Capítulo 2

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Esta es una historia conjunta entre inchainsart y BubbleTeaandCookies.


—Hmm... —Aquellos ojos azules se clavaron en él cuando se apartó, aunque mantuvo la cara peligrosamente cerca de Miyabi—. Qué bien hueles, michi. ¿Te has perdido?

—¿M-Michi? —Miyabi se puso rojo como un tomate, por la sangre, el calor, el insulto...

El extraño de pelo plateado ladeó la cabeza con cierta curiosidad, haciendo que el flequillo —que le llegaba casi hasta la barbilla— cayera parcialmente sobre sus ojos.

—¿No eres un gato? Esa cola y esas orejas... —dijo señalando sendas partes con dos dedos biónicos entre los que sujetaba un cigarrillo encendido.

Con el movimiento, Miyabi se percató de que el hombre vestía una camiseta de tirantes negra que dejaba ver claramente un brazo cibernético implantado a la altura del hombro derecho.

—¿Un ga...? —Miyabi suspiró. Si iba a trabajar con ese hombre, podía dejar pasar un insulto— ¿Sabes qué? Que supongo que sí. Pero no, no me he perdido, vengo de parte de mi super... Em... —miró a los lados, intranquilo. No le hacía mucha gracia decirle el motivo de su visita en medio de la nada—. ¿Puedo entrar?

—No —respondió el interpelado con sequedad—. No recojo gatitos de la calle. Lo siento.

Sonó a que no lo sentía en absoluto. Y, con la misma parsimonia, agarró la persiana del garaje con la clara intención de cerrarla en sus narices.

—¡¡Esperaespera!! ¡Me envía la capitana Walsh! —soltó, aturullado, intentando que no bajase la puerta de nuevo, rezando para que eso hiciese reaccionar a la otra persona.

La persiana se detuvo a escasos centímetros del suelo para volverse a abrir de sopetón, de forma que Miyabi casi se cayó de culo al suelo, salvándose sólo gracias a sus reflejos felinos.

—¿Walsh? ¿Amanda Walsh? —Miyabi no llegó siquiera a responder antes de que el tipo lo agarrara del cuello de la camiseta y tirase de él hacia dentro—. ¡Haber empezado por ahí, joder! —Exclamó, cerrando por fin—. ¿Eres del CIU?

Miyabi suspiró:

—Sí, la misma. Y sí, sí soy. —Hizo una pausa larga, sin dejar de mirar en derredor totalmente absorbido y fascinado por la cantidad de cosas que podía almacenar un espacio tan pequeño, todo lo contrario que su apartamento.

El interior del garaje era una extraña y apretada mezcla entre un cuarto, un arsenal, un armario y una plaza de aparcamiento en la que dormía una moto de aspecto antiguo con el logo de Harley Davidson estampado en la chapa negra de la carrocería.

Al contrario que el piso de Miyabi, que era prácticamente todo espacio, aquel lugar era todo un tetris visual. En un lado una cama hecha con un colchón grueso sobre varios cajones cerrados, sábanas y un par de almohadas. Contra la pared había múltiples estanterías llenas de libros, carpetas, adornos variopintos y carteles de neón como los que solían verse en los bares antiguos. Un perchero a la vista mostraba ropa de aspecto desgastado y guardaba unas botas militares de cuero con bastante trote.

En frente, cerca de la moto, un montón de armas —claramente ilegales— se disponían en una pared, y parecían bien cuidadas y puestas a punto. No era precisamente una colección pequeña.

Por último, en la pared contraria a la puerta, un amplio escritorio mostraba un ordenador con varias pantallas, una de ellas era un reflejo holográfico que ocupaba casi toda la pared. El terminal compartía espacio con un hidratador de comida, un cocedero de arroz y un calentador de agua. Los restos de platos y cubiertos sucios y el ligero desorden general evidenciaban que aquel sujeto vivía allí, o al menos pasaba mucho tiempo en aquel cuchitril.

BIO·FERAL | Red de EnigmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora