explorando el bosque

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Cuando abrí los ojos, el cálido resplandor de una fogata me recibió. Las llamas danzaban suavemente, proyectando sombras largas sobre los árboles, mientras el viento nocturno traía consigo el aroma de las frutas que Abdiel había traído. Me sentí envuelta en una extraña mezcla de alivio y vergüenza.

Intenté sentarme sin hacer ruido, recordando de golpe lo que había pasado antes. Había caído, exhausta, en el regazo de Abdiel, olvidando toda mi desconfianza, toda mi necesidad de mantener distancia. Mis manos se entrelazaron nerviosamente sobre mi abrigo mientras evitaba mirarlo directamente. Mi corazón latía con fuerza, preguntándome por qué me había permitido ser tan... vulnerable.

Abdiel estaba sentado frente a la fogata, en silencio, como si supiera exactamente lo que pasaba por mi cabeza. No había dicho ni una palabra desde que desperté, y agradecía eso. Sabía que me sentía incómoda, avergonzada por haberme mostrado tan distinta de lo que solía ser.

A su lado, un pequeño monton de frutas estaba esperando. No me había ofrecido nada, pero los había dejado allí, cerca, como si quisiera decirme que no tenía prisa, que cuando estuviera lista, podría tomar lo que necesitara. Ese simple gesto hizo que mis orejas se agacharan un poco, aunque seguía sin atreverme a mirarlo directamente.

 De alguna manera, me hacía sentir que podía recuperar el control, que aunque había bajado la guardia, aún tenía el espacio para volver a ser yo misma... aunque, en el fondo, algo en mí me decía que ya no podría ver a Abdiel de la misma manera.

El silencio seguía pesando sobre nosotros, roto solo por el suave crepitar de la fogata y el murmullo distante de las hojas mecidas por el viento. Aunque mis pensamientos se arremolinaban, buscando una forma de restaurar la distancia que sentía tan necesaria, algo en el aire había cambiado. Me sentía incómoda, pero no del modo que solía experimentar cuando alguien estaba demasiado cerca; esto era distinto, algo más profundo.

Abdiel, sentado a pocos pasos de mí, se movió lentamente. Tomó una de las frutas, sus movimientos cuidadosos, como si estuviera midiendo cada acción. Observé desde mi posición, con las piernas dobladas bajo mi abrigo, sin poder evitar que mis orejas se agacharan completamente, alerta ante lo que hacía, aunque intentaba no prestar demasiada atención.

Con una mano extendida, él me ofreció la fruta. No hubo palabras, solo el gesto. Mi mirada fue hacia su mano, luego a sus ojos, donde noté algo diferente: una pequeña sonrisa. No era burlona ni complaciente, sino suave, llena de algo más puro... gratitud.

Me quedé inmóvil por un momento, mis manos entrelazadas en el regazo. El ofrecimiento no era algo que hubiera esperado, y aunque mi cuerpo reaccionaba con una leve rigidez, sentí mi garganta tensarse. Involuntariamente, di un pequeño paso hacia atrás, como si dudara de aceptar algo tan simple como una fruta.

Mi nariz captó el aroma fresco de la piel de la fruta, y sin darme cuenta, mis dedos se movieron lentamente hacia adelante. Mis ojos iban y venían entre la fruta y Abdiel, como si estuviera evaluando el riesgo, asegurándome de que no hubiera ningún peligro escondido en su oferta. Era extraño, pero no pude evitar sentir una leve tensión en mi mandíbula, similar a cuando quería huir pero algo más profundo me mantenía en el lugar.

Finalmente, mis dedos rozaron la fruta con cuidado. No la tomé de inmediato, como si esperara que hubiera algún cambio en la dinámica, algo que me indicara si estaba bien aceptarla. Abdiel no hizo ningún movimiento brusco ni dijo nada. Mantuvo su mano firme, permitiéndome tomarla a mi propio ritmo.

guardián tales: Desviación del cuentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora