Capítulo 18.

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El camino había sido una horrible tortura para el abogado y en extremo exhausta y humillante para la joven

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El camino había sido una horrible tortura para el abogado y en extremo exhausta y humillante para la joven.

El trío monstruoso no despegaba la mirada del abogado, obligándolo con su mera presencia a mantener la postura mientras avanzaban hacia el destino. Aunque el abogado se esforzaba por no dejar caer todo su peso sobre el pequeño cuerpo que lo sostenía, resultaba imposible evitarlo.

Las gotas de sudor de la joven caían sobre los tapetes del auto, formando pequeños charcos salados mientras sus delgados y agotados brazos luchaban por no ceder al cansancio. Su cintura dolía, forzada a una incómoda curvatura bajo el peso en que se le veía sometida. A pesar de que su cuerpo entero clamaba por rendirse, sus ojos seguían fijos en una única cosa: el pastel de chocolate.

Quizá, esa sería la última rebanada que pudo haber comido. Sus ojos se inundaban en lágrimas al pensar que esa rebana se la había obsequiado el castaño; ese era su mejor regalo de cumpleaños. Pero, ahora estaba arruinado.

El risueño, se inclinó hacia la joven.

—Belleza, ¿estás cansada? — preguntó en tono burlón.

La joven no contesto, su mente estaba invadida en culpa al ver su regalo destruido. Deseaba probar un último trozo, no quería desperdiciar lo que el castaño le había obsequiado; sus temblorosos brazos se flexionaron para poder aproximar su rostro al pastel, sin embargo, no conto con que a su cuerpo ya no le quedaba fuerza. Es como si su cerebro entrara en colapso y la única forma de restablecerlo era reiniciarlo. Sus brazos se dejaron vencer.

Su rostro se estrelló con fuerza a escasos centímetros de lo que alguna vez fue un pastel, ahora reducido a una masa irreconocible. Los tres hombres estallaron en carcajadas ante la humillante escena. Jin, retiró sus pies de encima y se acercó a ayudarla, pero sus movimientos fueron torpes y lentos en comparación con el risueño, que, con rapidez, se la arrebató de las manos en un abrir y cerrar de ojos, como si hubiera estado esperando ese momento.

El risueño la sujetó del brazo y la llevo hacia él, recargando el delgado y cansado cuerpo de la joven en su regazo. Los brazos de Bonnie se encontraban rendidos, no tenía fuerzas para apartarse. Sin embargo, su tronco se inclinaba hacia delante para regresar al suelo, impaciente por un último bocado.

—¡oh, cariño! ¿Qué es lo que buscas con tanta desesperación? — la sujetaba con fuerza para no dejarla caer.

El risueño notó cómo las pupilas de la joven se dilataban al ver el pastel. Esos ojos que sin duda J-Hope conocía a la perfección, una mirada ida, pero al mismo tiempo atormentada por continuar con la mente ligera mientras por el cuerpo corre más porquería que sangre. No entendía que era lo que hacía que ella lo deseara con tanta fuerza, quizá su sabor, un sabor único que cualquier paladar mataría por probarlo. Eso despertó su curiosidad.

—Belleza, ¿sabes que tienen en común el azúcar y la cocaína? — habló en el oído de la joven.

La mirada de la joven siguió los movimientos de la mano del risueño que se aproximaba hacia la charola botada entre los pies del robusto y del hombre de la cicatriz. Su gran mano tomó el recipiente y lo llevo hacia su boca.

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