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Capítulo 8. Pasado

El otoño había llegado, y junto a este, el cumpleaños de Pieck. Un día gris para ella.

Aquel 5 de Agosto, habiendo cumplido su primer año de vida, Anne abandonó a su familia. La falta de dinero, la enfermedad de su esposo y los deseos por una vida de lujos la hicieron tomar una decisión de la cual se arrepentiría años más tarde.
No solo no encontró la vida lujosa que pretendía, sino que cayó en el oscuro mundo de la prostitución como única salida para no terminar completamente en la miseria. En la zona más marginada de lo que era Liberio se hallaba el bar común y corriente que ocultaba tras sus viejas paredes una escalera que conducía a la vida que muchas mujeres compartían.

Anne vivió allí durante veinte años. En ese lugar conoció a los guerreros. En ese lugar la miseria se arrastraba por las ropas de quien pisara su suelo.

Un año antes del tiempo actual.

—No seas aburrido, vamos a divertirnos —insistió el rubio de lentes. Porco rodó los ojos. Su amigo era realmente persistente.

—Está bien, pero no creas que caeré en tu juego. Solo iré a tomar algo y a despejarme de tanto trabajo.

Juntos caminaron por las solitarias calles cercanas a la medianoche, el horario perfecto para merodear libremente por la zona.
Al llegar al lugar, Zeke desvió su camino hacia las escaleras. Porco lo miró con recelo, el rubio volteó, encontrando la mirada de su amigo.

—Vamos, me miras como si fuera la primera vez que vienes aquí. ¿Por qué no entras y te diviertes un rato? ¿O acaso hay algo que lo impide?

—No —contestó con rapidez.

En realidad si había algo, o más bien alguien. Su compañera y amiga desde siempre, Pieck. No sabía cómo ni en que momento comenzó a sentir algo por ella, algo que jamás creyó que podría pasar, mucho menos con su propia amiga.
Pero poco a poco ella fue entrando en su corazón y esa era razón suficiente para no entrar más a ese lugar.

—¿Y entonces? Ya deja de dar tantas vueltas y ven —dijo adentrándose, confiado en que el rubio lo seguiría.
Porco suspiró, siguiendo los pasos del mayor.

“—¿Será que podría pagarle a alguna de esas chicas para que finja que estuvo conmigo?” —pensó en un intento por escapar de la situación.

El lugar era oscuro, unas tenues velas iluminaban la entrada donde la mujer, sentada en un pequeño mostrador, recibía a los clientes que llegaban. Ese día en particular no había mucho movimiento, solo ellos dos y el silencio de la oscuridad.

—Señor Zeke, qué bueno verlo por aquí. Y veo que trajo compañía —saludó la mujer de mediana edad.

—Ya sabes, me gustaría la misma habitación de siempre y... No lo sé, que mi acompañante sea alguien agradable. Sorpréndeme —rio, dejando unos billetes sobre el mostrador que fueron rápidamente tomados y guardados por la mujer.

—¿Y tu amigo? —inclinó la cabeza para mirar al rubio que de mala gana estaba parado detrás de su superior como escondiéndose de las miradas.

—Me gustaría que Constanz sea mi acompañante —pidió antes de que Zeke dijera algo. Conocía a la castaña, estaba seguro que por dinero haría lo que fuera.

—Ella está ocupada, guapo, pero puedo pedirle a alguien más —sugirió.

—No conozco a las demás —contestó dudoso—. Quizás mejor no-

—Trae a aquella mujer de la que me hablaron, la pelinegra de ojos llamativos, ¿cómo se llama? —preguntó Zeke.

—Debes estar refiriéndote a Anne. Ella últimamente se ha sentido un poco mal, pero está bien, le hablaré para que al menos hoy esté presente —poniéndose de pie se dirigió al pasillo donde estaba la habitación en la que las mujeres se preparaban y vestían.

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⏰ Última actualización: May 13 ⏰

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