🏐Cap. 11🏐

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—¿Pero qué carajos te sucede? —grita el rubio a medida que se restriega sus labios como si quisiera sacarle lustre a semejante boca

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—¿Pero qué carajos te sucede? —grita el rubio a medida que se restriega sus labios como si quisiera sacarle lustre a semejante boca. Totalmente enojado con la situación y otro poco más avergonzado por la forma en la que actuó. Él, no suele ser así de idiota pero debería haber advertido que se estaba sobrepasando cuando su mejor amigo, Will, lo acusó de aquella forma —. Escu...

No puede seguir su verborragia ya que Joaco, lo corta diciendo: —Detente, de verdad, estoy muerto y solo necesito descansar. Dentro de un par de horas entramos a la Universidad a menos que no compartas conmigo esa asignación, así que mejor haz silencio —suelta el argentino mientras desparrama sus prendas en la parte posterior de su supuesta cama quedando como Dios lo trajo al mundo, solo cubierto por su diminuto calzoncillo.

—¿P-piensas d-dormir así? —cuestiona Eren dubitativo a medida que se asombra al verlo seguir con el calzoncillo hacia el sur, dejando al alcance de su visión a dos mesetas bien duras y formadas.

—¡Ahh! ¿No te lo dije? Yo, duermo en bolas, así que... Hasta dentro de un rato —finaliza acostándose sin problema alguno mientras su compañero queda completamente mudo ante su desparpajo.

El rubio trata de componerse sin provocar más problema, si al fin y al cabo, en la ducha se bañan todos desnudos y bien sabe que a Will, también le gusta lo mismo. Le había dicho el otro día, que no hay nada más lindo que sentir la caricia de las frescas sábanas sobre tus testículos. Pero no es lo mismo reírse de un cuento de aquel idiota que soportar tener a este tipo durmiendo al lado suyo y desnudo. 

Observa el reloj y rezonga levantándose para dejar la pieza sumida en una oscuridad que de inmediato no le agrada para nada, así que bufando, se incorpora nuevamente para arrastrar la mesa de luz que contiene una pequeña lámpara.

—¿Con miedo a que me levante en plena oscuridad a toquetearte? Deberías saber que eso no pasará nunca, así que acuéstate tranquilo y deja todo apagado, así descansamos como deberíamos.

Eren, sin darle parte a sus palabras deja la tenue luz encendida y se acuesta mirando para el otro lado. Deseando por dentro, levantarse mañana y no tener que soportar más a este engendro.

El rubio cuenta los minutos para que toque el final de la hora y poder correr hacia el baño para enterrar la cara en el agua fría, ya que no puede pasar sin cabecear más de diez minutos seguidos

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El rubio cuenta los minutos para que toque el final de la hora y poder correr hacia el baño para enterrar la cara en el agua fría, ya que no puede pasar sin cabecear más de diez minutos seguidos. Lamentablemente, debe esperar porque la última vez que se retiró, el profesor le dijo que mejor ni regresara.

Pero lo que más lo enoja de todo, es mirar hacia la otra punta notando al argentino reír fresco como lechuga con su vecino de al lado. Y como si fuera poco, le molesta la actitud de dicho vecino... ¿Es que el mariscal piensa meterse de ahora en más, así como así, en su cuarto? ¿Por qué no dejó al castaño pasar la noche con él, ya que pretendía pasar toda la mañana adosado?

Todavía le molesta rememorar lo pasado, la imágen del mariscal tocando la puerta antes que el mismísimo despertador y levantándolo a los dos para desayunar unas medialunas que "supuestamente" él mismo amasó. Y para colmo, el idiota del punta que le festejaba el sabor y la textura.

Por supuesto que él hizo caso omiso a la algarabía y se levantó a darse un baño para sacarse la modorra y no tener que verlo a su compañero en pelotas mientras engullia la factura. Pero ahora, no puede controlar que le moleste toda esa buena onda.

¿Por qué simplemente no puede dejarlo pasar y ofrecerle una tregua al condenado punta?

Maldice cuando lo observa todo risueño y aquel le tira un beso volador que -casualmente- es atrapado por el mariscal quién se lo lleva hacia la boca.

—Que asco... —susurra.

—¿Por qué no lo dejas en paz? —escucha Eren desde su derecha, dejando de mirar para donde no debe mirar y enfocándose en Tom que no para de escribir —. ¡Maldición! —susurra cuando se da cuenta de que luego deberá leer él solo para entender aquello que no pudo incorporar en su cerebro —. Dame eso que luego te lo devuelvo.

Rápidamente, el capitán extrae el cuaderno de la mano de su amigo para salir corriendo sobre que tocó el timbre que avisa el receso. Pero el central, que no pensaba dejarle pasar la burla de verlo hervir de rabia mientras veía al otro par, lo retiene de los hombros y le empieza a decir que por qué no le pide a su nuevo compañerito de cuarto, los apuntes. Empezando una lucha del rubio por querer escapar con las hojas del otro, y de Tom teniéndolo de gusto.

Pero sobre que pasa cierto castaño a las risas por detrás, "mágicamente" las manos del central se desprenden de sus hombros dejándolo a la buena de Dios y cayendo de tal manera que Eren ya se imaginaba en la enfermería con un tremendo dolor de cabeza. Pero para su buena o mala suerte, unas grandes manos lo apresan por demás, manos que por poco no le sacan la respiración al sentirse tan apretado y pegando de lleno su cara contra el cuello del otro. De inmediato, el argentino se aleja consultando si se encuentra bien y aprovecha, sin perder la costumbre , para largar una frase que sabe que hará encolerizar al estadounidense.

—Se te está haciendo costumbre, digo, esto de que te salve —acercándose a su oído a medida que lo incorpora en el piso por su cuenta —, pero a juzgar por nuestra anterior interacción, aquí faltaría un beso.

De inmediato, el cuerpo del punta es empujado lejos mientras el mariscal le dice que a él lo puede retener lo que quiera, provocando que el rubio lo fulmine a ambos con la mirada mientras se aleje al baño para despejar su cabeza del sueño y enfocarse en el posterior entrenamiento.

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"Remate al corazón" (LGBT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora