𝐔𝐍𝐎

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YEJI

Me desperté alrededor de las cinco de la mañana y comencé mi rutina con ejercicios militares antes de ducharme. La disciplina me mantenía cuerda, aunque cada repetición era una forma de recordarme cómo había acabado en esa escuela militar. Todo gracias a Chaeryeong.

Siempre fue ella la que causaba problemas, pero me culpaba a mí. Y mis padres, tan ciegos en su adoración hacia ella, decidieron enviarme a esa escuela, creyendo que yo era la alborotadora. Me despojaron de todo sin siquiera dudar.

Pasé años ahí, sola. Ni una llamada, ni una carta, ni una visita. Pero no me quebré. Me esforcé hasta alcanzar el primer lugar en el examen final, esperando que, al menos por una vez, se sintieran orgullosos. Qué ingenua. Regresé a casa con la ilusión de que encontraría algo parecido al afecto, pero lo único que hallé fue más indiferencia. Yo no les importaba.

Envidio a Chaeryeong, sí. Pero no quiero ser como ella. La amé, la cuidé, hice todo por verla feliz... y me pagó con traición.

Suspiré, secándome el cabello con la toalla mientras el agua aún goteaba por mi piel, fría y pesada como los recuerdos. Un golpe seco en la puerta interrumpió mi momento de calma.

—Adelante —dije con voz alta pero apagada.

La puerta se abrió para revelar a un hombre vestido con un traje negro impecable. Su expresión era neutra, mecánica.

—Señora Jeon, su esposo la necesita en su oficina —anunció con una inclinación de cabeza.

Asentí, y él se retiró sin alzar la vista ni una vez. Me puse un vestido sencillo y salí de mi habitación, solo para encontrarlo esperándome todavía en el pasillo.

—¿Por qué sigues aquí? —fruncí el ceño, pero una voz en mi cabeza me interrumpió antes de que siguiera hablando.

Está aquí para acompañarte, idiota. ¿Sabes siquiera dónde está su oficina?

Me reprendí mentalmente, y en silencio lo seguí mientras él caminaba por los pasillos oscuros y fríos de la mansión.

Nos detuvimos frente a una puerta, desde la cual se escuchaban gritos ahogados. Me acerqué, frunciendo el ceño para escuchar mejor. De repente, la puerta se abrió de golpe. Un hombre salió tambaleándose, con furia en su mirada, y detrás de él apareció Jungkook. La expresión de mi esposo era letal, casi inhumana.

—¡Te arrepentirás, Jeon! —espetó el desconocido, señalándolo con un dedo tembloroso.

Jungkook no pestañeó.

—No me importa. Lárgate de mi casa.

Me quedé quieta, sintiéndome diminuta bajo la tensión de su mirada. El hombre entonces me descubrió allí, y una sonrisa repugnante se dibujó en su rostro mientras me miraba de pies a cabeza.

—Tienes una esposa hermosa, Jeon. —Se relamió los labios, haciendo que mi piel se erizara.

Antes de que pudiera reaccionar, Jungkook se abalanzó sobre él con una furia contenida, estrellándole el puño en el rostro. Me quedé congelada, mis manos temblorosas aún en un intento fallido de hacer lo mismo. El hombre cayó al suelo, sujetándose la mandíbula mientras los guardias lo arrastraban fuera.

—¡Te arrancaré los ojos la próxima vez si vuelves a mirarla así! —gruñó Jungkook, con un tono tan frío y amenazante que cualquier hombre razonable se hubiera orinado encima.

—¡Te arrepentirás, Jeon! —gritó el desconocido, resistiéndose inútilmente mientras los guardias lo sacaban a rastras.

Cuando volví la vista a Jungkook, él ya me estaba observando. Una orden muda en sus ojos me indicó que lo siguiera. Entré tras él, y él se sentó en su escritorio de madera oscura.

—Siéntate —dijo, sin emoción en su tono.

Obedecí, entrelazando los dedos bajo la mesa. La habitación se sentía asfixiante. Jungkook se aclaró la garganta antes de soltar la bomba con una frialdad casi mecánica.

—Nos divorciaremos en seis meses.

Lo miré, sin comprender del todo. Lo sabía. Sabía que esto iba a pasar, pero no imaginé que sería tan pronto.

—Está bien —dije con calma.

Él parpadeó, sorprendido por mi respuesta indiferente. Pero rápidamente recuperó la compostura.

—No recibirás nada. Ni un solo centavo.

Lo observé en silencio, mis ojos fríos como el hielo.

—¿Dije que necesitaba tu dinero? No lo necesito, así que no te preocupes.

Jungkook soltó una risa amarga.

—Eso dicen todos al principio. Pero al final, ¿quién no ama el dinero?

—Por supuesto. —Le devolví la sonrisa, tan vacía como la suya—. Pero no necesito el tuyo.

Él me miró fijamente, confundido por mi frialdad.

—¿Por qué?

—No acepto nada de extraños —respondí, viendo un destello de dolor cruzar por sus ojos antes de que volviera a cubrirlo con esa mirada gélida.

Jungkook sacó una tarjeta negra y la empujó hacia mí.

—Mientras lleves mi apellido, usarás mi dinero.

Dejé la tarjeta sobre la mesa con un golpe seco.

—Cuando dije que no quería tu dinero, lo dije en serio.

Me levanté para irme, pero él me agarró del brazo, estrellándome contra la pared con fuerza. Contuve un grito de dolor, sintiendo el ardor en mi piel.

—Mientras seas mi esposa, usarás mi dinero. Y no me hables en ese tono.

—No soy tu empleada, Jungkook —siseé, mirándolo con desafío.

—Eres mi esposa, te guste o no. Y harás lo que te diga.

Le dediqué una sonrisa amarga.

—Corrección: no soy tu esposa. Soy un reemplazo que se irá en seis meses.

El dolor volvió a asomar en su mirada, pero lo enmascaró rápidamente. Me soltó con un gesto brusco y yo me froté los brazos, sintiendo que los moretones ya empezaban a formarse.

—¡Sal de aquí! —rugió, golpeando la pared con el puño.

Corrí hacia mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Me apoyé contra ella, jadeando, con el corazón latiendo desbocado.

Tienes que tener cuidado, Yeji...

Él tiene todas las razones del mundo para matarte. Un movimiento en falso, y todo se acaba.

Esperé en silencio hasta que lo escuché irse. Solo entonces me atreví a respirar de nuevo.

 Solo entonces me atreví a respirar de nuevo

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𝐌𝐘 𝐘𝐎𝐔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora