañadientes, ahí podrás salir con una coartada —explicó mi hermano.

Al día siguiente, me levanté temprano como de costumbre y me preparé para realizar mi rutina diaria. Salí de casa con las jarras vacías y me dirigí hacia la fuente para recoger agua. La brisa matutina acariciaba mi rostro, y el canto de los pájaros llenaba el aire.

Al llegar a la fuente, me sumergí en la tarea de llenar las jarras, pero mi mente estaba ocupada con los planes para encontrarme con José en la cabaña. Sabía que tenía que actuar con naturalidad para evitar levantar sospechas.

Después de llenar las jarras, las coloqué con cuidado sobre mis hombros y emprendí el camino de regreso a casa. El sol comenzaba a elevarse en el horizonte, iluminando el camino con una luz cálida y dorada. Mientras caminaba, repasaba mentalmente la coartada que había acordado con Jacobo para explicar mi ausencia en casa.

Al llegar a casa, deposité las jarras con agua en su lugar habitual y me encontré con mi hermano y padre sentados frente al pórtico. 

—Maria, necesito unas cosas del mercado —dijo Jacobo, y reconocí su señal.

—¡Jacobo! ¡Apenas llegué! ¿No puedes ir tú? —dije entre dientes, tratando de disimular mi incomodidad ante la situación.

—Maria, obedece a tu hermano y ve —dijo mi padre, reforzando la orden de Jacobo.

Resignada, tomé la lista de cosas triviales que Jacobo me había dado y me encaminé al mercado, con la esperanza de que todo saliera de acuerdo al plan.

Mientras me adentraba en el bosque rumbo a la cabaña, una voz interna comenzó a cuestionarme. ¿Debería cortar la posibilidad de una relación más profunda ahora? No sabía si podría llegar a amar a José más allá de la amistad, pero ¿y si sí podía hacerlo? Era un pensamiento que nunca antes había cruzado por mi mente. Ni siquiera había considerado la idea de ver a José de esa manera.

Las palabras de Jacobo resonaban en mi cabeza, recordándome que mantener las expectativas de José podría llevar a una decepción aún mayor más adelante. Pero ¿y si me estaba perdiendo la oportunidad de algo realmente especial? ¿Y si al negarme a darle una oportunidad a José, estaba renunciando a la posibilidad de encontrar el amor verdadero?

La incertidumbre me abrumaba, y mientras continuaba caminando hacia la cabaña, me di cuenta de que estaba frente a una encrucijada emocional. No sabía qué decisión tomar, pero sabía que debía enfrentar esta situación con honestidad y valentía. Tal vez, al encontrarme con José, las respuestas comenzarían a tomar forma.

Llegué a la cabaña sin darme cuenta realmente de cómo había llegado allí, mis pensamientos habían ocupado todo mi ser durante el trayecto. Con un nudo en la garganta, abrí la puerta y me encontré con José, cuya mirada reflejaba una mezcla de nerviosismo y expectación.

—Hola —respondí con timidez, devolviéndole la sonrisa con gesto reconfortante. Aunque mi mente seguía llena de dudas y confusiones, su sonrisa parecía disipar algunas de ellas, al menos momentáneamente.

Sus ojos, tan cálidos y profundos, me miraban con una bondad que me reconfortaba. En ese momento, me di cuenta de que José era el hombre con los ojos más nobles que había conocido, y su presencia me hacía sentir segura y protegida.

Caminé hacia él, dejando que la distancia entre nosotros se redujera. Aunque las preguntas seguían atormentando mi mente, por ahora, solo quería disfrutar de su compañía y de la tranquilidad que me brindaba su presencia.


Antes de CristoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora