🏐Cap. 9🏐

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Ingresan al recinto conteniendo las risas con el único fin de evitar retos innecesarios ya que luego de cierta hora se debe mantener todo en completo silencio

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Ingresan al recinto conteniendo las risas con el único fin de evitar retos innecesarios ya que luego de cierta hora se debe mantener todo en completo silencio. Y mientras el mariscal rezonga porque apretó el culo por demasiadas cuadras le indica a Joaco que suba al primer piso y que al fondo, a la izquierda, se encuentra el dormitorio "seguramente" abierto ya que su compañero vuelve tarde y casi siempre se le olvida echar llave. Así que a medida que lo direcciona entre rezongos corre al baño más cercano.

Sin esperarlo, el argentino toma sus cosas y decide continuar su camino, sumamente cansado y solo pensando en llegar al lugar donde podrá recostarse y entregarse a los brazos de morfeo sin chistar. Sintiendo la quemazón en cada grupo muscular a medida que sube escalones de dos en dos pensando en solo llegar.

Adelante suyo, se encuentra con un largo pasillo pidiendo que arrastre sus pies como un endeble y gran cachorrito a medida que sus ojos se cierran y emite un bostezo que podría tragarse a cualquiera.

Al llegar, se enfrenta a la puerta y por las dudas, golpea

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Al llegar, se enfrenta a la puerta y por las dudas, golpea. Y al rato de no obtener ninguna respuesta, prueba con el picaporte e ingresa.

Una cómoda y gran habitación con dos camas arrinconadas y desordenadas, lo recibe. De algún modo, la ubicación de los muebles le sorprendió un poco. Nunca se hubiera imaginado que el mariscal durmiera pegado a su compañero de equipo. Pero, al fin y al cabo, eso es problema de cada uno y en una de esas, entre ellos sucede algo más que una simple camaradería. Y lo que creyó observar en la mirada del mariscal hacia su capitán, simplemente fue alguna especie de admiracion entre atletas de excelencia que son líderes  en lo suyo.

Aprovecha y se recuesta lentamente hasta que, entre dormido, escucha una suave risilla proveniente desde algún lado. El dormitorio cuenta con una pequeña cocina y dos puertas extras. Una puerta ventana que da a un pequeño balcón y la otra, apenas entreabierta, de seguro que es el baño propio de la habitación.

De repente, un sonido que asemeja a un suave y largo gemido a medida que se escucha el correr de la ducha, llama su atención por completo. Situación que lo incomoda ya que el mariscal dijo que su quaterback regresaría tarde, pero, en una de esas, nunca salió y aprovecho la soledad de la habitación para hacer de las suyas.

"¡Maldito entrometido!" Se recrimina Joaco por dentro a medida que toma sus maletas para dirigirse hacia el afuera aunque el sueño lo venza, pero un grito femenino lo detiene sobre que toma el pomo de la puerta.

—Me lleva la... —suelta en un fluido inglés seguido de una maldición en español y entre susurros a medida que cierra sus ojos, suelta su maleta y pega la vuelta, uniendo sus manos a modo de disculpas aunque nadie le crea. Pero grata es su sorpresa cuando aparece desnudo como Dios lo trajo al mundo, el desorbitante rubio por detrás de la exuberante morocha.

"¿Será qué esta es una señal? Señal para correr a la fémina y meterme en la boca lo que cuelga entre esas piernas". Se dicta en la cabeza del castaño que no puedo contener su sonrisa porque ¡maldita sea! Si lo hubiera planeado, no hubiera tenido el agrado de verlo "parado" ni en un millón de años.

—¿Qué demonios haces tú aquí? —cuestiona Eren todo mal humorado a medida que se coloca un liviano pantalón de algodón que le cuelga deliciosamente desde sus pronunciadas caderas mientras la muchacha solicita algo para taparse y el rubio, sin tacto alguno, le tira encima una sábana.

De inmediato, el argentino se acerca y le pide disculpas a la chica que se encuentra completamente ruborizada ante la exposición de todas sus partes sin llamar la atención del armador que rebusca sus desparramadas prendas.

—Ten, cámbiate en el baño —larga todo cortante el armador a la muchacha que lo mira sorprendida.

—P-pensé que s-seguiríamos —suelta algo dubitativa o más bien, con cierta tristeza denotando en su cara.

—Otro día, ahora debo ocuparme de cierto idiota entrometido. Así que retírate.

El castaño, que se ha movido hacia la salida para tomar su maleta, se percata del mariscal observando para todos lados en el pasillo lo que la puerta había quedado entre abierta. Sigue así hasta que cruzan miradas y escucha la risotada que larga su nueva amistad.

—¿No me digas que te metiste en la cueva del ogro? Dormitorio equivocado hermano, ahí huele demasiado a pescado —finaliza el mariscal a las risas. Sonido que se corta de inmediato cuando asoma cierto rubio todo serio por detrás del gigantesco castaño.

—¿Así que fue todo tu culpa? Ya se me hacía raro que no supiera de ti siendo aún más idiota —larga mal humorado el armador a medida que empuja, sin pena, al punta y su maleta hacia el largo pasillo.

—¡Hey! ¿Qué culpa tengo yo de que el pobre muchacho no recuerde su izquierda de tanto cansancio? —replica el vecino del rubio —. ¿Acaso sabías que no tiene dónde dormir? Por suerte lo encontré antes de que se tire deprimido al mar y amanezca flotando como una gigantesca boya.

El argentino, sorprendido y algo desilusionado por el modo en que el estadounidense se manejó con la pobre muchacha, no presta demasiada atención a la charla hasta que acota cuando observa a la susodicha agachar la cabeza mientras se retira sin emitir ninguna palabra.

—¿Te parece bien tratar cómo desechos a las personas que te rodean? —suelta sin poder contener su verborragia contra el rubio —. Pero bien que hablando de salvar al medio ambiente te sientes todo correcto... No puedo creer que tengas tanto amor por la vida  en la naturaleza y maltrates a tus pares de semejante manera, acaso, ¿el resto de los mortales no estamos a tu nivel, niñato malcriado?

Silencio, absoluto silencio se sucede entre dos pares de ojos que lo observan sin poder creer las palabras que salieron desde sus correctos labios. Ya que al castaño le explota la cabeza por andar dando vueltas y encima tener que soportar injusticias, lo llevaron al límite de lo que puede soportar sin largar veneno para el afuera.

—¿Eren duerme solo? —cuestiona el punta al mariscal, sin darle parte al rubio que -de inmediato- se le viene encima con reclamos que ni escucha.

—Desde siempre... —responde el vecino del armador levantando la comisura de sus labios al darse cuenta de las intenciones del punta.

—Bien, entonces me quedo aquí. Mañana bonito —se gira hacia el encolerizado rubio y con sus últimas fuerzas, impúdico lo detalla de pies a cabeza —, me gritas todo lo que quieras en la cara. Solo espero que tengas un juego limpio de sábanas.

—¡Yo te presto! Y luego, me cuentas —anuncia, entre guiños y risas, el mariscal al fatigado punta.

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"Remate al corazón" (LGBT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora