Capítulo I "Hola, tú"

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La cuchara se le resbala de la mano, y su cuerpo se estremece cuando impacta contra el duro concreto de la encimera. Lo mira fijamente con miedo, ira y confusión. La trifecta de emociones que había sentido cuando su cuerpo se quemaba era desesperante.

Respira hondo y muerde el interior de su mejilla cuando siente el roce en sus pliegues, las manos callosas de Criston se arremedan en su cadera; inmovilizándola mientras él subía apresuradamente su vestido.

Alicent gime cuando su cara impacta contra la frialdad de la encimera de cuarzo. Una vez más, comienza el incómodo silencio, él se para detrás suyo, y la embiste sin ternura, sin piedad, solo un dolor sofocante que le hace perder el aliento.

Los dedos largos de Criston se enredan en su cabello de cobrizo. Ella no responde, ni siquiera reacciona mucho, su enfoque sigue estando en la pequeña cuchara que se le resbaló de los dedos.

Cuando él acaba ni siquiera se toma la molestia de preguntarle si ella también terminó; solo hay un pequeño roce de labios, una sonrisa difícil de leer y una despedida.

Alicent se acomoda las arrugas de su delantal de cocina, volviendo a su visión al pequeño guisado que hace unos minutos estaba preparando; y dioses, era un desastre.

Tira con derrota las verduras quemadas al lavabo, tal vez cocinar no entraba en sus artes culinarias.

Alicent suspira, cruzando los brazos.

Miró a unos cuantos metros la ventana que transparentaba la luz de la luna. Tal vez debería omitir la cena.

Sentía un desagradable agiteo en su intestino. Con la piel de gallina que se le deslizaba por los brazos y por la espalda cada vez que veía alguna parte de los jardines de su casa. La desagradable sensación de ser observada. Desde luego, no eran lógicos.

Encontró muchos momentos desagradables últimamente, a pesar de que no pudo formar una teoría sólida sobre la razón. Alicent reprimió un suspiro muy ilógico cuando caminó hacia las escaleras del segundo piso, se desnudó metódicamente y entró en su baño.

El viento le desgarró el pelo y sopló las hojas que yacían en el suelo, con ruidos de arañazos que llenaban el aire.

No estaba segura de cuánto tiempo se paró allí, solo miró con un ceño fruncido a unos cuantos pasos la ventana que daba una vista al interior de la cocina.

Vio cómo él se saligaba de su cuerpo, la lujuria drenando lentamente con el tiempo, no era tierno, no era cuidadoso, él no logró hacerla llegar. Su piel se parecía a papel de pergamino, pálida y ligeramente arrugada por la tensión de sus músculos.

La sangre se derramó de sus puños por la herida abierta que sus uñas provocaron inesperadamente, con la cabeza doblada en un ángulo desigual. Sus gafas estaban decoradas arriba de su cabeza, agrietadas y cubiertas con una mezcla de sangre y suciedad.

Sus dedos se movieron minuciosamente por el anillo de enfoque, limpió delicadamente el espejo de la cámara, y cuando consideró que las fotografías se tomaron impecablemente bien, se puso de pie y volvió hacia el enorme muro de la mansión. Deslizándose la correa alrededor de la cámara para que no se le cayera en el proceso de trepar, metió la mano en su bolsillo y sacó su teléfono. Ella pasó por el contenido hasta que se instaló en la aplicación de mensajes.

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