Otra noche en la fogata

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Después de lo que había ocurrido con Karina, mi cuerpo estaba al borde del colapso. A pesar de la satisfacción que sentía por haber podido ayudarla y mantener el control sobre mi poder, la pérdida de sangre me había dejado debilitada. Me dejé caer suavemente al suelo, sintiendo la frialdad del terreno filtrarse a través de mis ropas. Mi mente seguía repitiendo lo que había pasado, y una pequeña sonrisa se asomó en mis labios. Había logrado hacerlo, pero, por ahora, mi cuerpo pedía descanso.

El breve silencio que me rodeaba pronto fue roto por el sonido de pasos. Al principio, quise ignorarlo, pero algo me hizo reunir fuerzas y alzar la vista. Ahí estaba Abdiel, acercándose con un andar firme, aunque su apariencia me dejó sin palabras.

Varias flechas transparentes atravesaban su cuerpo, y su piel estaba marcada por heridas que parecían haber sido causadas por... ¿un conejo? Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue su expresión: esa calma estoica, como si no le importara el dolor o el cansancio. La misma determinación en sus ojos, esa que siempre parecía mantener en pie a pesar de todo.

Estaba a punto de preguntarle sobre su estado cuando él se adelantó. Abdiel se acercó con pasos decididos, aunque lentos por el peso de sus heridas, y se arrodilló a mi lado, sus ojos escudriñando la herida en mi cuello con preocupación evidente. No decía nada, pero su ceño fruncido lo decía todo "Rápido, come esto, te ves demasiado pálida" murmuró con voz temblorosa, mientras buscaba en su bolso con torpeza.

Apenas procesaba lo que sucedía cuando él sacó una manzana brillante, roja y perfectamente fresca, como si acabara de recogerla de un árbol. Su mano temblaba ligeramente cuando me la ofreció. Yo, confundida y aún debilitada por la pérdida de sangre, lo observé en silencio, mis pensamientos entrelazándose con la extrañeza del momento. Me había propuesto ayudar a Abdiel, ser quien encontrara comida para él... pero allí estaba, él alimentándome a mí.

Aun así, mi cuerpo no podía resistirse a lo que Abdiel ofrecía. Con una ligera vacilación, tomé la manzana de sus manos, notando la calidez de su piel a pesar del frío alrededor. Él me observaba, y pude notar el leve movimiento de sus labios, como si quisiera decir algo, pero no encontraba las palabras. Me obligué a dar una mordida, el jugo dulce llenando mi boca y recorriendo mi garganta como un bálsamo. La energía comenzó a regresar lentamente, como si esa pequeña fruta contenía la chispa de vida que tanto necesitaba.

Abdiel observaba cada movimiento, sus ojos marrones fijos en mí, aún llenos de preocupación. Sabía que su naturaleza era proteger, que cargaba con una responsabilidad que no podía evitar. Pero la culpa me golpeó de nuevo, como una ráfaga fría "Yo... debía ser yo quien te ayudara a ti" murmuré, bajando la mirada, mis dedos temblorosos rodeando la manzana "Era para ti que salimos a buscar algo, pero ahora.... otra vez... soy yo la que..." las palabras se me atragantaron, y sentí un nudo en la garganta. No era la primera vez que Abdiel cuidaba de mí, y eso me hacía sentir pequeña, inútil, como si el equilibrio entre nosotros estuviera siempre inclinado en su favor.

Abdiel, aún de rodillas a mi lado, exhaló suavemente. Pude sentir su mirada fija, como si entendiera cada palabra que no lograba expresar con claridad "Coco... no te preocupes por eso" susurró, su tono calmo pero lleno de algo más profundo, como una especie de ternura que no solía mostrar "Yo haría esto mil veces si es necesario. Te lo prometo" Su mano vaciló antes de levantarse y, con una suavidad que contrastaba con su aspecto endurecido, rozó levemente mi mejilla. El gesto, inesperado y lleno de calidez, me desarmó. Era un contacto tan sencillo, pero en él sentí que me recordaba que no estaba sola, que mis esfuerzos, aunque fallidos, tenían un valor que yo misma no lograba ver.

guardián tales: Desviación del cuentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora