Silencios y Dudas

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Caminaba por las empedradas calles del pueblo, con el eco de la conversación resonando en mi mente. Sofía, mi cómplice silenciosa, sostenía la farsa frente a las miradas curiosas de los vecinos. Mis pasos eran medidos, pero mi corazón latía con ansias.

Como las gotas de la fuente, mis pensamientos se desvanecían en la incertidumbre. ¿Cómo llegamos a esto, José? Me sumergí en un monólogo interno, cada palabra cuidada como un delicado secreto.

Sus razones se escondían entre sombras, como las motas doradas en sus ojos al sonreír. ¿Buscaba protegerme realmente, o fue una elección egoísta velada por el manto del sacrificio?

Evitaba levantar sospechas, respondía con sonrisas automáticas a las salutaciones de las vecinas. Pero bajo esa fachada, la intriga y la desconfianza me devoraban.

Sofía me instó a buscar respuestas, pero ¿podía confiar en las palabras de José? Las verdades ocultas se deslizan entre susurros, y el compromiso forjado por mis padres parece una maraña inescrutable.

Al llegar a casa, la máscara de tranquilidad persistía. Cada palabra con mi madre requería cuidado para no despertar su curiosidad. Mi padre y mi hermano compartían su tiempo como era costumbre, enseñando lo que mi pobre y enfermo padre podía. La fragancia de la cena llenaba la casa, pero en mi interior, la tormenta persistía.

—¿Dónde estuviste? —cuestionó mi madre.
—Con Sofía —respondí, tratando de ocultar el encuentro con José en mi tono de voz.
—Esa chica no me gusta —dijo mi madre, expresando su desaprobación. —Se ha convertido en una carga para su familia.
—Vaya... —susurré.
—Es indisciplinada, rebelde y poco amable —continuó mi madre con tono de superioridad. —No me imagino cómo su madre logrará encontrarle un marido que la soporte.

Opté por quedarme callada, evitando confrontar a mi madre en ese momento, ya que cualquier paso en falso podría indicar mi indiscreción de esa tarde. No obstante, no podía aceptar la descripción injusta sobre mi amiga. Aunque fuera rebelde, no creía que fuera una persona poco amable o indisciplinada. Admiraba su capacidad de elección en un contexto en el que tenía más libertad que yo.

Miré a mi padre, quien con sus ojos indicó que había notado mi incomodidad ante la opinión de mi madre. Decidió tomar la conversación para hablar con mi hermano.

El resto del día pasó desapercibido para mí, como si desde que hablé con él, no esperara más que volver a verlo. Aunque no entendía si era por la necesidad de respuestas o si mi alma anhelaba algo más. ¿Cómo enfrentar la mirada de José esta noche? Prometió respuestas, pero ¿podía confiar en que revelaría la verdad, o serían más sombras, hábilmente tejidas para mantenerme atada a este destino?

En el silencio de mi cuarto, cuando finalmente logré escapar del escrutinio de los demás, asomada a la ventana, observé las estrellas titilando en la noche. Esta noche, entre susurros y sombras, buscaré respuestas. Pero, ¿podré encontrar la claridad en un cielo tan vasto y lleno de misterios?

Desde mi ventana, lograba ver el jardín de mi madre. Cuando era pequeña, solía sentarme en la cornisa de la ventana de lo que ahora es mi habitación, mientras mi madre plantaba pequeños arbustos de hibiscos. Hoy, esos arbustos habían crecido y alcanzaban a tapar parte de mi ventana.

La noche seguía avanzando, y yo aún no divisaba a José. Cada minuto que pasaba aumentaba mi inquietud y su ausencia sembraba semillas de duda. ¿Realmente vendría? ¿O sus palabras eran solo susurros al viento? ¿Se habría arrepentido de explicarme sus razones? La incertidumbre se apoderaba de mis pensamientos, y la esperanza se mezclaba con el temor.

El suave murmullo de la brisa acariciaba las cortinas de mi habitación, y las sombras de la noche bailaban en las paredes. Me encontraba atrapada entre la esperanza de comprender su elección y el miedo de que sus motivos fueran más oscuros de lo que imaginaba.

La ansiedad me hacía acariciar los hibiscos de mi ventana, sus pétalos suaves rozaban mi piel, como recordándome la fragilidad de las decisiones que estaba a punto de tomar. ¿Debería confiar en José y esperar sus explicaciones, o sería esta la primera señal de que nuestro destino estaba destinado a desmoronarse?

Una parte de mí anhelaba ver la figura de José recortándose contra la penumbra, pero otra parte temía enfrentar la posibilidad de que su presencia nunca se hiciera realidad. El dilema entre la confianza y la sospecha se intensificaba con cada latido de mi corazón.

Sentía que había pasado una eternidad mientras lo esperaba y tomé la decisión de comenzar a cerrar mi ventana cuando escuché su voz.

—María —susurró mientras salía de la penumbra caminando directamente hacia mi ventana.
—José —dije casi con un susurro, aliviada de que esto era una esperanza de que podía confiar en él.

—Perdóname —dijo agitado—. Agnes no me dejaba salir de casa, tuve que esperar a que se durmiera para poder escapar.

Al menos ahora sabía que no había sido su intención llegar tarde.

—Está bien —dije con un tono relajado—. Sabía  que llegarías.
En el fondo, lo sabía.

Sonrío como si no esperara que yo confiará en él. Su sonrisa era tan cautivante que era imposible no regresarle el gesto, pero retomé la compostura y dije:

—Prometiste respuestas... —dije en un tono dulce pero firme.
—Lo sé —dijo con un tono preocupante—, pero antes de eso, necesito que me prometas algo —exclamó mientras se acercaba más a la ventana, y, por consecuencia, a mí.

Asentí con la cabeza mientras lo miraba a los ojos, esperando que siguiera hablando.

—¿Recuerdas cuando éramos niños? —dijo mientras bajaba la mirada—. Cuando jugábamos juntos como cómplices. —realmente podía palpar la nostalgia en su voz.

—Sí... Lo recuerdo —le dije mientras intentaba buscar su mirada.

José sonrío levemente y continúo.

—Siempre te metías en problemas...

—Y tú siempre me salvabas... —respondí con una media risa.

José levantó la mirada y me dijo:

—Prométeme recordar eso mientras te cuento la verdad...

Realmente me preocupaba porque necesitaba que recordara nuestra infancia y cómo me sacaba de problemas cuando éramos niños para esta situación, pero no cuestioné.

—Te lo prometo...

Antes de CristoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora