𓍼 Capítulo diez

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Mariel

Un mes después.

Puse mi polerón doblado en el pasto y me acomodé para quedar acostada al lado de la Romi, que se tapaba la cara del sol con su brazo.

Invierno se acercaba, lamentablemente, y hoy era uno de esos días en los que sorprendemente salía el sol y había buen clima. Así que con los chiquillos, quedamos en estar un ratito en el pasto a conversar.

La Amelia, el Sebastián y la Isabella se reían de un chiste fome que había hecho el Seba, la Emma estudiaba, y el Matías con el Martín jugaban un juego en sus celulares —están pegados con ese juego hace dos semanas, nos tenían chatos a todos,—. Los únicos que faltaban era la Vale, que dijo que tenía que hacer algo y después venía; y el Gabriel, que había faltado porque según él estaba enfermo.

— Mariel, ¿cuándo me llevarás a conocer a tus gatitos? — escuché la voz de la Romina al lado mío, todavía tenía el brazo en su cara.

— Cuando quieras, pero algunos son insoportables eso sí.

— Como tú po'. — dijo el Sebastián y lo miré mal.

— Cállate. Mejor aprende a contar mejores chistes.

Él puso los ojos en blanco y me pegó en el brazo. — Te poni bélica altiro.

— Sí.

Miré a mi lado y vi que la Romi estaba sonriendo, luego abrió más su boca para decir algo, pero alguien la interrumpió.

— ¡Isabella Mendoza! necesito hablar contigo. — la Vale llegó donde estábamos todos, y se le notaba un poco nerviosa. — urgente.

La mencionada hizo una mueca y puso su cabeza en el hombro de la Amelia. — ¿no podemos hablar aquí?

Me senté y cuando vi a la Vale, la noté incluso aún más nerviosa. Cualquier cosa que tenía que contarle a la Isabella, no era para nada bueno. Y eso me asustaba un poco, aunque lo más probable era que me iba a quedar sin saber.

— No, es muy personal. — la castaña nos miró a todos. — perdón, chiquillos, es cosa de niñas... ¡Isabella, hueona, de verdad! ¡ven, es urgente!

— Ay, pero Vale... — la Isa se quejó y abrazó la pierna de ella.

— No, Isi, es algo muy importante. No sé cómo te lo vai a tomar, así que vamos.

Ella negó con su cabeza. — Dímelo aquí no más, si los chiquillos son piolas. — inclinó su cabeza y la miró. — Ya po, Vale, que me da flojera pararme.

La Valentina suspiró profundamente y se pasó las manos por la cara, en unos segundos, dejó su mochila en el pasto y esperó a que la Isabella la
soltara para sentarse a su lado.

Por mi parte, volví a acostarme al lado de la Romi, que parecía que estaba durmiendo porque estaba muy tranquila y callada.

— ¿Qué pasó? — preguntó la Isi en un tono bajito.

La Vale se quedó callada unos segundos. — Isabella, lo que te voy a decir no es algo bueno... ¿estai segura de qué no preferi que vayamos a otro lugar?

— Estoy segura, si casi ninguno está pescando.

Yo lo estaba, pero no era por sapa, sino porque no sabía con qué más distraerme. La Amelia y el Sebastián seguían contándose chistes, y el Martín con el Matías seguían jugando. Y ni hablar de la Romina, que probablemente estaba en su quinto sueño y ni cuenta nos dábamos.

Por un segundo pensé que ninguno se enteraría del chisme con el ruido que había, pero cuando la Vale empezó a hablar todos se quedaron mágicamente en silencio.

Ella tragó saliva. — Isi, una persona incógnita me acaba de contar que el Pedro te cagó con una mina en un carrete... ese mismo día que salimos todos a comer completos.

Abrí la boca en shock, me aguanté las ganas de decir algo y miré el cielo, pero sentí que a mi lado, la Romina se sentaba y hablaba con cierta furia en su voz.

— ¿Me estai huebiando?

— ¿Cómo? — la Isabella dijo al mismo tiempo que la Romina, solo que a ella se le notaba tristeza en la voz.

La Vale asintió lentamente, sus ojos reflejando empatía por su amiga. — Eso es lo que me dijeron, Isa, lo siento mucho. No sé quién fue, pero se me acercó un amigo de él a contarme.

Me senté calmadamente, pero desafortunadamente todo el grupo estaba en shock tal y como lo estaba la Isabella.

La miré y me di cuenta que se mordia el labio, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con caer.

Rápidamente, la Vale y la Amelia la estaban abrazando y deducí que había empezado a llorar. Miré a la Romina, que miraba al Martín de una manera rara.

— No entiendo el afán que tienen los hombres con cagarse a sus minas. — dijo la pelirroja.

Mordí mi labio con nervios y escondí mi cara en mis piernas. Se escuchaban los sollozos y los suspiros de la Isabella, lo único que pude sentir por ella fue empatía.

Nos habíamos quedado en silencio, el Sebastián dejó de contar chistes, y el Martín y el Matías dejaron de jugar. Era evidente que se sentían mal por la rubia. Pero no podíamos hacer nada más que apoyarla.

¿Y sacarle la chucha al infiel quizás?

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⏰ Última actualización: Aug 18 ⏰

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