III: El Espejo

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Desde que era pequeño detestaba entrar al cuarto de mi madre, ese enorme y grotesco espejo frente a su cama me daba escalofríos

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Desde que era pequeño detestaba entrar al cuarto de mi madre, ese enorme y grotesco espejo frente a su cama me daba escalofríos. Un sentimiento de temor e incomodidad difícil de explicar era lo que sentía cada vez que ponía un pie dentro de la oscura y fría habitación, que hasta entonces me daba miedo siquiera pensarlo.

Parece tonto que alguien le pueda temer a un espejo, es solo un objeto inanimado. Pero puedo jurar que cada vez que veía mi reflejo... ese no era yo, por más que desviaba la mirada me sentía más observado. Creía que, si daba la vuelta, mi otro yo me seguiría observando con una mirada penetrante e inexpresiva.

Cuando finalmente crecí y me mudé de aquella casa pude sentir un sentimiento de libertad, como si un peso gigante se me hubiera quitado de encima. Tan solo la idea de no volverme a topar con ese maldito espejo me hacía respirar con tranquilidad, jamás volvería a tener ese sentimiento, o al menos es lo que creía hasta aquel día.

Aquella mañana alguien llamó a la puerta, se trataba de un hombre de edad media quien me informó del fallecimiento de mi madre, lo cual era de esperarse, ya que ella sufrió con esa enfermedad por más de seis años. Aunque solo era cuestión de tiempo, el dolor sigue siendo el mismo. Lo que me dejó pensando.

Nunca la fui a visitar cuando la confinaron en su habitación, está de más explicar la razón, sé que es muy cobarde no enfrentarme a mis miedos, pero por más que lo intenté siempre sucumbía ante el terror de volverme a topar con ese objeto. Es horrible pensar que se fue sin la compañía del único hijo que Dios le concedió.

Los vecinos de alrededor se organizaban para poder atender a mi madre cuando su situación se volvió más grave, cuando la abandoné por un estúpido miedo. Esa mañana quien llamó a la puerta se trataba del dueño de la tienda de alimentos que vivía a un lado, le llevaba comida y siempre estaba al pendiente de mamá.

La tarde del funeral estaba completamente aterrado, ese sentimiento había vuelto. Olvidé por completo la tristeza de perder a mi madre y no podía dejar de pensar en la idea de que me encontraba en la misma casa donde estaba aquel horrible espejo. Sentía la mirada de varías personas, pero seguía sumergido en mi temor.

Algunos días después mi puerta volvió a sonar, está vez se trataba de una mujer mayor a quien reconocí de inmediato, se trataba de la mujer que iba cada sábado por la mañana a tomar una taza de té con mamá. Desconozco completamente si lo siguió haciendo después de que dejé de ir, a simple vista podría decir que sí.

La señora llegó con la noticia de que mi madre dejó un testamento antes de morir, para lo cual solicitaban mi asistencia a la lectura del mismo. Diría que fue por simple formalidad, no creía que mi madre me hubiese dejado algo después de todo lo que hice. Supongo que es la penitencia que he de pagar, me decía repetidamente.

Aquel día llegué puntual, se encontraba todo el vecindario ya que lo más probable es que todo quedé a manos de ellos, lo cual no me molestaba para nada, me parecía justo. Como lo sospechaba, todo se estaba repartiendo entre las personas que alguna vez ayudaron a mi madre en la peor situación.

La Noche Eterna (Antología de Terror)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora