Prólogo

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Historia conjunta entre InChainsArt y BubbleTeaandCookies.

Kato no estaba teniendo un buen día en la oficina. Las cosas no estaban saliendo como él quería, la presión de sus jefes aumentaba cada día, y tenía claro que su posición en la empresa peligraba. A Kato no le gustaba sentirse con la soga al cuello, y por ese motivo había tomado una decisión. Una que sabía que podía costarle algo más que el trabajo, pero que no podía posponer por más tiempo.

Sin embargo, antes de dar el paso final, Kato quería disfrutar de un último capricho. Por ese motivo cogió la línea verde del monorraíl desde el distrito financiero número dos hasta que alcanzó la última parada. Por las ventanas de cristales rajados y rodeados de luces de neón, vio pasar los altos y elegantes edificios de Wild City, cubierto de anuncios en forma de hologramas gigantes que brillaban con colores pulsantes y cambiantes. A medida que se alejó del centro de la ciudad, la idílica metrópolis fue perdiendo su glamour tecnológico hasta transformarse en una amalgama de edificios viejos y desgastados rodeados por calles oscuras y malolientes. En el distrito veintinueve, los barrios bajos de la ciudad, alguien como Kato no pasaba desapercibido. Su traje corporativo, adornado con finas líneas luminosas de color blanco, destacaba en el escenario como una mosca en la leche. Mas él no parecía sentirse incómodo. Al revés, se movió como si estuviera en su elemento, sorteando a los grupos que se arremolinaban alrededor y cruzando los pasos de cebra sin mirar, sabiendo que los semáforos no funcionaban.

Un letrero de neón azul y rosa apareció tras una esquina angosta, indicando su destino. Detrás de un pequeño parking atestado de coches, las luces zumbaron anunciando el Cyberlust Paradise. Un club como tantos otros, donde uno podía desconectar un rato y olvidarse del presente. Había cola para entrar, pero él no tuvo que esperar. El enorme gorila cromado que custodiaba la entrada del club se hizo a un lado en cuanto le vio y le dio las buenas noches educadamente al pasar. Por ese, entre otros motivos, Kato disfrutaba tanto de aquel lugar.

Los sonidos de la música techno y el jolgorio del interior taparon automáticamente sus oídos. Las luces estroboscópicas y los neones infrarrojos volvieron los colores del revés y lo sumergieron en una especie de sueño psicotrópico. La pista de baile estaba a rebosar de gente moviéndose y bailando. En las mesas y los sofás aledaños, los y las scorts engatusaban a sus clientes con sus buenas maneras y su sensualidad irresistible. El olor a omegas en celo se coló en su nariz por encima del de la multitud y del alcohol, que también impregnaba el ambiente, como un envoltorio dulzón que palpitó con fuerza en sus sienes. Empero, en aquel momento Kato tan solo ansiaba un olor en concreto.

Se acercó a la madame, que le recibió con los brazos abiertos, su habitual kimono de neón y sus hermosas plumas de guacamaya mostrando su hermoso abanico de colores. Preguntó por él, por ese olor. La madame asintió con una sonrisa. Eso sólo podía significar que ya le estaba esperando.

No hizo falta que nadie le acompañase, él mismo se dirigió a su habitación habitual en el piso superior. Y allí, tras la puerta de cristal tintado, lo encontró.

Suzume. Pronunció su nombre en un susurro. No era su nombre real, lo sabía y no le importaba. Él se giró y le dedicó su preciosa sonrisa de ojos negros. Él le tocó el suave pelo hecho con injertos de plumas de gorrión, las cuales también decoraban su cuello y parte del pecho visible a través de un vestido que poco dejaba a la imaginación. Su aroma le embriagó, dulce, intenso, calmando su alma y su ansia. En el fondo sabía que no había nada emocional en aquella extraña relación, y que el amor que él fingía era solo por dinero. Pero quiso disfrutarlo igualmente, embriagarse con su aroma, antes de que todo se fuera a la mierda.

El hermoso gorrión le desvistió con la gentileza que pocos habían mostrado hacia Kato. Le acarició y admiró cual siervo a un dios. Sus cuerpos se encontraron y cayeron entre los hologramas, hundiéndose en la oscura intimidad de las sábanas. Suzume le cabalgó moviendo las caderas de forma hipnótica. Kato jadeó en voz alta y gritó su nombre por encima de la música. El gorrión se inclinó sobre él para besarle, recordando lo deliciosos que eran sus labios.

Cuando se separó para mirarle a los ojos, Suzume volvió a sonreír. Le preguntó si quería iniciar la simulación. Kato aceptó, asintiendo con la cabeza. Suzume se llevó los dedos bajo la oreja izquierda y extendió el cable de su puerto externo. Con cariño acarició las líneas sutiles que los circuitos de cyberware dibujaban alrededor del cráneo de Kato, hasta su puerto de entrada, justo sobre la nuca. Era una hermosa metáfora, la de conectar las mentes y el cuerpo a la vez, compartir la misma simulación sensorial para experimentar el placer ajeno además del propio.

Suzume inició la conexión, sin perder su hermosa sonrisa. Con la vista puesta en aquella hermosa visión, de aquel dios perfecto montado sobre él, Kato sintió el chispazo en el interior de su cabeza. Su rostro se contrajo, su cuerpo se tensó, su cerebro ardió como si fuera a explotar. La imagen de sus retina cibernética glitcheó, flasheó y se volvió borrosa. Las alarmas de los cortafuegos sonaron por su mente, mostrando carteles de peligro en su visión de realidad aumentada. Al momento la sangre que salió por sus lagrimales, nariz y oídos le nubló por completo la visión y distorsionó el sonido.

No llegó a entender lo que pasó. La siguiente y última imagen que registró fue la de Suzume saliendo por la puerta, llorando con angustia, pidiendo ayuda a la seguridad del local. Después sólo ruido blanco sobre una pantalla negra. Y, por último, la desconexión. 

Aquel fue un último mal día en la vida de Kato.

BIO·FERAL | Red de EnigmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora