Regalos

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Twilight a veces sentía que los días largos le daban la sensación de que había pasado mucho tiempo desde que estuvo en casa

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Twilight a veces sentía que los días largos le daban la sensación de que había pasado mucho tiempo desde que estuvo en casa. El departamento de los Forger era el centro de esa misión diaria, la operación Strix, que llevaba mucho tiempo en marcha. Una misión que parecía hacerlo caminar en una cuerda floja.

A menudo, pensaba que él era la razón por la cual todo parecía tambalear. Siendo considerado el mejor espía, fue seleccionado para una de las misiones más complicadas. Lógicamente, se esperaba que resolviera cualquier problema que surgiera en el camino.

Pero no era el mejor ni el espía más perfecto de lo que creía ser. Además, su proceso de aprendizaje nunca terminaría, lo que, de manera natural, lo llevaría a vivir nuevas experiencias.

Eso lo condujo al escenario de esa tarde. El sol se ocultaba en el horizonte, pintando el cielo con tonos anaranjados mientras Loid estacionaba su coche en 128 Park Avenue. Había sido un día agotador en el hospital, lleno de reuniones interminables y problemas por resolver.

Al bajarse del coche, levantó la vista y soltó un suspiro de alivio. El complejo de departamentos lo recibió con su fachada tranquila. Si agudizaba el oído, podía escuchar el bullicio de Anya jugando en el interior mientras caminaba hacia la puerta principal del edificio. Abrió la puerta y entró, subiendo las escaleras, justo para ser recibido por una figura anciana en el pasillo superior.

—¡Hola, señor Forger! —dijo el anciano—. ¡Qué sorpresa verlo tan temprano!

—Hola, Sigmund Authen —respondió Loid con una sonrisa tranquila—. Tuve un día complicado en el trabajo, pero logré salir un poco antes.

La espesa barba del anciano se levantó en una sonrisa.

—Eso es bueno —comentó Sigmund, ajustando sus gafas en el puente de su nariz—. Bárbara cocinará carne esta noche. ¿Crees que tu esposa y Anya...?

—Estaremos allí a las nueve, señor Authen —interrumpió amablemente el espía. No necesitaba ser muy astuto para entender lo que su vecino quería decir—. No podríamos rechazar una invitación de su esposa por nada del mundo.

La barba de Sigmund volvió a levantarse en una sonrisa, gesto que Loid imitó. El corto tiempo que llevaban siendo vecinos de la pareja de ancianos había sido beneficioso. Ellos amaban a su hija y se daban el lujo de cuidarla en algunas ocasiones. Además, la enseñanza que Anya recibía del antiguo profesor universitario mejoraba sus calificaciones.

La investigación de Twilight también reveló que ninguno de los ancianos tenía malos antecedentes. Así que, de manera auténtica para un espía como él, les tenía aprecio.

—Bárbara estará contenta —comentó Sigmund un momento después—. Es un regalo.

La última frase captó la atención de Twilight.

—¿Un regalo?

—Así es, bueno, eso es lo que representan los buenos momentos —explicó. Un suspiro acompañó su declaración—. A veces, cuando uno se encuentra solo y descubre algo que lo guía por el buen camino, eso es un regalo.

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